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22 de noviembre’ 63: encrucijada de la historia

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El 22 de noviembre de 1963 tres tiradores dispararon contra el presidente John F. Kennedy mientras la limusina presidencial circulaba por la plaza Dealey, de Dallas, y fallecería unos minutos después en el hospital Parkland de Dallas con una herida de bala que le entró por el cuello, otra por la espalda, y otra que literalmente le voló la cabeza porque era una bala expansiva.

A los ochenta minutos del magnicidio, detenían en un cine, mientras veía una película y comía palomitas de maíz, a Lee H. Oswald como presunto autor de la muerte del presidente. Lo llevaron a la comisaría de Dallas, estuvieron dos días interrogándolo sin permitirle contactar con un abogado ni hacer una llamada telefónica, y cuando iban a trasladarlo de la comisaría al juzgado para declarar ante el juez, fue asesinado en los sótanos de las dependencias policiales por un mafioso que tenía un club de alterne, frecuentado por agentes de la CIA y policías de Dallas.

Ese día cambió el curso de la historia para llevarnos por el camino de las guerras, los atentados y la consolidación en el poder de una élite, a la que el general Eisenhower llamó el Complejo Militar-Industrial.

El asesinato de Oswald en la comisaría de policía antes de que declarase sembró un mar de dudas en la sociedad americana y en el mundo en general sobre la verdad oculta en ese magnicidio.  La investigación del asesinato correspondía coordinarla al fiscal general de los Estados Unidos, que era Robert Kennedy, hermano del presidente asesinado. Pero el flamante presidente Johnson le sustrajo esa competencia que correspondía al fiscal general, y a los tres días ordenó crear una comisión de investigación nombrada a dedo por él mismo, presidida por el juez Earl Warren y coordinada por Allen Dulles, que había sido durante muchos años jefe de la CIA, pero al que el presidente Kennedy había cesado fulminantemente.

La comisión tenía prisa por elaborar y presentar el informe porque se acercaban las elecciones, y Johnson no podía presentarse ante la sociedad americana sin despejar las dudas y la desconfianza que rodeaba el asesinato del presidente Kennedy. Y tras unos pocos meses de investigaciones, entrevistas y recogida de pruebas, presentaron a bombo y platillo lo que se ha llamado El informe Warren, cuya conclusión más relevante era que el presidente había resultado asesinado por Lee H. Oswald, un desequilibrado, simpatizante del comunismo y de los castristas, que había estado en Rusia y había actuado solo y sin ayuda de nadie, efectuando tres disparos con un viejo rifle Carcano, con la mira telescópica desviada, en un lapso de 5,6 segundos.

El problema que tenía la comisión Warren era que existían grabaciones sonoras que acotaban el tiempo de los disparos a 5,6 segundos. Y si un disparo fue fallido, rebotó en una acera e hirió a un espectador, y otro disparo le destrozó la cabeza, tenían que justificar con un disparo el resto de las heridas: la de la espalda y la garganta de Kennedy, la que le atraviesa el tórax derecho, la muñeca derecha y el muslo izquierdo al gobernador Connally, la que se estrella en el parabrisas… En fin, una bala mágica de cobre haciendo zig-zag, que estuvo detenida unas décimas de segundo en el aire para después continuar su recorrido, y que apareció luego intacta y sin deformaciones en una camilla del hospital. Y eso sin contar con que ni el más experto tirador era capaz de efectuar tres disparos con aquel rifle de carga manual y hacer blanco a un objeto en movimiento a una distancia de 80 metros en 5,6 segundos.

A pesar de que el agente del servicio secreto Ray Kellerman, que iba en el asiento delantero derecho de la limusina presidencial, había dicho en declaración oficial que “sobre la limusina no cayeron tres proyectiles, cayó una lluvias de proyectiles”, y a pesar de que el gobernador John Connally y su esposa, que iban en el asiento de en medio, dijeron más o menos lo mismo, los “historiadores oficiales” seguían aferrados a la versión de la comisión Warren porque no podían considerar que hubo más de tres disparos, ya que esto implicaría admitir que hubo una conspiración.

Pero la noche del 6 de marzo de 1975 a los americanos se les cayó la venda de los ojos y quedó al descubierto la gran mentira que era el informe Warren, porque como muy bien dijo Gaeton Fonzi, que participó en la comisión de investigación del Congreso de los Estados Unidos entre 1976 y 1978, “el Informe Warren no fue elaborado para buscar la verdad sobre el asesinato del presidente Kennedy, sino para ocultarla”.

Esa noche los americanos pudieron ver por primera vez en el programa Good night América, de ABC TV,  la película que Abraham Zapruder filmó en el momento en que el presidente recibió los disparos. Había sido secuestrada por el FBI y la revista Life, que tenía la propiedad de la misma, pero un juez ordenó liberarla para que pudiese verse públicamente. En esa película se apreciaba claramente que el disparo que le destrozó la cabeza al presidente y la desplaza hacia atrás fue hecho desde la parte delantera derecha de la limusina.

 “¡Nos han estado engañando!”, decían los americanos, y la presión popular obligó al presidente Carter a crear una Comisión de Investigación en la Cámara de Representantes, que después de tres años recabando pruebas y de investigaciones e interrogatorios, llegó a las siguientes conclusiones:

  • Se efectuaron al menos cuatro disparos, uno de los cuales se hizo desde la loma de hierba. (El disparo frontal).
  • El presidente Kennedy resultó asesinado como producto de una conspiración. 
  • En esa conspiración no estuvieron involucrados como organizaciones, ni el FBI, ni la CIA, ni el Sindicato del Crimen Organizado (la mafia), ni los castristas, ni el Gobierno soviético, aunque no se descarta que algún miembro individualmente los estuviera. 

Más claro el agua, pero era lo máximo que podían decir. Si embargo, a pesar de que este es el informe oficial más completo y riguroso sobre el asesinato del presidente Kennedy, muchos siguen nombrando al panfleto del informe Warren como el informe oficial sobre el magnicidio y diciendo que Oswald le disparó al presidente.

En 1961, Lee H. Oswald se casó en Minsk, antigua URSS, con la ciudadana Marina Nicolayevna, estudiante de 20 años, con la que posteriormente se trasladó a Estados Unidos en 1962 con una niña de un año. Cuando el asesinato de Kennedy y el posterior asesinato de Oswald, Marina se vio sometida a una tremenda presión y vigilancia: una viuda de 22 años, con dos niñas de 1 y 3 años, extranjera, y rusa por más señas, que no dominaba el idioma inglés, a la que le dicen que su esposo había asesinado al presidente… ¡Es fácil imaginar la situación para ella!

Pero vigilada, aislada y haciendo frente a presiones de medios de comunicación y de curiosos, se casó con Kenneth Porter, un mecánico de coches, y se retiraron a un pequeño pueblo de Texas en el que trabajaba en una tienda de objetos de segunda mano del ejército. Tras muchos años de silencio, en 1996, treinta y tres años después, Marina Oswald se dirigió al juez John Tunheim del Comité de Revisión de Asesinatos y declaró: “El Pueblo de los Estados Unidos tiene derecho a saber lo que pasó realmente aquel día. Estoy convencida de que Lee no mató al presidente ni mató a nadie, y a él lo mataron para que no hablara”. Y a continuación, le dio al juez una serie de datos y fechas de reuniones de Oswald en las oficinas del FBI y con agentes de la CIA para que las investigara. Nunca más se supo.

Actualmente Marina Oswald, de 83 años, vive en Rockwall, un pequeño pueblo de Texas, junto a su marido, Kenneth Porter, evitando cualquier entrevista o exposición pública. 

De todas formas, más que saber quién le disparó, quizá sea interesante saber por qué lo asesinaron. Otro día hablamos de eso.

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