Un día de septiembre, un joven manresano llamado Aleix Puig se levantó de la cama, cogió el móvil, abrió Instagram y se encontró con un anuncio para apuntarse al casting de MasterChef 7. Aunque había visto las ediciones anteriores del programa, nunca pensó en convertirse en concursante. Esta vez, sin embargo, decidió probar suerte. Y nueve meses después no solo concursó, sino que ganó a todos sus rivales.
A sus 26 años, Aleix Puig veía en MasterChef la “última oportunidad” para conseguir el sueño de su vida: ser cocinero profesional. Una meta que se propuso alcanzar a los 16 años, cuando ya estaba empezando sus clases de cocina. Sin embargo, la vida le puso una piedra en el camino. “Cuando llevaba año y medio haciendo formación de cocina, ocurrió un problema familiar y tuve que dejarlo y empezar a trabajar en la pescadería de mi madre”, explicó Aleix en el primer programa de MasterChef 7.
Su sueño quedó así aplazado, pero su entrada en el talent culinario de TVE se la tomó como un punto de inflexión en su camino hacia la cocina profesional. Aleix pronto empezó a destacar entre sus compañeros y a llamar la atención de los jueces. En especial de Jordi Cruz, el más duro pero también el que mejor supo ver su potencial.
Aleix lidió con las exigencias del chef apoyado en valores como la disciplina y el sacrificio, los cuales le fueron inculcados durante los 12 años que jugó al fútbol. También durante esta década de trabajo en la pescadería, donde se ha dedicado a atender a la clientela y a distribuir el pescado en compañía de su madre, la mujer de su vida y hacia la que ha mostrado en todo momento su más absoluta admiración.
Un aprecio muy sentido para un chico que reconoce tener pinta de “chulito”, lo que, a su juicio, provocan que las chicas se echen para atrás con él. Aunque él mismo reconoce que se cansa rápido de las relaciones. No así de los fogones, a los que ahora tendrá que dedicar el máximo tiempo posible para aprovechar su victoria en MasterChef y comenzar una prometedora carrera en el mundo de la cocina.