Ana María Vega, de 58 años, más conocida como Mari, observa de pie subida en una camioneta tipo pick up los pinos calcinados por el incendio de 2019 que flanquean la quesería que gestiona en el Cortijo de Pavón, en Santa María de Guía (Gran Canaria). Mientras lo hace, señala aquellos que están a punto de caer (“mira ese, mira ese”, exclama insistentemente), los que lo han hecho sin cortar las vías públicas (“cayó para el otro lado de la carretera, por suerte”, comenta aliviada) y los que, otra vez, podrían ceder en cualquier momento (“no me gusta nada ese árbol”, alerta preocupada).
En este lugar, en las medianías de la isla de Gran Canaria, el siniestro forestal de 2019 que afectó a más de 10.000 hectáreas, el más destructivo de ese año en España, dejó un reguero de pinos carbonizados aún por talar y limpiar que ahora quitan el sueño a Mari, su marido, el popular “Pepe el de Pavón”, y los hijos de ambos, también trabajadores en la quesería. Cuatro años después de la quema, los árboles, carcomidos y de apariencia negruzca, han ido cediendo ante las inclemencias del tiempo, ocasionando daños en los caminos de acceso, taponando el barranco e impactando, también, al ganado.
“Estamos cansados. Esto se ha dicho por activa y por pasiva, que llevamos años sufriendo caídas de árboles. Y no sabemos qué más hacer”, relata Mari.
La quesería del Cortijo de Pavón es una de las más prestigiosas de la isla. Cuenta con varios sellos de denominación de origen y ha ganado múltiples premios por las particularidades de su elaboración, realizada con leche cruda de oveja canaria, y basada en la trashumancia, una tradición milenaria en el Archipiélago en la que el pastor se traslada con el ganado en busca del mejor alimento para sus animales. Posteriormente, ese rebaño, que en este caso concreto lo componen cerca de 500 ovejas, regresa al corral para iniciar la producción. Al año, la obtención entre distintos tipos de queso puede alcanzar los 11.000 kilos.
La mala noticia para las ovejas de Pepe y Mari es que algunas de las zonas por las que campaban libremente están repletas en estos momentos de pinos quemados. Por ellas, es imposible ejercer la labor de “oveja bombero”, cuando el ganado limpia a bocados la vegetación para prevenir posibles incendios. Y a un ejemplar en particular, de hecho, “se le quedó clavado el estómago en las ramas de un tronco”, reseña Mari.
“Es pura impotencia. Y dejadez. Y abandono”, expone. “Cada vez que llueve y mis hijos tienen que entrar o salir del Cortijo, yo no duermo. Y no es cuestión de días, ni de meses, sino de años”.
La zona donde está ubicada la quesería, en Monte Pavón, fue adquirida por el Cabildo de Gran Canaria. Es un amplio espacio rural con presencia en tres municipios, Gáldar, Santa María de Guía y Moya, y combina la ubicación de explotaciones ganaderas con áreas recreativas e importantes extensiones de vegetación. Además, cuenta con rutas de senderismo para apreciar la que se conoce como “la pequeña Irlanda de Gran Canaria” por el tapiz verde del paisaje.
El consejero de Medio Ambiente, Clima, Energía y Conocimiento del Cabildo insular, Raúl García Brink, reconoce que la corporación es “consciente” de que tiene que recoger los árboles carbonizados que rodean la quesería del Cortijo. Sin embargo, apunta que han trabajado estos años siguiendo “una priorización”, que principalmente concierne a las vías públicas y, luego, a los montes públicos y privados. Actualmente, agrega Brink, los operarios de la institución colaboran con Obras Públicas para actuar en dos carreteras: la GC 21, en la zona de Cueva Corcho; y la GC 702, en Monte Pavón, donde ha habido incidentes en este sentido.
Brink aclara que la prioridad para el Cabildo sigue estando en la restauración de los terrenos afectados por el siniestro forestal de 2017, que calcinó más de 2.800 hectáreas en el corazón de la isla, la cumbre repleta de pinares canarios. Que estos trabajos no finalizan de un día para otro porque son incendios “de muchísima extensión” y hay que ir sumando fondos, en muchos casos provenientes de la Unión Europea (UE), para su ejecución. Entre 2019 y 2020, Canarias dedicó 2,38 millones de euros para labores de forestación y restauración de cubiertas vegetales y 611.619 euros en tareas de control de los procesos erosivos, según registros de la Asociación Nacional de Empresas Forestales (ASEMFO), que elabora cada curso estudios de inversión y empleo en el sector forestal financiados por el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico. Las cifras relativas a las Islas proceden del Gobierno canario y las corporaciones insulares.
“Esto no puede arreglarse todo con una varita mágica en dos años. Las consecuencias de los incendios duran bastante tiempo y necesitan de un trabajo a medio plazo importante, porque estamos hablando de zonas que, en muchos casos, no suelen estar muy bien comunicadas y requieren de actuaciones complicadas”, insiste Brink. “El incendio de 2019 afectó a casi 10.000 hectáreas. Si podemos intervenir en 1.000 cada año, podemos decir que somos unos afortunados”, enfatiza Manuel Amador, director insular de Medio Ambiente.
El jefe del Servicio Técnico de Medio Ambiente del Cabildo de Gran Canaria, Luis Fernando Arencibia, explica que los primeros cometidos después de un siniestro forestal buscan evitar la pérdida de suelo. Lo que ocurre con las llamas es que dejan “desnudo” el terreno, sin vegetación, por lo que, en caso de haber precipitaciones intensas a posteriori, la superficie podría deslizarse. Eso es lo primero. Luego los quehaceres continúan un orden según el criterio de los expertos, en el que ponen siempre por delante las infraestructuras de uso público. En 2021, el Gobierno canario anunció que había gastado cerca de dos millones de euros en trabajos de restauración ambiental por la quema de 2019, entre ellos la tala de 4.450 árboles quemados.
Arencibia pone como ejemplo de cómo son los plazos en estas labores la firma reciente de un convenio por valor de más de medio millón de euros para restaurar fincas privadas damnificadas por el fuego de 2017. “Lo que hacemos es priorizar”, reitera.
Unos pinos cayeron y otros no
En las inmediaciones de la quesería de Mari, la mayoría de los árboles son pinos radiatas, introducidos en Canarias a mitades del siglo pasado para realizar repoblaciones forestales gracias a su rápido crecimiento. Para esta especie, “la combustión cuando llega un incendio es total”, detalla María Guerrero, bióloga en la empresa pública GESPLAN y doctoranda en el Instituto de Productos Naturales y Agrobiología del CSIC, porque no está adaptado para sobrevivir al mismo ni presenta las características que sí ostenta, en cambio, el pino canario (también alrededor del Cortijo de Pavón).
Guerrero ha estudiado en los últimos años la resiliencia del pinar canario después de la erupción del volcán de La Palma, que nació en una zona con esta especie como dominante. La hipótesis que lanza la investigadora es que el pino canario, que sobrevive al fuego, no está adaptado a las quemas precisamente por los siniestros forestales, sino por la convivencia durante 13 millones de años con el vulcanismo activo de las Islas.
“Recuerdo que estábamos en medio de un pinar [durante la erupción] y dije, verás, cuando la colada entre en contacto con la pinocha, va a prender todo. Y me dijeron que no, que mirara lo que estaba pasando”, narra Guerrero. “Y la acícula [del pino] parecía una varita de incienso que utilizamos en las casas. Se prendía un poco, pero el fuego no se desplazaba a todo el individuo”.
La explicación, continúa la experta, está en las condiciones atmosféricas que crea el propio volcán, desplazando el oxígeno necesario para generar combustión. Pero también en las características del pino canario (corteza gruesa de hasta ocho centímetros, rebrotes desde el tronco, expulsión de semillas en condiciones de altas temperaturas, robusto sistema radicular…), descritas ya en la bibliografía y asociadas a los incendios forestales, pero que ahora han podido estudiarse en plena actividad volcánica. Todo ello esclarece por qué los pinos canarios resistieron a la erupción de La Palma y, también, a las llamas que cercaron la quesería de Mari y “Pepe el de Pavón”.