La inusual convivencia de 214 años de memorias de vida en Villablino: los 108 de Emilia y los 106 de Josefa

Josefa González Rodríguez (izquierda) y Emilia Oveja Álvarez, centenarias en la Residencia El Valle de Villablino.

Luis Álvarez

No es frecuente que el azar permita coincidir en una misma habitación a dos mujeres centenarias, con trayectorias vitales alejadas la una de la otra durante la mayor parte de sus vidas, hasta que en el postrer tramo de existencia esa lejanía anterior se vuelva proximidad, no solo física, también vital y emocional.

Esta es una escueta explicación de las trayectorias existenciales de Josefa González Rodríguez, de 106 años, y de Emilia Oveja Álvarez, a punto de cumplir los 108 años. Ahora comparten habitación en un centro geriátrico de Villablino, la Residencia El Valle.

Para este viaje vital hay que reprogramar la imaginación al 19 de marzo de 1919, que es la fecha de nacimiento de Josefa. La aproximación histórica se produce con algunos datos adicionales. Quien en ese año presidía el gobierno de España era el conde de Romanones. Con un ambiente social muy revuelto, ese día se ponía fin a una huelga general en Cataluña, que se había prolongado durante algo más de mes y medio. Y en París, los vencedores en la Primera Guerra Mundial discutían las condiciones del que sería el Tratado de Versalles.

Todo son referencias de los libros de Historia. Mientras eso sucedía, en un entorno más global, en un pequeño pueblo de Laciana, Robles, venía al mundo una niña sin más pretensiones que las de sobrevivir y tratar de superar la esperanza de vida media de sus coetáneos en España, apenas 38 años. Y lo logró.

La infancia fue tiempo de despreocupaciones. Con la alegría propia de un pueblo donde no abundaban los lujos, podía compartir con hermanos y vecinos juegos, diversiones y correrías, como ella misma contó hace ya tres años.

El matrimonio, los hijos, los nietos; los cambios de residencia: de Robles a Lumajo, para finalizar en Villablino; una caída con la rotura de una cadera le ha privado de movilidad, y obligado a utilizar una silla de ruedas, imposible para su casa de Villablino de dos plantas; unos años en una residencia en Toreno y ahora ya más próxima a sus hijos en Villablino.

“Ya no pinto nada aquí, parece que estamos esperando a que se mueran nuestros hijos”, dice. Se trata de una opinión compartida por su compañera de habitación, Emilia: “Se van morir mis hijos (alguno ya próximo a los 90 años) y yo sigo aquí, parece que aún no hay sitio para mí en el otro lado”. Sabe que uno de sus hijos, que enviudó recientemente, “está enfermo”. No es cansancio de vida, ni aburrimiento de vivir, sino una preocupación por los que están aquí y les permiten una buena asistencia y las visitan casi a diario. Esa preocupación se percibe en cada comentario.

De celebración

Josefa celebra este miércoles sus 106 años. Acudirán sus familiares a una celebración conjunta habitual que se repite con cada cumpleaños de un residente. La fiesta de Emilia se celebrará en poco más de un mes, el 3 de mayo, para rememorar aquel 3 de mayo de 1917 en Salientes.

Si ya se hacía complejo retrotraer la memoria al año 1919, ya situados en contexto no es tan difícil retroceder dos años más. Y tirar otra vez de libros de Historia para saber que presidia el Gobierno de España el leonés de nacimiento Manuel García Prieto. Europa se desangraba en la interminable Primera Guerra Mundial. En la parte este del continente europeo se producía un acontecimiento de gran relevancia histórica, la Revolución Rusa. Y aún faltaba un año para la constitución de la empresa MSP (Minero Siderúrgica de Ponferrada).

Tuvo una infancia y juventud difíciles, como era la de todos sus convecinos de la pequeña localidad de Salientes, perteneciente al vecino municipio de Palacios del Sil, con una economía de supervivencia en una tierra áspera y dura, a la que sus residentes le conseguían arrebatar a base de mucho esfuerzo lo suficiente para sobrevivir. Así transcurrieron los primeros años de su vida.

Pese a todo, Emilia escarba en sus recuerdos de moza: “Yo cantaba muy bien y con una pandereta que me hizo mi padre, hacíamos bailes para divertirnos”. Ella con la pandereta y sus canciones, y otro joven del pueblo “con el acordeón”, se bastaban para llenar de diversión las tardes de los domingos en Salientes.

El matrimonio no mejoró mucho las condiciones de vida. Mucho trabajo y cuatro hijos. Explica cómo fue uno de los partos: “Estaba en el monte con el ganao y me puse mala, le dije a un vecino que estaba por allí si me cuidaba los animales”. Regresó a casa lo más aprisa que pudo: “Y le dije a un chico que fuese a buscar a mi tía. Cuando llegó, allí, de rodillas, nació mi hijo”.

El relato sorprende tanto al cronista como a la asistente de la residencia que la acompaña en ese momento, a quien se le escapa una reflexión en voz alta: “Ahora somos unas blandengues”. No es tanto una cuestión de blandura de carácter, sino de la dureza de unas condiciones de vida que hoy se tornan inimaginables. Ambas se deshacen en elogios a las trabajadoras de la residencia: “Nos tratan muy bien y son muy buenas con nosotras”.

Con un cuerpo forjado en esas vicisitudes, Emilia se muestra alegre, menuda y habladora, poseedora de una memoria prodigiosa, que incluso retiene las fechas de los acontecimientos más notables de su vida. Se mueve con lentitud apoyándose en sus dos bastones.

Cuatro hijos, muchos nietos, algunos biznietos y unos pocos de tataranietos; son los descendientes a los que ha transmitido esa naturaleza de vitalidad y firmeza ante las dificultades.

Así conviven con sus recuerdos de 214 años de vida estas dos mujeres, que llegaron a ser vecinas en Villablino, viviendo a cincuenta metros una de otra, coincidiendo y compartiendo paseos por la ruta verde. Y ahora el destino les ha ofrecido esta nueva etapa compartida en sus vidas.

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