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LECTURAS

Alejandro Seselovsky y un homenaje a la crónica argentina

Skylab Disco, sobre la avenida Brigadier General Juan Manuel de Rosas, en el corazonistas de La Matanza.

Mariana García

3 de marzo de 2025 00:16 h

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Alejandro Seselovsky es un rumiante de las crónicas. No las escribe. Las mastica, las deglute, como quien saborea cada instancia del proceso de digestión. Es un cronista de cabo a rabo, de esos que se zambullen en el proceso y, en tiempos de textos breves, rápidos y apurados, reivindica la paciencia y el oficio coser una por una las letras que acabarán en el texto final.

Editarlo es un lujo que se disfruta tanto como leerlo. Publicado por Orsai, acaba de publicar Negro Argentino, cuyo su subtìtulo, obviamente, es Crónica nacional. El libro es un repaso por sus crónicas publicadas en elDiarioAR, Rolling Stone, La Agenda, Planeta Urbano y Orsai, Pero repasar sus crónicas es también su búsqueda por su identidad negra. Hijo de una mamá desconcida, dado en adopción, criado en una familia de clase media y buen pasar, sus textos muestran los choques entre su piel y su realidad y descubre las falsedades de una sociedad que se autopercibe inclusiva.

“Las personas que viven sus vidas sobre un mismo suelo, bajo el gobierno de una misma bandera, sumadas todas, hechas conjunto, hacen del territorio una nación. Llevo más de treinta años queriendo escribirla”, escribe en el prólogo. Y el primer texto es Mamá, la crónica de una despedida –la muerte de esa madre adoptiva– y una búsqueda –la de esa madre que lo llevó en la panza–.

Este es su tercer libro. Publicó en 2005 Cristo llame ya! (Editorial Norma) y Trash, un volumen sobre personajes mediaticos argentinos.

En elDiarioAR, Seselovsky fue censista, navegó la hidrovía, pasó la Navidad en Puerta de Hierro, en La Matanza, trazo los perfiles de Santiago Cúneo, Carlos Maslatón y Pablo Moyano, y descubrió el mundo de Las Mabeles, el brazo femenino de la Revolución Federal. Un abanico extenso que muestran su habilidad para sumergise en universos distintos.

El texto que integra Negro Argentino es Las manos de todos los negros arriba bien arriba y cumbia wacha, matancera, para pasarla de primera. Es la crónica de una noche en Skylab, en el mítico boliche de La Matanza. Para hacerla, no pidió un auto, estuvo algunas horas y escribió. Alejandro hizo lo que un cronista debe hacer. Viajó en bondi, hizo la previa en Ciudad Evita, y terminó al amanecer. “Quiero vivir todo el proceso”, avisó. Y lo hizo.

Aquí un tramo del resultado final: “Acá, ahora, adentro, están todos. Pero todos. Incluso los que no están. Quiero decir: acá, el que quiere, pasa. A nadie en este sitio se le ocurre que esto pueda llamarse inclusión, porque así hablan en los bares de #FSoc, la Facultad de Sociales. Pero sí, se llama. Todos quiere decir: las viejas, los viejos, las wachas, los wachines. Las gordas, las flacas, las que tienen dientes, las que no los tienen. Los turros, los finos del bigotito, los pibardos. El señor perfumado de la camisita y la piba de las uñas con incrustaciones de fantasía. Los que nunca entran a ningún lado, los que no tienen ese problema. Las rochas, los giles, las madres de las rochas y los padres de los giles. Tenía razón Samid, hay veteranas. Lo que no sabía era que venían con sus hijas y tal vez haya el caso de una abuela con su nieta”.

Alejandro no es un periodista fácil, de esos que entregan la nota y se olvidan del tema. El demanda. Requiere atención, necesita discutir focos, antes y después de estar en el “territorio”, como le gusta decir. Sabe que en ese ida y vuelta encontrará esa mirada que está buscando. No es fácil encontrar cronistas con semejante compromiso y Negro Argentino es la muestra de eso.

MG

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