Nuestro futuro como Unión Europea está en juego en Alemania
La señora de la imagen es Alice Weidel, la candidata del partido alemán Alternativa para Alemania (AfD) para las elecciones que se celebrarán el próximo febrero. Su postura política ha generado una intensa polémica, ya que una de sus principales propuestas es que, si su partido llega al poder, buscará la salida de Alemania de la Unión Europea. Esta idea responde a la crítica que la AfD dirige hacia el papel de la UE y las políticas adoptadas por los dirigentes alemanes en las últimas décadas.
El contexto que rodea esta propuesta es una Alemania en crisis laboral, con más de 100.000 despidos recientes en una industria que tradicionalmente ha sido pilar de su economía. Weidel acusa a los gobernantes de haber impulsado medidas que, según ella, han dañado la capacidad del país para competir en el mercado internacional. Critica la supuesta “blandura” y el “buenismo” de los líderes actuales, a quienes responsabiliza del debilitamiento de la fuerza exportadora alemana y de la pérdida de relevancia económica.
Aunque el AfD es actualmente la quinta fuerza política en el Bundestag, las encuestas muestran un notable aumento de su apoyo, situándola ya como la segunda formación más votada. Este crecimiento refleja el impacto que sus mensajes están teniendo en un sector significativo de la población, especialmente en un contexto marcado por la insatisfacción económica, social y por la sensación de que las élites políticas no están respondiendo a las necesidades reales del trabajador promedio.
Resulta inevitable considerar el modo en que la izquierda —históricamente alineada con las clases trabajadoras— ha terminado favoreciendo el ascenso de estas nuevas derechas. Durante décadas, parte de la izquierda se fue alejando de los problemas cotidianos del trabajador, diluyendo su discurso en torno a identidades y causas que, sin ser menos legítimas, no se perciben como prioridades inmediatas por una masa de electores que antes la apoyaba. En este desplazamiento, la antigua base obrera, desatendida e incluso desorientada, ha encontrado en formaciones como la AfD, los partidos de Marine Le Pen, Giorgia Meloni o el fenómeno Milei, una voz que promete volver a lo esencial: empleo, soberanía económica y fortaleza nacional.

Es importante subrayar que no se trata de un movimiento político monolítico ni uniforme: figuras como Javier Milei en Argentina, con un discurso abiertamente minarquista y contrario a la intervención del Estado, difieren de las políticas proteccionistas y conservadoras de Meloni en Italia o de Weidel en Alemania. Estas nuevas derechas abarcan un espectro que va desde la oposición radical a la burocracia supranacional europea hasta corrientes más cercanas a la vieja izquierda laboralista, pero nacionalista, en cuanto a la defensa del empleo y la industria local. Este abanico híbrido dificulta las etiquetas simples y nos obliga a reconocer que su auge no es fruto de una única causa, sino de un entramado de desencantos y tensiones que la izquierda no ha sabido canalizar.
Este escenario se ve agravado por las políticas comerciales que está adoptando la Unión Europea, como el reciente acuerdo entre la UE y países sudamericanos para conformar un enorme mercado común. La consecuencia a ojos de muchos pequeños y medianos productores europeos es devastadora: la agricultura local, sometida a regulación y competencia desleal, puede sufrir un duro golpe. Esto alimenta la percepción de que la UE no protege a sus propios trabajadores y sectores estratégicos, generando las “razones” que dan combustible a la reacción contra las estructuras comunitarias. En el largo plazo, esta combinación de factores podría detonar una “voladura desde dentro” de la Unión Europea, un proceso de fragmentación y replanteamiento de las alianzas que, lejos de resultar un triunfo claro para alguien, abre interrogantes sobre el futuro del proyecto europeo.
La cuestión, finalmente, es a quién beneficia esta situación. ¿Deberíamos alegrarnos ante la posible implosión interna de la UE? Tal vez la respuesta no sea sencilla. Lo innegable es que, en este caldo de cultivo, la izquierda ha perdido parte de su credibilidad ante aquellos que alguna vez la consideraron su aliada natural. Y, al hacerlo, ha dejado el terreno libre para que esas nuevas derechas, tan diversas y contradictorias entre sí, ocupen el espacio político con un mensaje que, verdadero o no, llega a oídos cada vez más receptivos.
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