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Los partos inducidos crecen sin parar en España: ya se provocan médicamente uno de cada cuatro

En 2022 los hospitales públicos españoles atendieron 203.251 partos vaginales. De todos ellos, el 27,5%, más de uno de cada cuatro, fueron partos inducidos, esto es, no espontáneos sino provocados médicamente. Desde 2016, la cifra no ha dejado de crecer y muestra una tendencia a inducir cada vez más partos, si bien la Organización Mundial de la Salud subraya que es una práctica a utilizar solo en los casos en que esté muy justificada.

La nueva evidencia sobre la duración del embarazo y el riesgo fetal tiene que ver en este crecimiento, pero también la medicalización de los partos y la falta de información completa a las madres para que presten sus consentimientos informados. Algunas voces alertan de que las inducciones tampoco están exentas de riesgos –más probabilidades de parto instrumental y de desgarros graves, por ejemplo– y aconsejan informar bien a las madres, y contar con recursos y tiempo para llevar a cabo estos procedimientos cuando sean necesarios.

El Informe Anual del Sistema Nacional de Salud publicado por el Ministerio de Sanidad muestra ese 27,5% de partos inducidos en 2022 y también el enorme incremento que se ha producido en los últimos años: desde 2016 el porcentaje ha aumentado un 61,8%. “La inducción al parto no está exenta de riesgos, por lo que su uso debe estar justificado bajo indicación obstétrica”, señala el informe. En la actualidad, la inmensa mayoría de hospitales públicos indican de manera generalizada la inducción del parto alrededor de la semana 41 de gestación: mientras que algunos centros la pautan nada más cumplir esa semana, otros dejan algunos días más de margen.

La inducción es un procedimiento que busca desencadenar las contracciones para que se produzca el parto mediante la suministración de hormonas y/o tactos vaginales o la rotura de la bolsa. ¿Por qué inducir un parto y por qué es un procedimiento que no para de crecer? La obstetra Charo Quintana explica que es una tendencia que sucede también en otros países y que está relacionada con “la medicalización y tecnificación” de los partos, y también con los resultados de distintas investigaciones que en los últimos años están cambiando “las prácticas de finalización” de un embarazo.

“Antes, en los que se prolongaban, la recomendación era finalizar la gestación mediante inducción en la semana 42. Los nuevos estudios hablan de una elevación de la mortalidad ya en la semana 41, y por eso se está recomendando la finalización en esa semana, eso ya puede hacer que la tasa suba varios puntos”, asegura. Sin embargo, Quintana subraya que hacen falta estudios “mucho más amplios” con grandes grupos de mujeres para detectar tendencias más claras y sólidas, “y no los tenemos, interesa poco lo de las mujeres”.

A partir de la semana 41 puede haber más probabilidad de que el parto termine en cesárea, de que el bebe termine en una unidad de neonatos y más probabilidad de muerte neonatal. Eso hace que aumenten las inducciones, pero el aumento se debe, sobre todo, a la falta de información que se da la mujeres

“Hay mucha incertidumbre porque no tenemos informes suficientemente potentes sobre la muerte perinatal, que afortunadamente es un evento muy infrecuente, ni toda la evidencia que nos gustaría. Además, es frecuente que haya algunos errores en la datación de los embarazos y que un embarazo que está en vías de prolongación tenga otra fecha de término”, prosigue la obstetra, que aporta algunos datos del número medio de inducciones que se hacen para evitar una muerte perinatal. Algunos estudios, señala, muestran que se hacen 410 inducciones para evitar un caso de muerte perinatal, otros hablan de 230 inducciones.

La enfermera y matrona Helena Eyimi, asesora de Naciones Unidas en salud materna, reclama una individualización de los casos para evitar generalizar una práctica que “tiene riesgos para madre y bebé”. “A partir de la semana 41 puede haber más probabilidad de que el parto termine en cesárea, de que el bebe termine en una unidad de neonatos y más probabilidad de muerte neonatal, y eso hace que se aumentan las inducciones. Pero, en mi opinión, el aumento se debe, sobre todo, a la falta de información que se da la mujeres sobre riesgos y posibles beneficios”, asegura.

En mujeres sin complicaciones médicas preexistentes, “la gran mayoría”, los riesgos de la inducción pasan por un aumento del dolor y, por tanto, del suministro de la anestesia epidural, rotura de útero, bradicardia fetal o más probabilidad de parto instrumental y, por tanto, de desgarros graves y lesiones que afectan al perineo y los esfínteres. La híper estimulación uterina que provoca el suministro de hormonas sintéticas “puede provocar una alteración de las contracciones y eso puede afectar a la circulación de la placenta, a la irrigación sanguínea que llega al bebé”. añade.

Más información

Desde la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia (SEGO) explicaban hace un tiempo a qué atribuían el aumento de inducciones: “Existen muchos factores que pueden llegar a justificar este incremento, como la mayor accesibilidad a pruebas diagnósticas y a un control más exhaustivo de la gestación, con el consiguiente aumento en la detección de patologías que requieran de una finalización por indicación médica”. También puede influir “el aumento en los embarazos conseguidos mediante técnicas de reproducción asistida, que en ocasiones se asocian a una mayor probabilidad de complicaciones gestacionales o incluso porque en este grupo de la población, la edad materna es mayor y además, las madres tienen una mayor incidencia de enfermedades ya existentes antes de la gestación”, decía la obstetra Tatiana Figueras Falcón, responsable de la Unidad de Urgencias Tocoginecológicas y del paritorio del Hospital Materno Infantil de Las Palmas de Gran Canaria.

La matrona Helena Eyimi defiende las inducciones cuando son necesarias “porque pueden beneficiar a madre y bebé”, pero denuncia que en muchas ocasiones se hacen sin que las mujeres tengan la información completa para poder decidir qué prefieren y sin mirar caso a caso. “Hay que informar de manera correcta y veraz, y dar un consentimiento informado, no que crean que hay que inducir y listo. Que sepan dónde, por qué, cómo funciona... Además, si dicen que no, ¿qué opciones se les da a las mujeres si quieren esperar algo más?”, se pregunta.

Deben reservarse a situaciones con una clara indicación médica en la que los beneficios esperados superen los potenciales daños, como la preeclampsia, la colestasis no controlada, patologías con presencia de anticuerpos o enfermedades no tratables antes del parto

Eyimi explica que debe haber una alternativa que pase por monitorear con frecuencia, hacer ecografías para valorar la cantidad de líquido amniótico, documentar que se ha tomado una decisión informada y plantear otras posibilidades de analgesia si se opta por la inducción. Sobre la edad de las madres, insiste que hay que ver los casos de manera individualizada, “no inducir porque tienes más de 40 años sin más indicación, porque ahora puede haber mujeres de 43 que están mejor que antes una de 25”.

Algunas asociaciones de profesionales reclaman revisar los protocolos sobre las inducciones. Por ejemplo, la asociación de matronas catalanas ALPACC, que el año pasado publicó una guía informativa que enumera los motivos para hacer una inducción, ofrece a las mujeres preguntas que pueden plantear al personal sanitario, repasa sus derechos e informa sobre los riesgos.

La guía alerta de que las inducciones no deben aplicarse de forma rutinaria para poner fin a embarazos múltiples, con bebés de nalgas, madres con diabetes gestacional, bolsa amniótica rota o embarazos de más de 40 semanas, entre otras situaciones. Más bien al contrario: “Deben reservarse a situaciones con una clara indicación médica en la que los beneficios esperados superen los potenciales daños, como la preeclampsia, la colestasis no controlada, patologías con presencia de anticuerpos o enfermedades no tratables antes del parto”, recoge.

Menos espera

Otro de los motivos por los que se induce un parto es la rotura de membranas cuando el embarazo ya está a término (a partir de la semana 37), pero la mujer no tiene contracciones. “Antes dábamos 24 horas de espera porque en ese periodo una gran mayoría de mujeres se ponía espontáneamente de parto, pero ahora hay datos que hablan de un posible aumento del riesgo de infecciones o de complicaciones, como que el bebe aspire meconio, así que la indicación ahora es no esperar más de 12 horas tras la rotura de la bolsa”, explica la obstetra Charo Quintana. Eso no quiere decir inducción inmediata, subraya, sino respetar esas 12 horas de espera. Las que deberían ser “evitadas” son, dice, las que se hacen “por conveniencia” de cualquiera de las partes, y sin que exista causa materna ni fetal.

Hay que tener formación, dependencias hospitalarias suficientes para ingresos prolongados, una aplicación técnica ajustada a los nuevos conocimientos obstétricos y un acompañamiento impecable a las mujeres

La experta pone énfasis en que la manera de hacerlas también influye en la experiencia del parto y en las posibilidades de evitar riesgos y complicaciones, desde el uso de instrumentos hasta los desgarros de esfínteres, el traumatismo perineal, la disminución de la frecuencia del piel con piel o la hemorragia postparto.

“Para eso hay que tener formación, dependencias hospitalarias suficientes para tener ingresos prolongados, una aplicación técnica ajustada a los nuevos conocimientos obstétricos y un acompañamiento impecable a las mujeres, que incluya explicarles bien la indicación, los riesgos, lo que va a suceder... Si dicen que te inducen y a las pocas horas te dicen que ha fracasado, eso no es una inducción, que puede suponer fácilmente 36 horas”, dice. Quintana insta a valorar siempre todos los riesgos de inducir o de no hacerlo y darle a las mujeres “margen para decidir” e indicaciones sobre los síntomas a los que estar alerta.