Amor y dinero, sexo y muerte: reflexiones de un devenir trans

Amor y dinero, sexo y muerte
Memorias envueltas en cartas
Una narrativa opaca
El mundo entero es disfórico / La disforia del mundo
El género, el tiempo y un solo de jazz
En Amor y dinero, sexo y muerte, publicado por Caja negra, McKenzie Wark se vale del universo epistolar para recordar y para descubrir los pasajes que le permitieron cruzar, a traves del tiempo, los laberintos de esos grandes temas. Lo hace desde su experiencia trans. Las cartas de Wark son dirigidas a destinatarias reales e imaginarias: su yo de los veinte años, su madre muerta, su hermana mayor, su exesposa y madre de sus hijxs, algunas amantes del pasado, una mujer trans racializada que no tuvo sus mismos privilegios, su yo de los cuarenta años y la diosa Cibeles, a la que admira y le rinde culto, entre otras misivas. Amor y dinero, sexo y muerte son memorias envueltas en cartas íntimas, tan íntimas y personales que una, como lectora, siente estar invadiendo un territorio de dos, al mismo tiempo que las cartas mismas proponen una doble destinataria: a quien está destinada la carta, por un lado, y a quién lee el libro, por otro.
Con el dispositivo carta, McKenzie Wark reflexiona sobre su devenir trans, un devenir que, en su caso, no es lineal, no es continuo, es tardío, y no es narrativamente conclusivo. Wark disputa el sentido de las memorias transexuales clásicas, que solían culminar con la transición y con el devenir mujer, siendo ese momento el de la consumación de un yo entero, íntegro, completo, pleno, pero que en verdad no hay tal cosa.Tampoco hay tal cosa como una narrativa única transexual, que se desprende de la premisa de haber nacido en un cuerpo equivocado y saberlo desde siempre. En las narrativas transexuales clásicas la idea de haber nacido en un cuerpo equivocado es el insumo para empujar la historia personal trans hacia su verdad profunda, hacia un yo que se conoce y reconoce desde siempre, el yo más propio. Para Wark no hay tal cosa como el yo más propio, de hecho una de las frases/mantras más repetidas en el libro es la de que yo es (un) otro. No hay una verdad del ser, por eso no diría que ser trans ahora signifique estar viviendo en mi verdad. Diría que es una ficción más adecuada. Este es el género de este cuerpo ahora. Así es como respira tranquilo.
Este es uno de los asuntos más poderosos del libro, la forma en que estas cartas exploran las experiencias personales de Wark para dar forma al relato de una vida que no solo va más allá de la narrativa “nací así y punto” sino que abre paso a otras narrativas para el devenir trans. Es efervescente y vital la apuesta por una narrativa de género que no sea clara ni organizada y esto es lo que sucede en Amor y dinero, sexo y muerte, que con virtuosa insolencia renueva la versión clásica de lo trans y permite acceder a algo más que un balbuceo para decir lo que se intuye: que más que dar con una verdad inmarcesible, tu no supiste desde siempre eso. Te la pasas dando volantazos, fracasando ciegamente en el género. Insisto en la potencia de esta narrativa opaca, de esta narrativa que se fuga del relato trans clásico respecto de que hay una verdad del ser que lleva a transicionar, una especie de verdad cuyo logro sería proporcionar satisfacción a esa demanda de confesión que no se le exige a otros cuerpos. Por otra parte, no hay nadie en condiciones de demandar eso, porque no existe una mirada oficial, legitimante. Muy por el contrario, dice Wark, el mundo entero es disfórico: el mundo se revuelve en su incomodidad, y todo lo que no es heterocisexual es el chivo expiatorio de esa incomodidad generada y acumulada por un orden de representación en el cual alguien debe ser responsable del fracaso sistemático de que los signos no se adecuen a las cosas (¡oh! seguíamos siendo tan platónicos). En este sentido es un libro mega contemporáneo por un lado, por cómo agita un relato trans que se sale de lo normado, del formato clásico; por otro, por cómo colabora con una cultura transexual que cuenta con materiales siempre escasos, con un archivo escueto que, en el mundo anglosajón parece ser incluso más reducido que en países como Argentina y Brasil. Es fundamental tener dónde apoyarse para florecer, ir escalando más allá del balbuceo y Wark, con este libro, aporta su base. Hay un hilo que la une a Jean Genet, que era muy consciente de que, un día, habría jóvenes en un pueblo pequeño que se identificarían y apropiarían de sus palabras y podrían sobrevivir gracias a sus libros.

Al mismo tiempo es evidente su contemporaneidad por la tristemente renovada amenaza a la supresión y persecución del colectivo lgbtiq+, tanto en Estados Unidos, donde Wark reside y enseña, así como en Argentina, desde donde se escribe esta reseña. La amplia vocería de ambos gobiernos dice barbaridades en las cumbres, en las radios, en las redes sociales, insiste en mentir y en recortar derechos y avanza para suprimir las voces y las existencias de personas a las que ven como una amenaza intolerable, una amenaza que tiene como nervio la autonomía a nivel del cuerpo, tanto individual como colectivo. La marcha antifascista del 1 de febrero de este año, las asambleas y encuentros en el parque y la conformación de grupos de reflexión y cuidado son una instancia de autonomía corporal colectiva. Una autonomía que se despliega también en fiestas, eventos sociales y reuniones en general, en la conversación y la charla que tejen una esfera pública particular vinculada a la no conformidad de género y a la diversidad sexual en general y que genera un estar y un compartir por fuera de las miradas que se sienten autorizadas a definir. El recrudecimiento de estos discursos es la renovación siempre latente de quedarse con el poder de definir.
Amor y dinero, sexo y muerte es también una reflexión sobre el tiempo, sobre la memoria y sobre la escritura. Atravesar el tiempo es como un solo de jazz, dice Wark, es bordar puntos azarosos en otros posibles, conectando un momento con otro de forma aleatoria. Los errores, en este azar, solo se multiplican, y esa multiplicación nos lleva a convertirnos en nosotros. Al decir que los errores son lo único que tenemos, y que esos errores nos hacen ser lo que somos, McKenzie Wark samplea a Nietzsche y su idea de que las grandes épocas de la vida son aquellas en las que tenemos, por fin, el valor de declarar que lo malo que hay en nosotros es lo mejor de nosotros mismos. Pero también es la memoria, como proyección del tiempo interno, algo que no es fijo, ni lineal, ni estanco. La memoria, como el yo, como la carne, también se edita, y no es solo individual, también es colectiva. Recordar es complejo, y si la carne tiene plasticidad, la memoria también, como cuando le escribe a su yo de los cuarenta años desde su yo de los sesenta y le dice: en este momento recordamos a nuestro padre con más benevolencia que la dureza con la que lo recuerdo ahora, por eso quizá debería recordarlo como tú lo hacías.
¿Y qué hay con escribir? Escribir es rebobinar a través de las heridas, dice la autora. Es escribir lo que se es, tanto como lo que no se ha sido. El demoledor epígrafe de Oscar Wilde que acompaña el libro, para la mayoría de nosotros la verdadera vida es la que no llevamos, sugiere que no solo se escribe para poder ser en otra parte, se escribe porque en otra parte no se puede ser, se escribe porque en la vida se toman desvíos, como el de la escritura, para sofocar aquello que no puede terminar de salir, que vive en modo sigiloso; se escribe no desde la autoridad, sino para comprender y para ordenar; se escribe lo que una se sienta empujada a escribir; se escribe para descubrir un estilo de escritura que no está desconectado de encontrar un género en la carne. Y se escribe siempre para alguien, por más que luego se consiga un lector, cien, miles. Se escribe siempre para alguien, no se tiene una audiencia, se escribe pensando en alguien todo el tiempo. En ese sentido McKenzie Wark confiesa que escribir todo este tiempo, durante cincuenta y tantos años por lo menos, significó contestar la postal que su madre enferma le mandó desde el hospital cuando Wark tenía seis años. Escribir es responder esa postal todo el tiempo, todo lo que sea necesario.

En las diversas cartas que conforman este libro, Wark le pregunta a su madre que si la viera ahora, tal como es ¿la seguiría amando? y se responde inmediatamente que no quiere saberlo, que la respuesta le daría miedo. En otra carta le pide perdón a su amante Mu, ya fallecida, por no haber sabido amarla bien, por haberla defraudado. A la mamá de sus hijos, que su error fue esperar que fuera mujer por ella y que, aún así, ese amor fue absoluto, no fue menos sincero. A Venus, mujer trans negra, le escribe que en ella se intersectan todas las formas de opresión y que su forma de combatirlas fue tomar la ruta de las diosas, ser parte de la leyenda de las fabulosas, sobrepasar el ideal platónico como armadura para sobrevivir. A Cibeles la convoca como diosa de los umbrales, de las transiciones, de las cuevas y de las raves callejeras. De sí misma, McKenzie Wark dice que a sus sesenta años toma hormonas, camina contorneando las caderas y no le interesa pasar del todo como mujer, que no quiere ser una imitacion de una mujer cis: abraza su diferencia. Sus cartas más emotivas son sus cartas del futuro a su yo de veinte y su yo de cuarenta años.
Si Vaquera invertida tiene como eje el sexo, si Raving la rave, Amor y dinero, sexo y muerte tiene como eje a la compasión que se abre paso con el paso del tiempo. Es un libro tan íntimo que se acerca a sí misma en diferentes etapas de su vida, para guiarla, para decirle que algunas cosas van a estar finalmente bien, que algunas personas la van a ayudar, que va a amar y a ser amada. El libro abre con una carta a su yo de veinte años, le dice que la van a ayudar a pesar de su aversión al cuidado y a recibir amor; también le dice que lo que lee es malo, pero que la lectura es un portal de un mundo hacia otro que está cubriendo una necesidad. El libro cierra con una carta a su yo de cuarenta años. Le escribe que sabe que los cuarenta se sienten con menos energía, que es algo que sucede alrededor de esa edad. Pero que luego de los sesenta, aún reducida a una posible versión final de sí misma, hay suficiente saber en la carne como para salir adelante. Todo está en el cuerpo, los medio para pensar y sentir y situar y jugar y bailar.
Que así sea.
DTC
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