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'Venecia sin ti'

Carmen Izquierdo

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Un día comenté a una compañera de trabajo algo más joven que yo (bueno, quizá bastante más) si conocía la película de Los Goonies y me sorprendió ver su cara de sorpresa, como si le hubiera comentado algo sobre El acorazado Potemkin; no nos llevábamos tanta edad para haber perdido el eslabón que conectaba generaciones. Pensé que cómo podía pasar algo así en plena globalización.

Entonces me di cuenta. Ni hermanos mayores, ni primos de edades variadas, tíos, abuelos… Esas capas generacionales que se solapan como las del Photoshop para crear ese macromundo interior de detalles evocadores que definen una época. Charles Aznavour supuso algo de eso, rescatado de otro tiempo que nunca viví en su eclosión. Pero los de mi quinta éramos curiosos que abordábamos como si se tratara de un examen los álbumes familiares para ver que los mayores también fueron jóvenes.

Patillas pobladas y extralargas, pantalones de campana, gafas de sol para tapar el mundo… Y la música. Cantautores de aquí y de allá. Pero con gran fuerza, además de Inglaterra y Estados Unidos, Italia y Francia. El icono de lo francés, de niña, me parecía Aznavour. Con esa guturalidad imposible arrastraba las palabras para acunarlas hasta el punto en el que solo una frase redondeaba la tonada, y podía repetirse y repetirse hasta desvanecerse en la siguiente melodía.

Compuso más de mil canciones hasta su muerte a los 94 años en este mes de octubre, pero como seguidora tenaz yo repetía y repetía los temas más icónicos. Como She, La Bohemia y Venecia sin ti… Un día, descubrí que el icono de lo francés era nacido en Francia pero de origen armenio, y algo en mí se congeló de sorpresa. Busqué entre todos los artistas otra voz más francesa y ninguna me lo pareció tanto como aquel señor de familia migrante que se hizo ciudadano del mundo.

Por eso, en estos tiempos donde vuelve la violencia y la tensión para decantarse por un territorio y las raíces, yo siento saber que aquel hombre de todas partes nos deja. Y no quiero olvidar que a veces es más productivo vivir La Bohemia que el absurdo de una pantomima llamada realidad.

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