Crítica

Por qué todo el mundo habla de 'Adolescencia', una serie excepcional que triunfa en Netflix con el 'boca a boca'

Owen Cooper y Stephen Graham en la serie de Netflix 'Adolescencia'

Laura Pérez

En los últimos días no ha habido conversación seriéfila que no haya girado en torno a Adolescencia (Adolescence), la nueva miniserie fenómeno de Netflix. Otro éxito del 'boca a boca' en la era de las plataformas que ha provocado una fascinación generalizada y que, apenas transcurridos tres meses de 2025, ya se ha convertido en una de las grandes ficciones del año con total merecimiento.

Frente a otros proyectos ultracomerciales repletos de elementos 'taquilleros' para triunfar, lo de esta producción británica es del todo excepcional: está compuesta por únicamente cuatro capítulos de entre 50 y 65 minutos, todos ellos rodados en plano secuencia. Es decir, en una única toma, sin cortes ni edición. Un reto audiovisual e interpretativo que, más allá de la habilidad técnica, ayuda a elevar a esta serie a la categoría de inolvidable. O, al menos, a la de esas que dejan una huella especial por un tiempo.

Para comprender a qué viene tanto elogio basta con echar un vistazo a su primer capítulo. O en su defecto, con leer alguna de las muchas críticas que desde su estreno el pasado 13 de marzo han analizado por qué parece que en los últimos días todo el mundo habla de esta nueva serie de Netflix. Una conversación social que se ha traducido en un top-1 en la plataforma que, con total probabilidad, seguirá viendo disparados sus números en próximas semanas.

Creada por Jack Thorne y Stephen Graham, y dirigida por Philip Barantini, Adolescencia cuenta la historia de Jamie Miller, un adolescente de 13 años que es detenido y acusado de asesinar a una compañera de clase. Una sinopsis tan breve como impactante, casi tanto como la impresión que genera en el espectador ver por primera vez al joven Owen Cooper en la piel del protagonista mientras un grupo de agentes de policía entran en su habitación infantil para arrestarle.

En ese momento comienzan dos viajes. El de la ficción, con el presunto asesino y especialmente su familia ajenos a lo que la investigación va a depararles. Y el real que experimenta todo aquel que decide darle al play y 'subirse' a una de esas series que remueven e incomodan, haciéndote transitar por todo tipo de sentimientos en apenas cuatro horas.

Un reto técnico, interpretativo y narrativo histórico en TV

Como comentábamos, gran parte de la excepcionalidad de esta ficción es consecuencia de la técnica cinematográfica elegida para la totalidad de su metraje: cuatro planos secuencia, uno por capítulo. Una técnica que habitualmente se introduce de manera puntual o limitada en obras audiovisuales (buenos ejemplos de ello son el episodio 5 de Monstruos: La historia de Lyle y Erik Menendez o el 10 de Los años nuevos, ambas series de 2024), pero que en este caso marca la totalidad del relato.

Así las cosas, la serie en su conjunto es un reto audiovisual e interpretativo de los que no abundan, pues toda la acción sucede ante la cámara de manera milimetrada, como si de una representación teatral se tratase. En lo que al equipo técnico se refiere, el desafío al que se han enfrentado lo ha desglosado recientemente Netflix al revelar secretos y curiosidades de rodaje, como recogimos aquí. Y en lo que respecta al elenco, asistimos a una masterclass de interpretación de unos actores que pasan del pánico a la ira o al dolor en apenas segundos, sin cortes y sin que un montaje pueda 'salvar' a nadie.

En ese sentido, conviene subrayar tres nombres propios. El primero es el de Owen Cooper, un joven de 15 años sin experiencia previa como actor que firma un debut sobresaliente en el papel protagonista. Los matices de su Jamie Miller en el primer y tercer capítulo bien merecen todos los premios que probablemente le lloverán el próximo año. El segundo es el de Stephen Graham, que si bien no es un descubrimiento para nadie, se marca una de sus interpretaciones más brillantes como el padre del acusado. Y el tercero es el de Erin Doherty, conocida por su paso por The Crown, que sobrecoge en la piel de la psicóloga Briony Ariston.

A estos retos se suma el narrativo, ya que resulta de lo más complicado retener la atención del espectador en un plano que dura casi una hora, y que tampoco puede servirse de la labor de montaje para acelerar su ritmo. Algo que Adolescencia sortea sin problemas, pues logra transmitir la tensión de cada momento y hacer partícipe de toda situación a aquel que está viendo la serie desde su sofá.

Especial mención merece el primer capítulo, la mejor puerta de entrada posible a esta historia, y principalmente un tercer episodio que se desmarca como una pieza televisiva memorable. En su escenario, una sala común de un centro de menores, se genera de pronto un torbellino incontrolable de emociones y reflexiones sobre la educación y la masculinidad, provocado por lo que parecen “simples” preguntas de una profesional a un adolescente con graves problemas de conducta.

Retrata el cultivo de las nuevas generaciones, con una 'falta'

Sin entrar en spoilers, y más allá de lo arriba analizado, si por algo Adolescencia debería ser una serie de visionado obligatorio para padres e hijos no es por su estilo, sino por su temática. Y no precisamente porque esta situación de extrema gravedad sea común en toda familia, sino por las enseñanzas de calado que deja en sus cuatro entregas.

A lo largo de sus capítulos, esta serie se adentra en 'la mente' de las generaciones Z y alfa para desenmarañar y traducir los que son ya códigos propios que los adultos difícilmente son capaces de interpretar. Términos y comportamientos intrínsecos a los adolescentes de hoy en día, nacidos y criados en Internet y las redes sociales, que pueden tener consecuencias impredecibles.

Así las cosas, y bajo la visión de los adultos que educan dentro y fuera del hogar, Adolescencia retrata el clima en el que se 'cultivan' las nuevas generaciones. En sus propias casas, con los roles que sus padres muchas veces reproducen de manera inocente o inconsciente. Y en los colegios e institutos, donde los perfiles que adquiere cada uno en esa época de formación acaba marcando. Además, la serie pone de relevancia el caldo de cultivo de las redes sociales y cómo pueden ser una herramienta feroz de bullying entre los menores que acceden a ellas sin control ni supervisión.

Llegados a este punto, y siendo indiscutibles los muchos aciertos de esta serie en su retrato de la adolescencia inspirándose en un caso real, cabe señalar una 'falta' que sus propios guiones verbalizan. En su capítulo 2, uno de los personajes reflexiona sobre cómo en todo crimen la víctima acaba siendo olvidada mientras la figura de su verdugo está en el centro de todo: en la investigación, la acusación, el juicio, la sentencia y su futura reinserción, si se da el caso.

Y esa es precisamente la piedra en la que tropieza -voluntariamente o no- Adolescencia, en que ni la víctima ni su entorno tienen un mínimo protagonismo en el relato. Porque aunque el foco de esta narración se sitúe en otro lado, las víctimas no pueden ni deben ser la parte olvidada de la historia.

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