El 130.º aniversario de Ángela Ruiz Robles, la precursora del libro electrónico a la que el futuro le dio la razón

“Después de muerta, que me dejen tranquila”, decía Ángela Ruiz Robles (Villamanín, León, 1895-Ferrol, A Coruña, 1975) ya en su último peregrinaje con sus inventos educativos por los despachos de Madrid junto a su nieto Daniel González de la Rivera. Él, todavía menor de edad, llevaba el libro mecánico en los brazos; ella, casi octogenaria, todo un universo en la cabeza. El paso del tiempo, que le dio la razón cuando se desarrolló la tecnología que dio lugar al actual libro electrónico, se empeña últimamente en contradecir su deseo: su biografía tuvo cancha en los obituarios repescados por The New York Times en 2023, su trayectoria fue materia de una nueva obra en 2024 y su imagen fue protagonista de un décimo de la Lotería Nacional de este jueves, la víspera de este 28 de marzo de 2025 en que habría cumplido 130 años. La maestra leonesa no llegó a ver materializada su inventiva, pero sí se ha ganado un lugar en la posteridad.
¿Qué diría hoy si pudiera ver la relevancia que ha cobrado su figura pionera? “Ella era una mujer bastante austera, pero tampoco falsamente humilde. Se sabía protagonista por las cualidades que tenía. Trató de aprovechar sus talentos, pero para devolverlos a la sociedad. No buscaba ni dinero ni reconocimiento”. En esta respuesta formulada por Daniel González de la Rivera están varias de las claves de una personalidad forjada en tiempos convulsos, con una Guerra Civil por el medio, hasta fallecer (en este 2025 se cumplirán 50 años) apenas unas semanas antes que el dictador Francisco Franco. Y esas reflexiones concuerdan con secuencias como las que describe el trabajo Ángela Ruiz Robles y la invención del libro mecánico, editado en 2013 por el Ministerio de Economía y Competitividad y el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, en el que se cuenta la respuesta de la maestra cuando se le ofreció un capitán para supervisar los trabajos de construcción de un prototipo de la enciclopedia mecánica en los astilleros de Ferrol. “Si no viene el general”, dijo, “no se preocupe, que ya puedo ir yo sola”.
Ángela Ruiz Robles nació en Villamanín, en el corazón de la Montaña Central Leonesa, en 1895. Cursó los estudios de Magisterio en León capital y comenzó a ejercer propiamente como maestra en La Pola de Gordón, muy cerca de su localidad natal. Y se trasladó en 1918 para desarrollar toda su carrera profesional en Ferrol. Para entonces ya combinaba la docencia con la inventiva. “Desde 1916. Lo primero que inventé fue un procedimiento taquigráfico”, contestó en una entrevista repescada por la periodista María José Menaya en Ángela Ruiz Robles y la invención del libro mecánico. La vocación altruista siempre estuvo presente, incluso hasta recibir una denuncia (“la mayor ofensa que recibí en mi vida”, llegó a decir) por una suscripción de cincuenta céntimos mensuales de ayuda a familias de maestros presos tras la Revolución de Octubre de 1934 en Asturias, un expediente archivado en 1941. “Sólo creí practicar una obra de caridad cristiana”, dijo entonces en su descargo la maestra, que años después preguntaba a sus alumnos antes de clase si habían desayunado. Si la respuesta era negativa, sacaba del bolso leche en polvo “de los americanos”.

La leonesa había sido nombrada en aquel 1934 de la Revolución de Octubre gerente de la Escuela Nacional de Niñas en el Hospicio de Ferrol. Asentada profesionalmente en el Instituto Ibáñez Martín, daba también clases nocturnas gratuitas en la escuela obrera. Y en plena posguerra fundó la Academia Elmaca (acrónimo resultante de unir los nombres de sus hijas: Elena, Elvira y María del Carmen), donde formaba a jóvenes desempleados para poder reengancharse y servir de fuerza laboral cuando se desarrollaron los astilleros. La combinación de esas labores pedagógicas y sociales la hicieron acreedora a recibir la Cruz de Alfonso X el Sabio en 1947. Para entonces todavía no había presentado los inventos (el libro mecánico en 1949 y la enciclopedia mecánica en 1962) que la harían pasar a la posteridad al sentar las bases de novedades tecnológicas desarrolladas muchos años después como el zoom, los hipervínculos o la Wikipedia hasta dar lugar al libro electrónico. Su afán, reiterado cada vez que tuvo ocasión (incluso en Televisión Española ante millones de espectadores), era puramente didáctico: aligerar el peso de las mochilas y hacer más atractiva la enseñanza a través de unos aparatos basados en el uso de bobinas intercambiables para introducir allí todos los contenidos educativos.
Ella era una mujer bastante austera, pero tampoco falsamente humilde. Se sabía protagonista por las cualidades que tenía. Trató de aprovechar sus talentos, pero para devolverlos a la sociedad. No buscaba ni dinero ni reconocimiento
Sus inventos fueron valorados, pero nunca logró pasar de los prototipos a la realidad por falta de apoyo económico en España (recibió propuestas del extranjero, pero quiso que fuera su país el que los desarrollara). Fue a su jubilación cuando se trasladó a Madrid. Abuela materna de Daniel González de la Rivera, este se recuerda pasando los fines de semana en su casa. “Era una mujer especial, muy preocupada por los demás”, cuenta ahora su nieto. “Ella no hablaba de dinero, no tenía ningún capricho”, añade sin obviar que el desarrollo de sus patentes la habría hecho millonaria. “Profundamente católica”, nunca entró en politizaciones. “Ella fue una revolucionaria de la enseñanza”, la describe su nieto al recordarla hablando “con cariño” de León, donde conserva familiares que regentaron el negocio Almacenes Ruiz en la ciudad. Casualidad o no, el establecimiento fue pionero en contar con “escaleras mecánicas”.
González de la Rivera la acompañó siendo él apenas un adolescente en las últimas reuniones en los ministerios, la Oficina de Patentes o la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) para tratar de encontrar respaldo comercial para sus inventos. “Supongo que la gente se quedaba muy sorprendida al vernos”, reconoce. Nunca hubo una respuesta positiva para una enciclopedia mecánica cuyo coste final de venta llegó a tasarse entre 50 y 75 pesetas por alumno y ejemplar en un cálculo orientativo en 1971, cuando más cerca estuvo de llevarse a la práctica. “No nos habrán entendido”, recuerda el nieto que decía su abuela al salir con un no por respuesta de los despachos. “Pero ella tenía claro qué hacer y no perdía el tiempo”, añade al hacer abstracción y asimilar el espíritu de aquellos aparatos a dispositivos actuales como el pendrive sin dejar de lamentar que todavía sus hijos tuvieron que cargar con pesadas mochilas. La aplicación de tecnologías como las imaginadas a mediados del siglo XX por Ruiz Robles todavía es una asignatura pendiente en las aulas del primer cuarto del siglo XXI, una tesis que ha remarcado el periodista y escritor italiano Simone Sperduto, autor en 2024 del e-book Ángela Ruiz Robles. La inventora española del libro mecánico que imaginó el moderno libro electrónico (Bubok, Publishing).

La madre del e-book fue la abuela de Daniel González de la Rivera, que desliga su condición de inventora para rememorar el trato personal y familiar. “Hacía unas patatas fritas estupendas”, anota sobre una mujer a la que también le preguntaron en una entrevista en 1958 si “una buena inventora puede ser al mismo tiempo una buena ama de casa”. “Sí, sí. Pero es necesario que los sirvientes o personas que le rodean no la obliguen a conversaciones amplias de cosas de tipo corriente. El silencio es imprescindible, pues facilita la gestación de esas ideas, que luego favorecen el progreso del mundo”, respondió entonces Ruiz Robles. ¿Cómo le habría gustado ser recordada, como maestra o como inventora? “Ser maestra era un orgullo. En aquella época no se hablaba de investigación, desarrollo e innovación. Yo creo que ella preferiría ser recordada como maestra”, contesta González de la Rivera.
El caso es que doña Angelita, como era conocida en las aulas, pudo cambiar el curso de la historia. “España habría sido un país pionero”, sentencia su nieto para, ahora que se cumplen 130 años del nacimiento de una mujer que hizo su carrera docente en un país que atravesó por dos dictaduras, una Guerra Civil, una autarquía y un período desarrollista, subrayar la “satisfacción” que sentiría su abuela si hubiera visto desarrollar a Michael Hart el Proyecto Gutenberg y sostener en sus manos una tableta digital. “Satisfacción por anticipar el futuro y por comprobar que el futuro le dio la razón”.