Félix González, psiquiatra: “Sufrimiento no tiene por qué equipararse a trastorno mental”
La Consejería de Educación, Universidades, Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias organizó, con el apoyo del Cabildo Insular de La Palma y el Ayuntamiento de Los Llanos de Aridane, las Jornadas de Educación Emocional y Resiliencia que se celebraron recientemente, los días 25, 26 y 27 de abril con sedes compartidas entre las comarcas este y oeste de la isla.
Los objetivos de este importante encuentro entre especialistas en educación emocional y profesorado se centraron en analizar el impacto de la emergencia volcánica, tanto en los equipos docentes como en el alumnado, posibilitando el debate acerca de cómo abordar de la mejor manera posible las consecuencias derivadas en las aulas.
Félix González, médico especialista en Psiquiatría, participó como ponente en la apertura de las jornadas y también en el trabajo de las mesas técnicas, constituidas con la idea de aportar propuestas y líneas de actuación dirigidas a la Administración Educativa de Canarias, con el fin de favorecer el impulso, fortalecimiento e integración de medidas educativas que permitan seguir desarrollando el trabajo en el marco de la Educación Emocional y Resiliencia que, por otra parte y previamente a la crisis, ya se venía también acometiendo por la Consejería de Educación.
Félix, ¿nos podría resumir con una idea lo que se trató en las jornadas?
Pues creo que sí. Incluso con una palabra: la emoción. La emoción que se compartió entre quienes asistimos. Más allá de los interesantísimos contenidos de las ponencias y de los debates técnicos en los que tuve la oportunidad de participar, todo el encuentro se desarrolló en un clima cordial, respetuoso en el intercambio de experiencias, conocimientos, vivencias, en torno a un ambiente entusiasta, repleto de buen semblante y muy bien organizado… En fin, el éxito de este encuentro y el buen estilo en el que se desarrolló muestran también el éxito y la calidad con la que la comunidad educativa en su conjunto afrontó y solventó con un ejemplar talante humano y extraordinaria profesionalidad, la contingencia en los centros educativos.
¿Sobre emociones entonces no solo se trató en esos días a nivel teórico, y de estrategias, sino que también se logró hacerlo un entorno emotivo?
Se sintieron muchas emociones además de tratar sobre ellas. Mi impresión es que, por una parte, se hizo un gran trabajo preparatorio y organizativo que fue muy eficaz, y cuyo resultado fue de gran interés conceptual. Durante estos días de intervenciones y coloquios se analizó lo ocurrido en el periodo que duró la erupción y tratamos de buscar, como contemplaba el programa, las mejores opciones para apoyar a los docentes, tanto en el presente como en el futuro del trabajo con sus alumnos. Como regalo durante las jornadas, se consiguió como añadido y sin que me parezca que se buscara al menos conscientemente, algo no menos importante, que fue una oportuna y necesaria catarsis.
¿Catarsis? ¿También se trató ese tema?
No. Al menos no de forma explícita. Pero estoy convencido de que como en el día a día, el reto en el ejercicio del profesorado no consiste solamente en conseguir la incorporación por parte de su alumnado de conocimientos estrictamente académicos. Durante la erupción, además de continuar, a pesar de la fatiga, con las clases, se logró compartir también en las aulas las impresiones que en los estudiantes estaban irrumpiendo de forma permanente ante la contemplación de aquellas situaciones trágicas para sus afectos, para sus recuerdos, para sus hogares, para su patrimonio… Con esto se consiguió atemperar los ánimos mediante el reconocimiento de las emociones que tan sensibles estaban por esos días inciertos y oscuros. A este ejercicio de liberación le atribuían ya los griegos cualidades de purificación emocional, corporal, mental y espiritual. Y lo llamaron catarsis. Este importante trabajo, quizás sin darse mucha cuenta ni ponerle nombre, lo hicieron todas las personas que trabajan en los centros educativos, no solo el cuerpo docente, también el personal administrativo, de servicios, conserjes… y cómo no, también, y no menos importante, quienes atendían sus cafeterías, cuyas lumbres simbolizaban que las cocinas mantenían vivas, al menos allí, la posibilidad de tomar algo reconfortante, y también la llama de los hogares que muchos habían perdido. Las emociones se transformaban en sensibles cuidados especialmente a los más abatidos, a los más tristes, a los más extenuados por el cansancio, por la falta de sueño, por el semblante de desconcierto y desasosiego que se había apoderado de sus padres, de sus abuelos… de su familia. Todo esto lo puede sentir y apreciar de cerca.
¿Cuál es su estimación acerca de la repercusión psiquiátrica de la crisis volcánica sobre la población?
Más que mi opinión profesional sobre la influencia de la erupción habría que tener en cuenta las evidencia de lo que se ha estudiado sobre el impacto psicológico de otras experiencias traumáticas a nivel colectivo. Está demostrado que después una de catástrofe natural, y ante el alto nivel de angustia propio que ha conllevado esa situación, la gran mayoría de las personas consigue adaptarse, sin que ello suponga que a nivel general se desarrollen como consecuencia enfermedades mentales graves ni tampoco una epidemia psicopatológica. Esto conviene tenerlo en cuenta para que las muchas personas que han experimentado intensos estados de estrés, ansiedad o tristeza, no crean que por ello necesariamente se van a enfermar y tampoco necesitarán en la mayoría de los casos psicofármacos, al menos por largo tiempo. Sufrimiento no tiene por qué equipararse a trastorno mental.
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