Cordillera

Empecé a leerlo a las 12 horas del mediodía de un domingo. Lo terminé 12 horas más tarde y cuando lo cerré, lloré. Sentí, como bien relata, que la naturaleza se nos muere, que está asediada por un mundo que la persigue como un cazador a su presa. También sentí que hay una esperanza que brilla como el lomo de la osa que hace el coro en esta tragedia rural que ha escrito la leonesa Marta del Riego Anta: Cordillera, publicado por AdN.
Es una novela fantástica que cumple todas las reglas técnicas que debe cumplir y, después de eso, además, te lleva de la mano de principio a fin como si cabalgases en una peripecia que no sabes cómo soltar. Ir rápido no implica que te llegue menos: al revés. Se nota, y mucho, que la autora antes que narradora es poeta. Así que la forma en la que describe la historia, lo que sienten unos personajes cautivadores, lo que sufren, lo que aman, lo que temen, lo que son, se te mete en el cuerpo como si fueras tú misma la que estás en ese pueblo de la montaña leonesa que es, como tantos otros, un espacio que languidece de humanos pero se expande en naturaleza. Porque de allá de donde nos alejamos como especie la vida sigue su curso, tal vez con más fuerza aún, salvaje y verdadera. ‘Creo en la naturaleza’, dice uno de los personajes. Y yo asiento, porque en este mundo estrambótico en el que hemos perdido la brújula como especie, la única que es aún verdad es ella. Lo sabemos quienes vivimos pegados a la tierra, quienes después de un día de trabajo intenso miramos a los árboles y vemos si ya le salieron o no los brotes que corresponden, si está por venir la primavera. La única verdad es la naturaleza.
Cordillera es un homenaje a labores antiguas y nobles como la ganadería trashumante: Nidia, la pastora protagonista, es un cúmulo de contradicciones lleno de interés. Urraca, la reina violenta amiga y enemiga al mismo tiempo, es un secundario vibrante que encarna otra verdad: que no es nada fácil venir de fuera a nuestros espacios para tratar de hacer camino junto a quienes aquí se quedan y sienten frustración y desesperanza. Darío, el biólogo madrileño que se instala en esa aldea con un propósito firme: estudiar al oso y, sobre todo, estudiarse a sí mismo después de haber perdido la brújula en una vida que otros habían dibujado para él pero que no perseguía para nada su deseo genuino. Y está el padre fallecido de Nidia, como un golpe en la boca del estómago constante, porque cada vez más el cerco se estrecha: apenas queda ella para mantener la costumbre de la trashumancia. Y su madre, ese personaje fundamental y sabio, esa especie de oráculo estelar, enjuto como las mujeres de tierra adentro pero firme como la tierra apretada que la nieve deja, es fantástico. Vemos en ella la fortaleza y el poderío del silencio de quienes poseen una sabiduría que no se encuentra en los libros ni en la propia civilización.

Marta del Riego escribió un libro que contiene tanta belleza como lamento: porque, en el fondo, como buena poeta, esconde dentro de la peripecia una metáfora alarmante. Que estamos luchando contra gigantes, que los que amamos la naturaleza somos cada vez menos y desarmados, aunque lo que nos mueva sea la única verdad que vale la pena. Gracias por esta novela hermosa. Vayan a las librerías. Lean Cordillera y compren ejemplares como regalo: es urgente entender por qué no nos estamos entendiendo entre ciudades que se rompen por exceso y pueblos que desaparecen por olvido. Sigo pensando que el punto medio es la única salida a este desaliento que vivimos en este capítulo de la historia que nos tocó. La montaña sabe, la montaña guarda el secreto: nuestro lado de la Cordillera leonesa también.