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El cierre de fronteras o las pruebas de fiebre en aeropuertos son medidas contra el Covid-19 sin respaldo científico

Las medidas que toman los gobiernos no siempre están respaldadas por evidencias científicas.

Esther Samper

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Con la aparición de la epidemia de COVID-19 en Italia, las autoridades europeas y los gobiernos de cada país se están preparando para afrontar la crisis sanitaria. En España, el ministro de Sanidad, Salvador Illa, ha declarado que se van a reforzar los mecanismos de prevención contra la expansión del coronavirus. Aunque desde la UE se insiste en que las medidas a tomar deben ser coordinadas y proporcionadas, colectivos como la extrema derecha solicitan el cierre de fronteras y Austria llegó a suspender temporalmente los trenes con Italia.

Las medidas de salud públicas que se toman para controlar o minimizar el daño de las epidemias deben estar siempre basadas en un cuidadoso análisis del riesgo en cada momento y en las pruebas científicas que respaldan las acciones para limitar la difusión de la epidemia. De la misma forma que en el ejercicio de la medicina un tratamiento se aplica tras sopesar posibles beneficios y riesgos, en salud pública las acciones dirigidas a controlar epidemias también deberían guiarse por el mismo principio. Desafortunadamente, cuando aparecen epidemias por nuevos microorganismos, la incertidumbre, la desinformación y/o el alarmismo pueden aparecer no solo entre la población general, sino también entre sus dirigentes políticos. Esto conduce a que se tomen medidas que puedan ser más dañinas que beneficiosas, dando una sensación de (falsa) seguridad, pese a no ser realmente efectivas o proporcionadas. La decisión, por ejemplo, de cancelar el Mobile World Congress en Barcelona no tenía ningún respaldo científico.

El populismo político puede alentar también la aplicación de medidas epidemiológicas sin justificación. Por ejemplo, los episodios de racismo contra los chinos que han surgido a raíz de la epidemia en el gigante asiático han abonado el terreno para que colectivos como la extrema derecha solicitaran el cierre de fronteras con dicho país. No es el único caso de motivaciones no basadas en la evidencia científica. Desde que la epidemia del COVID-19 se detectó en diciembre de 2019, diferentes acciones tomadas por las autoridades políticas no han estado justificadas desde un punto de vista sanitario.

Controles de temperatura

La detección de fiebre con termómetros como una forma de cribado de posibles casos de infectados, ya sea en aeropuertos o en otros lugares de gran afluencia de personas, es una medida muy popular en países asiáticos como China o Japón, especialmente desde la epidemia de SARS en 2003. Sin embargo, con la actual epidemia del COVID-19, numerosos países se han unido a esta práctica como Estados Unidos, Nigeria, India o Italia. Como otros tantos viajeros, los jugadores del Barcelona también tendrán que pasar por controles de temperatura al entrar a Italia para acudir al partido de la Champion League.

A pesar de lo extendidos que están estos controles de temperatura, no hay evidencias científicas de que sean útiles para frenar epidemias. De hecho, es más bien al contrario, disponemos de estudios científicos que nos indican que los controles de temperatura son un colador de casos de coronavirus. No sirven para reconocer a pacientes asintomáticos, ni a personas en periodo de incubación, ni tampoco a aquellos con síntomas leves o en tratamiento con antitérmicos. Tampoco a aquellos con síntomas evidentes pero que no tienen fiebre justo en el momento de la prueba. En la actualidad, si no hay síntomas ni signos de enfermedad por el coronavirus, no hay ningún método diagnóstico sencillo, fiable y rápido para detectarlo en sitios con una gran afluencia de personas como los aeropuertos.

Una estimación preliminar de un grupo de científicos de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres calcula que el control de temperatura solo ayudaría a identificar a menos de un caso por cada cinco viajeros que estuvieran infectados por el coronavirus, procedentes de un vuelo de 12 horas. Otro estudio, publicado en la revista The British Medical Journal, observó que era improbable que los controles de los aeropuertos fueran efectivos para evitar la importación de casos de enfermedades respiratorias como la gripe o el SARS y que su impacto en el curso de la epidemia era despreciable.

Los controles de temperatura no son un placebo inofensivo para dar una falsa sensación de seguridad a la población, mostrando que se están tomando medidas, aparentemente, para atajar la epidemia. Por un lado, estas acciones también causan miedo a un porcentaje de los viajeros. Por otro, desvían la atención de medidas que sí pueden resultar más efectivas en limitar la epidemia como, por ejemplo, informar a los viajeros procedentes de epicentros de la epidemia que notifiquen a los profesionales sanitarios si empiezan a tener síntomas por el coronavirus en un periodo de 14 días tras el viaje.

Cierre de fronteras

Tanto la OMS como la Comisión Europea han insistido reiteradamente en que la actual epidemia de coronavirus no justifica el cierre de fronteras ni la limitación de viajes y comercio internacional. La organización declaró hace unos días que: “La evidencia muestra que la restricción de movimientos de personas y productos durante las emergencias de salud pública podrían no ser eficaces y pueden desviar los recursos a otras intervenciones”. En cualquier caso, al final, cada país es libre de decidir qué hacer al respecto. Rusia, por ejemplo, ha decidido cerrar sus fronteras a los ciudadanos chinos.

Las recomendaciones de la OMS están basadas en las mejores evidencias disponibles. Prohibir el tráfico de personas o el comercio entre países no es solo dañino para las sociedades y las economías afectadas, sino que también carecen de efectividad y pueden provocar alarma y miedo en las poblaciones.

Además, hay personas que pueden esquivar estas prohibiciones y escaparse del radar de las autoridades, ocasionando brotes que pasen desapercibidos por no detectarse a tiempo los casos sospechosos. Es lo que ocurrió, por ejemplo, en Irán. El paciente cero que desencadenó el brote inicial fue un comerciante que viajó desde China hasta la ciudad de Qom en Irán a través de vuelos indirectos. A pesar de que los vuelos directos entre ambos países estaban suspendidos, bastaba con viajar a otros países entre medias para saltarse la medida impuesta por las autoridades.

Italia también fue otro de los países que ignoró las recomendaciones de la OMS. Decidió suspender todos los vuelos a China como “medida preventiva” a finales de enero. De poco le sirvió tal restricción. En estos momentos, es el tercer país más afectado del mundo por el COVID-19, tras China y Corea del Sur, y las autoridades aún no han identificado a la persona que pudo transportar el virus desde China.

Cuarentenas masivas

Con la aparición de la epidemia de coronavirus en Wuhan, el gobierno chino se decantó por la titánica tarea de aplicar una cuarentena masiva a 50 millones de personas. ¿Estaba justificada la drástica medida para una enfermedad que provoca en un 80% de los casos síntomas leves? La respuesta es no. Aunque el aislamiento de personas o grupos reducidos de sospechosos o confirmados de coronavirus tiene un respaldo científico indudable, la historia es muy diferente cuando se trata de aplicar la cuarentena a millones de personas, la amplia mayoría de ellas sanas.

Además de los evidentes daños económicos y sociales (hospitales saturados, escasez de comida, paralización de la economía local...), y la alarma que se crea en la población, las cuarentenas masivas provocan el aislamiento indiscriminado de millones de personas sanas por unos miles de personas infectadas por el coronavirus.

Como explica el médico y experto en salud pública Vageesh Jain en The Conversation, la idea principal tras una cuarentena masiva es asumir que el riesgo de infección de una persona es la misma que la de al lado, simplemente porque viven en la misma región. Como indica Jain: “Sabemos que este no es el caso, especialmente en una fase inicial de una epidemia, y hay grupos con mayor riesgo que se podrían identificar y orientar primero antes de considerar estrategias radicales que interfieran con las actividades cotidianas. [...] Entrar en un escenario de apocalipsis zombie no ayuda a la coordinación de las complejas actividades de salud pública entre diferentes instituciones”.

En la revista médica JAMA se publicó recientemente un artículo que también criticó con dureza la cuarentena masiva aplicada en China: “La efectividad de estas cuarentenas para restringir la epidemia es dudosa porque estas medidas no han funcionado en anteriores epidemias, como la de la gripe A (H1N1) en 2009 o la pandemia de ébola en 2014, y las cuarentenas son contrarias a las medidas de salud pública de eficacia demostrada anteriormente y a la Legislación Sanitaria Internacional. Las intervenciones que podrían controlar finalmente esta epidemia no están claras porque no existe actualmente una vacuna y la efectividad de los antivirales no está demostrada. Sin embargo, medidas básicas de salud pública como quedarse en casa al estar enfermo, lavarse las manos con frecuencia y cubrirse la boca y la nariz al estornudar y toser (con un pañuelo o en el codo) fueron efectivas en controlar el SARS”.

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