Amor con amor se paga

No hace falta ser cristiano para amar a Francisco. Hace falta estar abierto a las lecciones que necesitamos aprender los que creemos en una Argentina humana y una humanidad digna de ese nombre.
Con Francisco aprendemos a soñar juntos un mundo de hermanos y hermanas, sin esclavos ni excluidos, con tierra, techo y trabajo para todos, que respete el principio de ecología integral; aprendemos con él a luchar contra la cultura del descarte y la indiferencia, a escuchar el grito de la tierra y de los pobres como un solo grito que emerge de un sistema “que es injusto de raíz”, un sistema que “ya no se aguanta”.

Con Francisco aprendemos que la salida es ponerse la patria al hombro, nosotros militantes, cualquier ciudadano; a estar dispuestos jugarnos el pellejo por nuestra gente, por los valores humanos elementales; aprendemos a hacer lío cuando la cosa está dormida y luchar cuando va para atrás, a costa de nuestra propia comodidad o incluso de nuestra seguridad.
Con Francisco aprendemos que todos nacemos con una dignidad infinita pero también con una deuda de amor que debemos pagar con nuestras acciones, especialmente con los más frágiles: los niños, los ancianos, los humildes, los migrantes. Que en la vida llevamos un montón de pagarés de amor y que es muy triste irnos de este mundo sin honrar estas deudas.

Con Francisco aprendemos que del inevitable conflicto podemos construir la unidad superadora si sabemos sufrir las contradicciones sin ocultarlas, sin fingir demencia, sin “irenismos” pero tampoco quedándonos en ellas encerrados, sin entrar en el modelo mental del algoritmo: nosotros somos superiores, tenemos razón en todo. Tratar de entender que hay de bueno en la posición del otro y sin negar la propia construir una síntesis dialéctica.
Con Francisco aprendemos que debemos elegir el tiempo sobre el momento fugaz y el espacio posesivo; elegimos impulsar procesos de cambio con sentido en vez de pelearnos por espacios de poder que sólo alimentan egos personales o fraccionales. Entonces aprendemos que los dirigentes a veces tenemos que ir al frente combatiendo pero otras veces detrás empujando, sembrando nuevos protagonismos, predicando con el ejemplo la capacidad de renunciamiento.
Con Francisco aprendemos que hay intereses que son globales pero no universales. Entonces, el todo es superior a la parte siempre que no sea un todo aplastante, opresor, que pretende subordinar, cooptar o aniquilar la diversidad; el todo, aprendemos de él, es un poliedro donde cada uno aporta su identidad, su historia, su cultura, su trasfondo social, sin necesidad de negarse a uno mismo por el poder aplastante de la uniformación consumista o la anulación autoritaria.
Con Francisco aprendemos que los ideologismos abstractos, sean conservadores, sean progresistas, son falsas representaciones que invisibilizan la realidad y muchas veces formas deliberadas de colonialismo cultural. Es la realidad concreta de las personas y los pueblos la que debe formar las ideas y doctrinas. Aprendemos a desconfiar de los eufemismos enlatados que tantas veces ocultan un crimen.
Con Francisco aprendemos que sigue habiendo esclavitud, que sigue habiendo colonialismo, que no podemos cerrar nuestros ojos a estas realidades destructivas que todo lo subordinan al imperativo de la ganancia, que se alimentan de estiercol, sí, del “estiercol del demonio” que es el Dios Dinero. Aprendemos con él que estas estructuras de pecado hay que combatirlas en las micro relaciones (el cuerpo a cuerpo) y las macro relaciones (los sistemas sociales).
Con Francisco aprendemos cuál es la diferencia entre pecado y corrupción. Los corruptos son sepulcros blanqueados: bellos por fuera pero por dentro están llenos de huesos putrescentes. “Una podredumbre barnizada: ésta es la vida del corrupto. Y Jesús a éstos no les llamaba sencillamente pecadores. Sino que les decía hipócritas”.
Con Francisco aprendemos que la guerra es siempre una derrota y que vivimos en una tercera guerra mundial en cuotas jalonada por los muy concretos intereses de poderes económicos cuyos balances no cierran sin la industria de las armas y la muerte; aprendemos a tener coraje para denunciar los crímenes de guerra como él tuvo coraje para pedir perdón a los pueblos originarios por los crímenes de la colonización.
Con Francisco aprendemos la dignidad de las periferias y los pueblos pobres, como el nuestro, porque sí, los argentinos somos un pueblo pobre, aunque haya tantos ricos, aunque haya una clase media muchas veces vanidosa, aunque haya políticos y empresarios que quieran parecerse a los “grandes” del primer mundo; sólo reconociendo que somos periferia, que somos pobres, sólo sacudiendo de nuestra conciencia la falsa vanidad aspiracional -que oculta un complejo colectivo de inferioridad- podemos realizar nuestro destino como Pueblo.
Con Francisco aprendemos que en las malas hay que estar porque cuando estuviste bancando a uno que estaba hambriento, sediento, migrante, preso o enfermo, estabas bancando a Jesús. Ahora él, representante de Jesús en la Tierra, está enfermo. Caminemos llevando cada uno su lucecita de esperanza hasta ahí donde él trabajaba en nuestra casquivana Capital Federal, donde se tomaba el subte; dejando una vela, una cartita, nuestro corazón, frente a su catedral desde la que lanzaba verdades incómodas, desde donde un día se fue a Roma llevando en su raída valija negra los sueños y esperanzas de las periferias.
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