El último refugio para el cine clásico en León evoca la nostalgia de los Capuchinos

La película podría titularse Regreso al futuro. Habría que imaginarse a los hermanos Lumière en el León de 2025, asistiendo a 'El cine de los Capuchinos' del Teatro San Francisco y creyendo que se trata de un homenaje a su obra: la invención del cinematógrafo y la primera proyección al público en el número 14 del Bulevar de las Capuchinas de París hace 130 años. Y tendrían razón, pero les faltarían datos. Porque el nombre del ciclo tiene una reminiscencia más íntima para generaciones de leoneses que todavía se recuerdan las tardes de los domingos de los años cincuenta, sesenta y setenta en la butaca con sesión doble frente a indios, vaqueros o romanos. Así le sucede a Enrique López, que participa a través del Centro Dramático Leonés en la gestión de este espacio cultural desde hace diez años (casi todas las fechas de este reportaje son redondas). Y ahora superpone las experiencias como espectador y programador: “Yo, cuando era niño, venía a ver las películas; y ahora, 50 años después, las pongo”.
“Yo pertenecía a la competencia”, sonríe Fernando Montes Pazos, que estudió en los Agustinos, donde había un “cine muy similar” de doble sesión hasta que cerró en 1976 y se derribó el edificio en 1977. Y pasó a disfrutar de su afición con los Franciscanos. “Yo vivía aquí al lado. Era vecino del barrio”, tercia Luis Ramón González, que creció en torno al Cine de los Capuchinos, la denominación popular de las proyecciones de los domingos en aquella sala con anfiteatro y capacidad para 700 espectadores que cerró en 1980. Cuando mucho tiempo después se enteró por casualidad de que el espacio se había reacondicionado, Ramón González hizo con Montes Pazos una propuesta vinculada con su pasión. La gestión ya había pasado de la orden religiosa al Centro Dramático Leonés. “Fue así”, cuenta Enrique López, “como tomamos contacto con dos tipos raros, locos, amantes y muy conocedores del mundo del cine”. Podrían ser Jack Lemmon y Walter Matthau en La extraña pareja, pero se hacen llamar Rapaz (acrónimo resultante de unir las primeras letras de Ramón y Pazos), la firma que usan para las críticas con las que reseñan las películas.
La historia, para empezar por el principio, se remonta a 1885, cuando los Franciscanos Capuchinos estrenaron un teatro. Faltaban diez años para la invención del cine. Comenzó a funcionar como espacio escénico, tuvo que cerrar con la Guerra Civil y retomó el vuelo después. Fue a partir de los años cincuenta cuando se empezaron a proyectar películas, mientras León abría en 1951 el Teatro Emperador y despedía en 1962 el Teatro Principal, en el edificio del Ayuntamiento de San Marcelo. “Daban cine no comercial, películas que ya eran viejas”, explica Enrique López al rememorar en la pantalla filmes del oeste o de romanos. Cuando cerró, el abanico de lo clásico todavía se mantuvo a través del Cine Universitario, del Teatro Emperador y de la Filmoteca de la Obra Social de Caja España, el último reducto hasta la implosión de la entidad financiera. Fue en 2015, hace ahora 10 años aprovechando el 120 aniversario de la iniciática Salida de los obreros de la fábrica Lumière, cuando regresó ese tipo de oferta a la capital leonesa. La película, en ese caso, podría haberse titulado Volver a empezar, el oscarizado filme de José Luis Garci.

La película elegida para el regreso al San Francisco fue Cinema Paradiso. Y al ciclo se le llamó en primer lugar '120 años de la historia del cine'. Fernando Montes Pazos explica la confluencia de hasta tres factores. “El primero fue la nostalgia de recuperar este espacio en el que nos educamos cinematográficamente hablando”, expone para citar a continuación ese aniversario redondo de la invención de los Lumière y una manera de conectar el eslabón perdido cuando en 2006 cerró el Teatro Emperador con un ciclo de cine clásico de entrada libre. El último filme del Emperador, ese canto de amor al cine con banda sonora inolvidable, fue el primero del renacido San Francisco. La programación se basó en cintas archiconocidas. El interés por esas películas inmortales y la curiosidad por visitar un espacio redimensionado (desapareció el anfiteatro y se redujeron las localidades a la mitad) se desbordó a la siguiente cita, cuando se proyectó Casablanca y hubo que colgar el cartel de No hay billetes. El homenaje duró todo aquel 2015 cada quince días, con las vacaciones de Semana Santa y verano como paréntesis, y despedida con ¡Qué bello es vivir! en vísperas de Nochebuena.
Yo, cuando era niño, venía a ver las películas; y ahora, 50 años después, las pongo
El dúo Rapaz tiró de otra efemérides para rescatar de nuevo en 2017 el cine clásico. Volvió a llamar a la puerta del Centro Dramático Leonés con la oferta de aprovechar el centenario de la Revolución rusa para proyectar El acorazado Potemkin. “Pensábamos que nos iban a mandar por ahí, pero les encantó la idea”, apunta Fernando Montes Pazos. Era una manera de redoblar la apuesta al poner una película muda con el recelo de cuál sería la reacción del público. “La gente suele identificar cine mudo con cine cómico. Y, por supuesto, que son maravillosas las películas de Chaplin o Buster Keaton, pero es mucho más: es Griffith y una infinidad de cineastas más. Y, sorprendentemente, a la gente le gusta mucho”, añade. Y fue así como el ciclo, que se rebautizó entonces ya como 'El cine de los Capuchinos' para pasar a una periodicidad semanal entre octubre y abril (ahora cada martes, a las 20.00 horas y con entradas a 4 euros), empezó a reservar la primera fecha de cada mes para proyectar una película muda. El resto se pasan en versión original subtitulada, otro salto frente a las dobladas de la programación de 2015. Y la última variación entronca con la filosofía de dar cancha a títulos no tan conocidos como los totémicos de hace diez años.

“Probamos a hacer pedagogía poniendo cosas menos conocidas por el gran público con la intención también de promover el interés por el cine”, señala Montes Pazos, que fue asumiendo el rol de hacer una breve presentación previa, apenas cinco minutos no tanto para describir la ficha técnica como para “hacer hambre” entre el público. El ciclo, que representa un guiño nostálgico para cinéfilos que se reencuentran con 'El cine de los Capuchinos' tras haber saboreado los últimos años del antiguo espacio, se enfrenta a más dificultades para atraer a las nuevas generaciones. “Hay un salto. Las nuevas tecnologías y las nuevas formas de consumo audiovisual han cambiado tanto que a una persona de 20 años la metes a ver una película de los años cuarenta y no aguanta. Es que no tiene paciencia. Hoy un vídeo de TikTok son 20 segundos. Lo que no saben es que todo lo de ahora viene de antes. Hoy no inventan nada”, expone Ramón González.

Cuando un martes de mediados del pasado febrero concluye la proyección de La bella y la bestia y se encienden las luces, Carmen Rodríguez y las hermanas Maribel y Manuela Borrego hacen memoria para recordar cómo era el antiguo cine y el de los Agustinos. “Allí los chicos y las chicas estaban separados”, dicen mientras citan salas comerciales como las del Avenida, el Azul, el Mary o sesiones dobles como las del Teatro Trianón. “Salvo que no esté en León, vengo todos los martes. Me da igual la película que sea. Unas me gustarán más y otras menos”, cuenta Maribel Borrego tras reconocer un sentimiento “muy nostálgico” por recuperar un antiguo espacio de ocio y mostrarse conforme con la programación, si bien sugiere evitar ciclos puntuales como el que durante esas semanas de febrero encadenó varias películas de monstruos. Pese a hacer promoción en su entorno, reconocen que la versión original subtitulada es una barrera. “Hay quien dice que leyendo pierden detalles. Aunque también hay quien las prefiere porque así dicen que educan el oído”, contraponen. Con todo, el mayor hándicap está en el cambio en los hábitos de consumo: “Ahora el cine lo tienen en casa”.
El ciclo, con un paréntesis por el medio, acaba de cumplir 10 años y el cine 130. 'El cine de los Capuchinos' tiene una doble virtud: completa la programación cultural del San Francisco (volcada fundamentalmente en una oferta musical y escénica con mucha cancha para el público familiar) y representa el último refugio habitual para los clásicos en León. La línea no cambiará. “Poner películas dobladas y más comerciales sería variar la filosofía”, sostiene Luis Ramón González para confiar en un futuro para este tipo de programación: “Más que por nosotros, por la gente: para que esto no muera porque a mí me parece una cosa igual de igual de bonita que una exposición de cuadros o que una biblioteca. Es cultura”. Y así el Teatro San Francisco anticipa en esta temporada la Navidad con Plácido y la Semana Santa con Los jueves, milagro, para que León pueda sumarse con Luis García Berlanga a las celebraciones por los 130 años del cine.