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El 8M, frente a un mundo que se escora hacia la derecha y el antifeminismo

Machismo8m

Ana Requena Aguilar / Marta Borraz

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Woke tan solo significa que te importan los demás”. Hace un par de semanas, la actriz estadounidense Jane Fonda aprovechaba su intervención en los premios del Sindicato de Actores de Cine de Hollywod para lanzar un discurso crítico con la llegada, por segunda vez, de Donald Trump a la Casa Blanca y la ofensiva ultra que ya se materializa en recortes y medidas. La frase de Fonda, con un activismo de décadas a sus espaldas, resume hasta qué punto la extrema derecha ganó poder, fáctico y discursivo, con una agenda antifeminista, y no solo en EEUU. El 8M llega ahora a un mundo que se escora a la derecha y que inventa términos para criminalizar a los movimientos que lideraron la conquista de derechos.

Si la efervescencia feminista de la última década fue internacional, también lo está siendo el frente que las derechas llevan tiempo armando. De Orbán a Milei, de Trump a Bolsonaro, de Le Pen a Meloni y Abascal, cada partido y movimiento con su idiosincrasia y sus diferencias, pero con varios ejes en común. “En la internalización del movimiento reaccionario, el antifeminismo ha jugado un papel fundamental”, diagnostica Laura Camargo, autora de Trumpismo discursivo. Origen y expansión del discurso de la ola reaccionaria global (Editorial Verbum, 2024). Las redes sociales y pseudomedios, los foros misóginos y la manosfera, tuvieron mucho que ver: “No es que ese machismo no existiera o no estuviera organizado, pero desde 2018 estos espacios son claves para reforzar esa alianza”.

La victoria de Donald Trump en EEUU y la de Javier Milei en Argentina envalentonaron a las derechas europeas. Cargar contra el aborto, la igualdad de género o los derechos LGTBI son el pegamento que los une a pesar de sus diferencias en otros asuntos. Consideran que el feminismo y el movimiento LGTBI llevaron a Occidente a una “crisis de valores”. Así lo repiten una y otra vez en sus intervenciones y en los encuentros en los que comparten estrategias a nivel global.

Uno de los más sonados fue el que acogió el Senado español el pasado diciembre, convertido en epicentro de la ofensiva reaccionaria con representantes de más de 45 países. Son miembros de organizaciones, políticos y líderes religiosos los que confluyen en este universo ultra que no es nuevo. Llevan años organizados, pero su auge no tiene precedentes y su poder crece en Europa: gobiernan en la Italia de Meloni o la Hungría de Víktor Orbán, en Países Bajos ganaron las elecciones y se disparan en muchos países como Francia o Alemania, donde los ultras de AfD acaban de alcanzar un resultado histórico. En España, Vox gobierna con el PP varios ayuntamientos –tras aliarse en ejecutivos autonómicos que, más tarde, los ultras rompieron–.

“Estamos ganando”, dijo en el Senado el exministro del PP Jaime Mayor Oreja, uno de los referentes de esta ofensiva. En aquel encuentro se calificó el aborto de “asesinato de inocentes” y se cargó contra un supuesto “feminismo antimaternal” y contra la educación sexual, que son “amenazas a la democracia”, sostienen.

Para Ewa Widlak, directora de ONU Mujeres España, lo que ocurre es una reacción al impulso feminista de los últimos años. “Siempre que ha habido avances en igualdad, ha habido intentos de frenarlos”, afirma. Pero apostilla: “Lo preocupante ahora es que estos discursos han encontrado eco en la política institucional con consecuencias reales en las vidas de las mujeres porque vemos intentos de desmantelar políticas de igualdad y cuestionar derechos conquistados”. 

Contra lo “woke”

Las derechas tienen, además, un disfraz nuevo con el que vestir los viejos valores y propuestas de siempre: lo woke o el wokismo. “Es una palabra baúl en la que caben muchas cosas y eso les viene mejor. Es mucho más amplio que el término 'ideología de género', que había conseguido movilizar a muchas mujeres en contra. En cambio, lo woke desmoviliza el voto femenino porque lo woke es todo, así que no te sientes tan concernida como mujer, como feminista o como persona apelada por ciertos derechos. Eso se difumina con lo woke, que es estar, en general, contra los derechos, la justicia social, o los intentos equidad”, explica Laura Camargo. El wokismo tiene, además, un “punto irreverente” que conecta mejor con las generaciones jóvenes.

La influencia de los ultras no se reduce, ni mucho menos, a la política institucional. Paralelamente, su discurso fluye sin tapujos por redes sociales y es enarbolado por streamers e influencers convertidos en agitadores contra el feminismo. Un estudio de la consultora LLYC, que analizó 8,5 millones de mensajes emitidos en X en 30 países, acaba de concluir que el antifeminismo se impuso en la red social del multimillonario Elon Musk, al que Trump concedió amplios poderes: la mitad de los mensajes que se difunden sobre igualdad en X son ya para atacarla, apunta el informe.

Es lo que se conoce como la manosfera, el conjunto de comunidades online de hombres que propagan discursos misóginos, banalizan la violencia machista, claman que esta “no tiene género” y se presentan a sí mismos como víctimas del feminismo. Con sus mensajes buscan convertir en adeptos a la causa a otros hombres (jóvenes y no tan jóvenes). Y parece que, en parte, lo están consiguiendo: de acuerdo con una reciente encuesta de Ipsos, en España ya un 60% de ellos consideran que el feminismo llegó demasiado lejos y ahora los discrimina. Y casi uno de cada cuatro jóvenes de entre 16 y 25 años cree que quedarse en casa a cuidar de los hijos es “ser menos hombre”.

Paco Camas, director de investigación de Opinión Pública y Estudios Sociales de Ipsos, explica el contexto que lo hizo posible: “Hay una tendencia global que tras la crisis económica de 2008 y la pandemia se ha agudizado y tiene que ver con una sensación de pérdida de horizontes. Ese es el caldo de cultivo perfecto para que estos discursos políticos contra el orden establecido, los valores democráticos, el feminismo y los avances de los últimos años acaben calando porque esa sensación de ‘se nos ha ido de las manos’ se contrarresta con la defensa a ultranza de valores tradicionales, la religión, la idea de familia y orden, que dan una respuesta en esa búsqueda de seguridad”.

El enganche con los hombres tiene que ver, según Camas, con esa impugnación de la masculinidad más tradicional, asociada a roles de género, que hace el feminismo. “Hay una sensación de pérdida de identidad masculina y eso produce culpabilidad, resentimiento y amenaza. De nuevo, es ese intento de reforzar la seguridad de lo que uno es y siente y lo más cercano es ese hombre tradicional proveedor”, apunta el analista.

Esta realidad convive con otras que dibujan un escenario de polarización, una “encrucijada”, lo llama Ipsos. Porque mientras los chicos jóvenes parecen escorarse cada vez más a estas posiciones, las chicas siguen siendo feministas. En global, España es el país de Europa en el que mayor porcentaje de personas se definen como feministas (un 51%), aunque el porcentaje bajó cuatro puntos en un año. “Los valores son muy altos y es lo mayoritario, no podemos hablar todavía de un descenso claro, pero las cifras demuestran que España no es inmune a este contexto de regresión a valores tradicionales y patriarcales. Es un avance de lo que viene”, asegura Camas.

Este sábado, miles de personas salen a las calles para reivindicar el 8M como la cita ineludible para plantarle cara al machismo y reivindicar el feminismo como la alternativa para construir sociedades mejores.

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