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De la Japuta a los Alpes

Carlos Juma

La japuta, conocida como palometa, es un pez, pero el “joputa” es una variedad del ser humano que tiene una idea obsesiva de hacer el mal, planificarlo y llevarlo a cabo con una destreza megalómana de perfil alexitímico, inexpresivo, carente de emoción o sentimientos.

Mucho se ha escrito sobre la conducta del copiloto de Lufthansa que ha llevado a la inmolación a ciento cuarenta y nueves personas más. Y seguramente continuará.

Los límites entre la psicopatía, entendida como enfermedad mental, y la conducta asesina no están establecidos, ni creo que lo estén; congresos, simposios, reuniones no han sido capaces de establecer la línea roja entre enfermedad e inimputabilidad de acciones terroríficas como la que hemos vivido con inmenso pavor en fechas recientes.

No me encaja una situación de depresión con la magnitud del asesinato llevado a cabo por el miserable copiloto de aviación. Se podría comprender que deseara el suicidio y se extinguiera sólo y exclusivamente este personaje pero llevarse por delante a los pasajeros de aquel vuelo sólo lo veo a la luz de quién quiere decirle al mundo “urbi et orbi” que estaba lleno de ira y de frustración contra todo y puede que, finalmente, su oscuro deseo fuera la propia compañía aérea en la que trabajaba.

La justificación de lo que no tiene justificación alguna no ha lugar. La explicación a través de enfermedad mental me parece que es una manera de suavizar la inherente y gravísima responsabilidad que recae sobre el autor de esta masacre.

Demasiado buen aspecto, ningún perfil que hiciera sospechar que incubaba una depresión, y quién sabe si realmente sus partes de baja médica no eran más que el juego sucio de quién accede a los servicios médicos escondiendo su miserable objetivo de destruir la compañía aérea, vaya usted a saber si por asuntos laborales, amenazas de despido, frustración, etc. simulando una melancolía y/o un trastorno grave de ansiedad, cuyos síntomas son fáciles de obtener en internet o en cualquier libro de Medicina y aplicárselos.

No sería el primer individuo que miente más que habla, capaz de aprender rápidamente y poner en marcha todo el repertorio de síntomas muy bien hilvanados. Eso se llama engaño, y el maestro del engaño revienta cuando se ve acosado por la verdad.

Mientras duró el engaño vivió lindamente pero no me extrañaría que alguien pusiera en entredicho su conducta o le destapara sus miserias; con ello bastaría para reventar en un estado de cólera que, como buen simulador, escondería hasta llevarlo al objetivo que finalmente perseguía: reventar a Lufthansa y que peor manera de hacerlo como la elicitada por el copiloto.

Desde luego, la japuta es un pez, pero hay sujetos malnacidos, sin duda de madre santa, que revientan su ira y frustración llevándose por delante la inocencia de ciento cuarenta y nueve seres humanos indefensos, y esos se llaman “joputas”. Mucho me recuerda al modus operandi de los ataques suicidas con bombas. ¿El sujeto que los lleva a cabo es un depresivo, un ansioso, un psicópata? La ira, la frustración, la desesperanza llena el saco del acto suicida contra sí y contra inocentes tiñendo de rojo el blanco suelo de Los Alpes.

Se me ocurre como una opinión más pues también sucede aquí como allá.

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