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Un 23 de noviembre 

Siempre hay algunos alumnos que se extreman a esperar al último momento antes de la evaluación para entregar los trabajos obligatorios que han debido darme en algún momento del trimestre y, por la sensación de vivir al límite, por holgazanería, olvido o Dios sabe qué rebuscada excusa, todavía no han llegado a mis manos. Ayer a última hora, para evitar la escabechina inminente, les di una última oportunidad y decidí que, mientras esos rezagados hacían sus trabajos, a los que ya los habían entregado a tiempo les iba a permitir incrementar su nota, y para ello los puse a redactar un ensayo argumentativo sobre la violencia de género, por aquello de que se aproxima la fecha del 25N.

No faltó quien me llamara para preguntar cómo hacer con los argumentos a favor y en contra. Tuve que preguntarles seriamente si de verdad podrían ellos encontrar algún argumento a favor de la violencia de género. Y mientras otros se iban documentando para elaborar su ensayo, una alumna me mostró lo que había escrito para que le echara un vistazo. Ponía que este año ya iban veintitrés asesinatos por violencia de género. Tuve que corregirle el dato y conseguirle la cara de asombro, pues, según una de sus compañeras acababa de consultar en un periódico que hacía tres horas que se había actualizado, la cifra alcanzaba ya ochenta y nueve (cuando la leí un escalofrío me recorrió todo el cuerpo), que nunca antes desde que existen estadísticas ha habido tantos decesos por este motivo y lo tuve que expresar con todo el espanto que mis gestos fueron capaces de mostrar a ver si así conseguía que aquellos pocos adolescentes salieran de su despiste y cayeran en la cuenta de la gran tragedia humana que estamos sufriendo, y que no solo son esas cifras que salen cada día en grandes titulares en los periódicos, sino un río de basura que se mueve por las alcantarillas silenciosas de nuestra sociedad, donde campan a sus anchas las ratas inmundas del maltrato machista cotidiano de todo tipo. Es muy probable que con mis aspavientos no haya conseguido gran resultado, pero al menos me queda comprobarlo cuando lea sus ensayos.

Y es que no siempre conseguimos transmitir a los jóvenes la idea de igualdad entre hombres y mujeres, la idea de la necesidad urgente de erradicar la violencia, la idea de lo que es exactamente violencia de género y lo que no deben sufrir ni permitir que se produzca de ninguna de las maneras. Pero nunca falta esa alumna descocada que consiga asombrarte cuando, en medio de un debate serio en el que sale a relucir la prostitución y la trata de personas, se esté riendo porque dijiste la palabra “prostituta” y te saque de quicio la actividad con sus chistes groseros hasta reventarte la clase. Esa misma alumna vendrá al día siguiente quejándose de que un niño le pegó.

Y ese mismo niño será el que en algún momento de su vida argumentará que las mujeres también pegan a los hombres y que a los hombres también los violan. Y tampoco falta el comentario de otra niña que te cuenta que un compañero de su clase de no más de catorce años llamó Mia Khalifa a otra compañera porque ese día llevaba un escote al colegio. “¿Mia Khalifa? Me suena remotamente, pero no sé quién es”. “Pues una actriz porno”. A veces pienso que aprendo más de ellos que ellos de mí, porque al parecer los niños de esa edad están muy puestos en quiénes son las encumbradas en el hit parade de las pornostars mundiales. Y yo contando grillos... y me temo que sus padres también. Pensamos que tan solo con darles un móvil con acceso a internet ya los estamos preparando para la vida... y no, señora, nada que ver. No nos quedan horas de trabajo y de desgañitarnos haciendo actividades en torno al 25N para encaminar esto.

Pues yo prefiero quedarme con el comentario de uno de los chiquitines que decía que si ella se pone una minifalda o una ropa cualquiera es porque le gusta, que tú tienes que respetar que le guste y que tú no tienes que decirle ni hacerle nada porque se la ponga, porque ella tiene derecho a ponerse lo que le dé la gana. Ojalá mantenga su palabra toda la vida y consiga convencer a todos los de su género que parece que aún viven en las cavernas. Esos son los hombres que necesitamos para que el futuro cambie de color.

Siempre hay algunos alumnos que se extreman a esperar al último momento antes de la evaluación para entregar los trabajos obligatorios que han debido darme en algún momento del trimestre y, por la sensación de vivir al límite, por holgazanería, olvido o Dios sabe qué rebuscada excusa, todavía no han llegado a mis manos. Ayer a última hora, para evitar la escabechina inminente, les di una última oportunidad y decidí que, mientras esos rezagados hacían sus trabajos, a los que ya los habían entregado a tiempo les iba a permitir incrementar su nota, y para ello los puse a redactar un ensayo argumentativo sobre la violencia de género, por aquello de que se aproxima la fecha del 25N.

No faltó quien me llamara para preguntar cómo hacer con los argumentos a favor y en contra. Tuve que preguntarles seriamente si de verdad podrían ellos encontrar algún argumento a favor de la violencia de género. Y mientras otros se iban documentando para elaborar su ensayo, una alumna me mostró lo que había escrito para que le echara un vistazo. Ponía que este año ya iban veintitrés asesinatos por violencia de género. Tuve que corregirle el dato y conseguirle la cara de asombro, pues, según una de sus compañeras acababa de consultar en un periódico que hacía tres horas que se había actualizado, la cifra alcanzaba ya ochenta y nueve (cuando la leí un escalofrío me recorrió todo el cuerpo), que nunca antes desde que existen estadísticas ha habido tantos decesos por este motivo y lo tuve que expresar con todo el espanto que mis gestos fueron capaces de mostrar a ver si así conseguía que aquellos pocos adolescentes salieran de su despiste y cayeran en la cuenta de la gran tragedia humana que estamos sufriendo, y que no solo son esas cifras que salen cada día en grandes titulares en los periódicos, sino un río de basura que se mueve por las alcantarillas silenciosas de nuestra sociedad, donde campan a sus anchas las ratas inmundas del maltrato machista cotidiano de todo tipo. Es muy probable que con mis aspavientos no haya conseguido gran resultado, pero al menos me queda comprobarlo cuando lea sus ensayos.