Especial

Cuando las series encapsulan el tiempo: 'Los años nuevos', 'Poquita fe' y otras producciones contadas por épocas

Iria del Río y Fernando Carril, en 'Los años nuevos'

Lorenzo Ayuso

27 de noviembre de 2024 20:45 h

Rodrigo Sorogoyen vuelve a Movistar Plus+ este jueves 28 de noviembre, cuatro años después de Antidisturbios, con Los años nuevos. En su siguiente proyecto tras As Bestas, desarrollado junto a Sara Cano y Paula Fabra (Ángela) y en el que se reparte la dirección con Sandra Romero Acevedo (Por donde pasa el silencio) y David Martín de los Santos (La vida era eso), el realizador aborda las relaciones de pareja a través de dos personajes principales, encarnados por Iria del Río y Francesco Carril, a los que conocemos a lo largo de 10 episodios, según el relato, que equivalen a 10 años en la historia.

El argumento empieza cuando Óscar (Carril) y Ana (Del Río) se conocen justo antes de cumplir cada uno 30 años, en Nochevieja y Año Nuevo respectivamente. Ella tiene la vida aún por resolver, viviendo en un piso compartido, sin trabajo que la satisfaga y sin un círculo de amigos sólido; él, por su lado, tiene la vida casi resuelta, con una profesión estable y con amistades consolidadas. Su historia se desarrolla a lo largo de un decenio, acercándonos a cada pica de su relación en cada Nochevieja a la que se enfrenten como pareja. Son por tanto 10 citas anuales a las que asistimos como espectadores, afrontando con ellos el cambio de intereses y motivaciones.

El concepto de cápsula del tiempo que nos propone Los años nuevos ha dejado en los últimos años referencias destacadas. Ahí quedan experimentos cinematográficos que sublimaban esta idea del paso del tiempo, así como su acción sobre los actores y sus cuerpos, como es el caso paradigmático de Boyhood de Richard Linklater, que abordaba 12 años de historia espaciando su rodaje, a ración de una semana al año en 12 años de rodaje. Es decir, confundiendo, o al menos difuminando, las fronteras entre el tiempo real y el cinematográfico. Así, el espectador podía asistir no solo a la entrada en la adolescencia y maduración del joven protagonista (Mason, interpretado por Ellar Coltrane), retratado desde los seis a los dieciocho años, sino también afrontar en el relato al cambio de mirada sobre sus padres y sobre el mundo que lo rodeaba. Con ello, el espectador podía entrar en consciencia directa con la acción del tiempo.

Del tiempo que afecta a la narración en imágenes...

El tiempo ha sido desde siempre la gran preocupación filosófica del cine. Decía Jean Cocteau que era el arte de ver el efecto de la muerte haciendo su trabajo. Con el devenir, precisamente, del tiempo y los cambios de formas de consumo, con la pequeña pantalla imperando, esa máxima se mantiene: no hay más que ver esas ficciones de largo, larguísimo, recorrido, cuyos repartos han envejecido ante nosotros.

Ahí queda Ricardo Gómez, al que conocimos de niño como Carlitos Alcántara en Cuéntame, y que 22 años después se despidió de la mítica ficción convertido en todo un adulto. También lo observamos en esos procedimentales que se mantienen penitentes en las pantallas, adheridos a las identidades de sus actores que van sumando arrugas y encaneciéndose conforme pasan las temporadas. Véase esa Mariska Hargitay que empezó a despachar Ley y Orden en Unidad de Víctimas Especiales en 1999, con 35 años, y que continúa casi 26 años después, camino de los 61 años y tras haber alcanzado récords de permanencia con su personaje de Olivia Benson: ya en 2019, la teniente se convirtió en el personaje de mayor recorrido de la historia del prime time, superando a James Arness y Milburn Stone, que mantuvieron sus roles en Gunsmoke durante veinte años; o a Kelsey Grammer, que durante el mismo tiempo encarnó sin interrupción a Frasier Crane (en Cheers y en su spin-off).

¿Pero por qué es tan interesante el tiempo en el audiovisual? Cuando apuntamos a alguien con una cámara, hacemos patente el paso del tiempo sobre ese alguien, pues esa imagen pasada lo perseguirá y recordará que fue más joven, que se agota. La cámara que permite inmortalizarnos también delata nuestra propia mortalidad. Los años nuevos no afronta la muerte como tal en su premisa, pero si la erosión del tiempo, el gran enemigo, en lo emocional, en lo personal. Lo hace convirtiendo cada entrega en una suerte de efemérides tanto para los personajes -cada episodio, un fin de año y dos cumpleaños- como para la audiencia, usando una fórmula que ha dejado en fechas recientes otros ejemplos llamativos. Ejemplos donde el efecto del tiempo es simulado, y aún así ofrece poderosas reflexiones sobre la naturaleza humana y sobre la narrativa televisiva.

...A narraciones que cuentan el efecto del tiempo

Sin ir más lejos, en 2023 Movistar Plus+ se nos brindaba Poquita fe, una comedia creada por Pepón Montero y Juan Maidagán (Los del túnel) que se estructuraba en 12 episodios, uno por cada mes del año, para contar historias de comedia mínima, que delataban el angst de sus protagonistas, Berta (Esperanza Pedreño) y Jose Ramón (Raúl Cimas). Tanto este matrimonio como la fauna de barrio que los flanquea componen un ecosistema de personajes atrapados en un mundo donde nada cambia, donde el tiempo transcurre sin que los personajes puedan ser conscientes, ni evolucionar.

En este entorno godotiano del que parece imposible salir, cada capítulo acusa el inmovilismo de sus vidas, pero a la vez hace destacar cada minúsculo momento de felicidad o infelicidad de sus integrantes. Así, incluso cuando esa rutina de que se impregna cada episodio, cada mes, tiende a atenuar las sorpresas, las emociones.

Algo antes, en 2022, La Ruta de Atresplayer también se había acercado a un periodo clave a nivel cultural en la España reciente, el de la fiesta valenciana que marcó una época y a una generación. El aclamado drama, también producido por Caballo Films, a la postre compañía cofundada por Sorogoyen y detrás de Los años nuevos, también desarrolla su estructura narrativa centrándose en un año concreto cada uno sus ocho episodios. Eso sí, con la particularidad de que el tiempo de la historia se desarrollaba a la inversa en el relato, comenzando en 1993, momento en que la Movida Valenciana terminó su distorsión y decadencia, y avanzando, o retrocediendo, hacia atrás: 1991 en el segundo, 1989 en el tercero, 1987 en el cuarto y quinto, 1985, en el sexto, 1983 en el séptimo... hasta alcanzar el 1981 de la ingenuidad y éxtasis por el inicio de un periodo de renacimiento y fulgor.

La propuesta permitía no solo desmontar los prejuicios sobre la “Ruta del Bakalao”, de la que se había quedado solo una imagen, la de la fase más oscura y controvertida, y profundizando en las raíces olvidadas de un movimiento que sirvió para romper con el pasado de inmovilismo y cerrazón tardofranquista. También servía para visibilizar la pérdida de la inocencia de una generación, ese paso del tiempo irremisible que trastoca objetivos e ilusiones.

Los años nuevos o La Ruta componen sus episodios por años, Poquita fe hace lo propio con los meses, en El tiempo que te doy lo que importan son los minutos. Estrenado por Netflix en 2021, este drama sobre el final de una relación se construye sobre el tiempo, haciendo que su minutado dependa también del estado de una pareja rota, encarnada en Nadia de Santiago, a la postre creadora, y Álvaro Cervantes: de 1 minuto de presente y 10 minutos de recuerdo, en el primer episodio, a 10 minutos de presente y 1 minuto de recuerdo, en el último. Así, en compañía de los personajes afrontamos el duelo, la aceptación y la superación de un final de época, y nos aboca a empezar una nueva.

2024, 2023, 2022, 2021... Incluso este mismo repaso parece inconscientemente armado en torno a los años, como cápsulas de lo que ha sido una tendencia de la producción audiovisual española reciente. El tiempo, al final, nos determina y aprieta, nos muestra su acción inmisericorde, como le ocurría al Jack Bauer (Kiefer Sutherland) de 24, donde cada capítulo de sus temporadas se regía por el reloj: 24 episodios, 24 horas de un único día. Sin interés por experimentar con la imagen continua, la serie mostraba esa opresión de la cuenta contrarreloj, la importancia de apurar cada minuto a través del montaje frenético, de la duración de sus planos, del collage de tomas en un único plano, para comprobar cómo todos se (nos) ven afectados por el terror de dejar que pase el tiempo sin que hagamos que valga la pena. ¿Ha merecido sus minutos este artículo?

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