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Del sainete zafio

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Estamos en el pleno alumbre de la información, es el agua, es la madrastra naturaleza actuando a destajo. Estamos en las televisiones patrias y matrias en su apoteosis de siempre: dónde los límites.

Y que hablen las gentes, las afectadas. Hágase la supuesta transparencia. Dense minutos de efímera y triste gloria a todas las personas que han sido azotadas por la catástrofe. 

Y las fotos de los responsables públicos repercutidos en maestros y profesoras de las emergencias, ¿por dónde empezar? Con la intensidad que repercute en los celulares en forma de instantánea, nunca mejor dicho, no hay límite para el susto. Que se lo digan al preso Aldama, o al narco –primero contrabandista de tabaco- Dorado: nunca se podrán quitar de encima la mácula del desacierto de la compañía.

Olga, eterna amada, me recuerda que estuve de infante, con cuatro años, en el Vallés inundado de 1962, y en la nevada de aquella navidad barcelonesa. El alcalde Porcioles nos llenó después de máquinas quitanieves que pocas veces se usaron. La riada del Vallés de entonces fue el epítome del desarrollismo franquista, de la pobreza metida en rieras y cauces atávicos. El agua siempre se abre paso y con crueldad. Olga me dice que se ha organizado un concurso de presentadoras de la catástrofe en las teles. No me lo puedo creer. “¿Y de presentadores?” le pregunto con asombro. “No, hombre, eso no tiene morbo. Las mujeres somos a la humanidad lo que la fuerza de la naturaleza es a la Tierra.” Olga es ingiera de no sé qué, por eso decido no llevarle la contraria. Será.

El chiste fácil de que cierto político maltratador se ha librado del acoso mediático merced a la tormenta, no se lo consiento. Olga tampoco lo pretende. Adoraba y votaba al presunto acosador, con mucho entusiasmo, entre materno, incestuoso y ahora necrófilo, dice ella. La fuerza de la madrastra naturaleza, digo yo.

Pero siempre aparecen buenas noticias incluso entre la lluvia: Manolo Rivas, escritor coruñés, premio nacional de las letras 2024. Cuando todo se confunde, mi Hijo me dice que le han dado el princesa de Asturias, es por elevarlo, porque esos premios de la chica Leonor han subido el escalón de la gloria máxima con el otorgado a Serrat. Manolo Rivas ha salvado el gallego, por ahora, “la lengua culta de hace ochocientos años” que dice él.

Si Alfonso X se hubiera empeñado un poquito más, estaríamos hablando gallego todos, y todas, incluso allende los mares, y probablemente con las mismas variedades de hablas pero con más músicas. No debemos pronunciarnos sobre la adustez de las castillas que tantos problemas ha traído. En la pena de la tala masiva de árboles, por sus barcos y sus ganaderos, tienen su penitencia: ya no hay ardilla que viaje sin tocar el suelo, de Gibraltar a los Pirineos. Y tenían el rostro de contarlo a los alumnos de entonces, como si tal cosa. Así llueve tanto y de más ahora, claro.

 

Estamos en el pleno alumbre de la información, es el agua, es la madrastra naturaleza actuando a destajo. Estamos en las televisiones patrias y matrias en su apoteosis de siempre: dónde los límites.

Y que hablen las gentes, las afectadas. Hágase la supuesta transparencia. Dense minutos de efímera y triste gloria a todas las personas que han sido azotadas por la catástrofe.