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R&A 2012: Argo

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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El acto, calificado por el entonces presidente estadounidense Jimmy Carter “un cobarde acto de terrorismo contra civiles” ?que violaba, además, la inmunidad diplomática de la que disfrutan las personas que trabajan en este tipo de dependencias- supuso una/ otra gran fractura entre el mundo musulmán y los países occidentales, fractura que se fue incrementando exponencialmente hasta nuestros días.

El secuestro del personal que trabajaba en la embajada de Teherán supuso, para la administración Carter, un listón imposible de superar durante su único mandato, más si se tiene en cuenta el fallido intento de rescate -protagonizado por la Delta Force norteamericana, cinco meses después- que se saldó con la muerte de ocho soldados y un civil, además de la destrucción de varias de las aeronaves que participaban en el rescate.

Al final, Carter abandonó la Casa Blanca por la “puerta de atrás”, calificado por muchos como un presidente débil e incapaz de asumir las responsabilidades de su cargo, argumentos esgrimidos por el senador Ronald Reagan para lograr ser su sucesor en el despacho oval.

Sin embargo, no todo fueron reveses. Si se estudian, con mayor detenimiento, los hechos desarrollados después del asalto de la sede diplomática, se ve datos positivos, aunque debieran pasar varias décadas hasta que esta información llegara a ser de dominio público. En realidad, no todo el personal de la embajada fue apresado aquel cuatro de noviembre, sino que un grupo compuesto por seis personas logró salir del reciento y refugiarse en la embajada canadiense, situada a pocos metros de donde se encontraba la embajada norteamericana. Fue entonces cuando la administración norteamericana y la CIA se pusieron manos a la obra para buscar una solución que, por lo menos, permitiera rescatar a aquel pequeño grupo que aun no había caído en manos de los garantes de la revolución islámica promovida tras la salida del país de un sátrapa como lo fuera el Sha Mohammed Reza Shah Pahlavi.

Lo mejor del caso es que la solución no llegó de la mano de la poderosa maquinaria bélica estadounidense, la cual fracasó unos meses después, tal y como ya se ha dicho, sino del ingenio y la determinación de Antonio “Tony” Joseph Mendez, un especialista en operaciones encubiertas y en el rescate de personas que se encontraban en un situación similar al personal estadounidense refugiado en la embajada canadiense.

A Mendez no se le ocurrió una idea mejor, y más esperpéntica, que orquestar una falsa película de ciencia ficción llamada Argo -originalmente la película se llamaba Lord of Light, al tratarse de una adaptación de la novela del mismo nombre, escrita por Roger Zelazny- como excusa para entrar en Irán y rescatar a los seis refugiados.

Lo cierto es que la idea le vino a Mendez mientras veía un secuencia de Planet of the Apes, película en la que trabajaba su amigo John Chambers, responsable de las máscaras que lucen los actores que dan vida a los simios protagonistas. Por su parte, John Chambers, un veterano y oscarizado profesional, con más de veinte años de experiencia en los entresijos de Hollywood, encontró la idea de Mendez viable.

Todo cobró carta de naturaleza una vez que tanto Mendez como Chambers se reunieron con un veterano productor, el cual logró tanto un guión como un reparto que aportara la credibilidad necesaria para que los medios de comunicación especializados se creyeran que Argo era un proyecto auténtico, no una tapadera financiada por la CIA para rescatar a seis ciudadanos norteamericanos atrapados en el avispero en que se había transformado Teherán.

El resto, por imposible que pueda parecer, es una historia que supera con mucho la ficción más increíble, pues es una narración basada en hechos reales, aunque con algunas licencias artísticas ya que se trata de una película.

Argo es también la historia de “Tony” Mendez. Considerado uno de los mejores agente de la historia de una Central de Inteligencia más empeñada en derrocar gobierno legítimos ?tal y como hizo cuando colocó al Sha para regir un país que económica y estratégicamente interesaba a los Estados Unidos de América- que en defender los derechos de los ciudadanos de su país, el empeño y decisión de Mendez por no abandonar a sus compatriotas no sólo dio los frutos deseados, sino reivindicó al resto de los protagonistas implicados en la historia.

Hay que tener en cuenta, también, el riego que asumió, primero, la embajada británica y su representante, Sir John Graham, dado que hasta allí llegaron los seis fugados nada más abandonar la embajada americana. Más tarde, una vez que quedó claro que aquel no era el lugar indicado- se decidió que la embajada canadiense era un lugar más seguro- se trasladó toda la responsabilidad al embajador canadiense Kenneth Douglas “Ken” Taylor. Éste, no sólo los acogió durante los primeros días a los seis, aunque luego cuatro de ellos se mudaron a la residencia de otro diplomático canadiense para evitar sospechas del personal iraní que trabajaba en la embajada canadiense, sino que proporcionó pasaportes canadienses a todos ellos para que así lograran salir del país.

No hay que olvidar, tampoco, que Argo es también un análisis de la cadena de decisiones erróneas que han terminado por separar al mundo musulmán del mundo occidental, separación que se ha saldado con decenas de miles de muertos, entre ellos quienes fallecieron el 11 de septiembre del 2001 en la ciudad de Nueva York. Al apadrinar sátrapas y peleles como el Sha y otros tantos dictadores -convenientemente colocados en sus sillones presidenciales por la CIA y otros gobiernos occidentales- se promovió un radicalismo y un odio hacia todo aquello que proviniera del mundo no musulmán, el cual motivó el estallido de la crisis de los rehenes en 1979.

Ben Affleck, director y actor principal de la película, bucea directamente en una época que hoy nos parecerá muy lejana, pero que sirve para ilustrar muchos de los sucesos que cada día sacuden nuestro mundo. Su trabajo, en ambas facetas, es sobresaliente, aunque parte del mérito también hay que atribuírselo al resto del reparto, en especial a John Goodman, Alan Arkin, Bryan Cranston, Victor Garber y Kyle Chandler.

Argo gusta de no caer en tópicos ni maniqueísmos tan del gusto del mundo occidental, contando las realidades de aquellos momentos; es decir, las miserias heredadas del régimen de Mohammed Reza Shah Pahlavi y su siniestra policía secreta ?Savak- y las deficiencias de la administración norteamericana y de su Central de Inteligencia, incapaz de buscar soluciones a problemas que afectaban a ciudadanos corrientes superados por las circunstancias. Ni siquiera se carga las tintas contra el fanatismo que rodeaba a buena parte de los partidarios del Ayatollah Khomeini, cuyas tácticas rivalizaban en crueldad con la sanguinaria policía secreta del Sha. Al igual que ocurre en cualquier otro lugar, en Irán había personas más moderadas, como por ejemplo quien recibe a Mendez en el ministerio de cultura y le permite buscar los exteriores para rodar Argo y también quienes solamente buscaban un cabeza de turco sobre quien descargar las frustraciones tras los años de dictadura.

En el lado norteamericano, el inmovilismo y la compleja burocracia de la administración a punto están de hacer fracasar toda la operación, en varias ocasiones, aunque la película radicaliza la lentitud y los sinsentidos de todo el proceso para poner al espectador en jaque hasta el último minuto.

Al final, Argo demuestra no sólo que la frase “la realidad supera, en muchos casos, la ficción más descabellada” no ha perdido un ápice de validez, sino que nuestra historia más contemporánea está llena de temas, historias, sucesos y vivencias, los cuales merecen la pena ser conocidos y, sobre todo, aprender de ellos para no volver a cometer los mismos errores.

Eduardo Serradilla Sanchis

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