El museo cuyas visitas multiplican por 50 sus habitantes: Sabero hace del hierro y el carbón su bastión turístico

Carlos García Kubala fue víctima de un fracaso y ahora es parte protagonista de un éxito. Y todo le ha ocurrido sin salir de Sabero (León, 1.046 habitantes en 2023 según datos del Instituto Nacional de Estadística). El mismo cura, Adolfo del Río, que le echó el agua bendita lo rebautizó de chaval acuñando como apodo el apellido del célebre futbolista de origen húngaro que sería seleccionador español. Bajó a la mina a mediados de los setenta. Y luego se convertiría en una suerte de personificación de la reconversión: trabajó hasta el cierre en 1991 de la última explotación carbonera del valle, pasó por algunas empresas cuyo compromiso con la zona duró lo que las subvenciones y se implicó en un proyecto que sí echó raíces porque las raíces están en su razón de ser. El Museo de la Siderurgia y la Minería (MSM) de Castilla y León, del que fue agente de seguridad primero y guía hasta su jubilación, cerró 2024 con 50.416 visitas, el resultado de multiplicar por 50 su población. “Y no tengo ninguna duda de que tendrá más en el futuro”, vaticina Kubala, ahora colaborador habitual.
“Secreto no hay”, responde el director del MSM, Roberto Fernández, a la pregunta por la fórmula del éxito mientras por las ventanas caen copos de nieve en una mañana de finales del mes de enero. Fernández, otro hijo de la zona y descendiente de mineros, sí salió del valle para formarse, estudiar Economía y hacer un máster en Museología. Ejerció como corresponsal de prensa en esos años noventa en los que Sabero fue la primera cuenca importante de la provincia que se asomó al abismo de la reconversión. Y desde su apertura en 2008 lidera un centro que se ha convertido en la comarca en la “punta de lanza” del turismo apelando a su propia esencia. “Se trata de un museo que ya está consolidado”, expone tras citar el impacto del “boca a boca” para apuntalar un crecimiento constante de visitas, sólo contraídas por motivos evidentes durante la pandemia del coronavirus y ahora disparadas también por la inclusión de la zona en paquetes de agencias de viajes para pasar cinco días por la provincia reservando uno a este entorno de la Montaña Oriental Leonesa en el que se puede navegar en Riaño y zambullirse en la historia industrial de Sabero.
El blanco de la nieve hace ese día de enero de contrapunto cromático con el negro del carbón y los tonos rojizos de la Ferrería de San Blas, el impresionante edificio que se empezó a construir en 1846 sobre el que se asienta el complejo, apellidado como siderúrgico y minero. El hierro estuvo en el germen y fue protagonista en el siglo XIX. El carbón tomó el relevo en el XX. Y ahora en el XXI le ha llegado el turno al turismo. El recorrido histórico cronológico deja también algunas coincidencias. El mismo año 1991 en que Hulleras de Sabero puso fin a décadas de explotación minera echando el candado al pozo La Herrera II fue declarada como BIC (Bien de Interés Cultural) la Ferrería. Cuando se cerró la puerta de la minería se abrió la ventana del turismo. Pero todavía costó hacer la transición. “Las cuencas mineras vivían de un monocultivo y no se habían preocupado del turismo rural”, cuenta Fernández antes de remarcar una paradoja: los años del boom del carbón multiplicaron los bares y, sin embargo, “no había restaurantes”. “Y ahora hay un par de ellos”, añade sin ocultar que hay días en que se quedan cortos para cubrir la demanda.

“Aquí no había cultura emprendedora porque vivíamos del carbón”, abunda Carlos Garcia Kubala para relatar una secuencia típica durante décadas en las casas familiares de Sabero a la hora de abordar el futuro de los hijos: “Que no quieres estudiar, bueno, pues vas a la mina”. Él trabajó entre 1974 y 1991, cuando se forzó el cierre de Hulleras de Sabero con promesas de reconversión industrial que se fueron evaporando. Pasó por varias empresas que llegaron al calor de las subvenciones para la reactivación económica y se marcharon al poco tiempo mientras el municipio comenzaba la sangría demográfica. “Había muchos inmigrantes, bien extranjeros o de otras regiones de España, y muchos marcharon. Mucha gente marchó a sus sitios de procedencia”, apunta. Colaborador desde su apertura, fue entre 2013 y 2017 trabajador del museo, primero agente de seguridad y luego guía. Y ahora vuelve al papel de colaborador hasta, por ejemplo, documentar con fotos (otra de sus pasiones) los bares del municipio. “Nos salieron 70 bares. Yo conocí funcionando a la vez unos 40”, relata. ¿Y cuántos hay ahora? “Seis”. Los bares fueron hijos del carbón; los restaurantes, de la reconversión.
El Museo de la Siderurgia y la Minería no dejaba de ser “una apuesta arriesgada”, reconoce su director al resaltar que se trata del único de titularidad autonómica situado fuera de una capital de provincia en Castilla y León. Pero ya desde el principio situó los visitantes por encima de la barrera de los 20.000 al año. El Musac (Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León, en la capital leonesa) ha reflotado las visitas hasta llegar a las 86.831 en 2024 cuando venía de rondar las 50.000 en los últimos ejercicios. “Aquí la gente no viene por casualidad”, abunda con el convencimiento de que el continente, uno de los 50 elementos de patrimonio industrial más importantes de España, “atrae y mucho”. Y el contenido ha evolucionado. “En los últimos tres años hemos renovado casi el 80% de la exposición permanente”, indica para citar a renglón seguido la política de organizar varias exposiciones temporales a lo largo del año. La oferta se completa con actividades que van desde conferencias hasta ciclos de cine y música en directo en verano pasando por conciertos que han llevado al espacio a artistas como Carlos Núñez o Ara Malikian. “Con el paso del tiempo ha ido ganando peso la siderurgia, no en detrimento de la minería”, apunta.
"Las cuencas mineras vivían de un monocultivo y no se habían preocupado del turismo rural", dice el director del museo, Roberto Fernández, con una paradoja: los años del boom del carbón multiplicaron los bares y, sin embargo, "no había restaurantes", que sí han aparecido con la reconversión
El centro tiene un relato que deriva en una doble dirección en función de su público. Para los propios, remarca las señas de identidad: desde los que ven lámparas mineras como las que llevaban sus abuelos hasta los que reconocen cascos o cachavas de las Marchas Negras (una parte importante de las 4.000 piezas que alberga el museo son donaciones de particulares). El sentimiento de “orgullo” se cristaliza en una frase que se oye recurrentemente entre las visitas: “Si yo volviese a nacer, volvería a ser minero”. Para los foráneos, en cambio, funciona como una herramienta que le da la vuelta al cliché de quienes se quedaron con la imagen de los “violentos” que cortaban carreteras o los “privilegiados” que se prejubilaban apenas cumplidos los 40 años de edad. “Y hay que explicarle a la gente que muchas de las mejoras sociales de hoy vienen de la lucha de la minería”, resalta Roberto Fernández sin obviar tampoco que muchos turistas de fuera “se marchan bastante impactados”.

Carlos García volvió de alguna manera a sentirse minero cuando ejerció como guía del centro. “Yo me enfadaba mucho con la gente de fuera”, reconoce al recordarse explicando que el régimen especial de la minería que permitió establecer coeficientes reductores para adelantar el retiro laboral a costa de incrementar la cotización devino de cuestiones como la de poner parches a situaciones penosas como las derivadas de enfermedades profesionales como la silicosis. “Y yo me acuerdo de ir a ver a enfermos a sus casas y verlos en sus camas con aquella agonía”, enfatiza García sin ocultar tampoco su malestar con los vecinos que todavía no conocen las instalaciones: “Me sangran las carnes de pensar que hay mucha gente de aquí que se vanagloria de no conocer el museo”.
El Museo de Sabero destierra otros tópicos. “En León las cuencas mineras son muy bonitas; y hay mucha gente de fuera que asocia el carbón a la suciedad”, describe su director, que encontró la manera de enganchar a las agencias de viajes que elaboran los paquetes turísticos cuando les habló de los fiordos leoneses que asoman en la cercana Riaño, ya a los pies de los Picos de Europa. Para entonces el MSM ya era un catalizador del turismo en la zona, donde se han ido sumando otros recursos como la ruta de montaña vía ferrata, las aguas bravas o la llegada de la Vuelta Ciclista a España al Alto de la Camperona. Siendo conscientes de que “a la minería no la va sustituir nadie”, el centro sí ejerce de revulsivo para la iniciativa privada con la creación de restaurantes, casas de turismo rural y un albergue. Y, en una provincia que ha ido perdiendo fuelle económico y demográfico para alentar a veces un discurso derrotista y en otras una reivindicación por su futuro incluso con aspiraciones autonomistas, es un motivo de orgullo: por recuperar un patrimonio y aprovecharlo cuando sobran ejemplos de infraestructuras sin uso tras recibir fondos llamados a la reconversión y por establecer una oferta cultural de primer nivel al haber albergado obras de artistas de renombre como Eduardo Chillida.

El círculo se empieza a cerrar ya al final del trayecto. El viaje que había comenzado entre la nieve termina de casualidad (“no estaba preparado para el reportaje”, sonríen en el museo) cuando, tras un rápido pase con el director por la exposición temporal sobre el papel de los animales en las explotaciones mineras, aparece una vecina, María Teresa del Niño Jesús Fernández Antón Teresita, con un par de documentos que tenía por casa. El primero es un escrito de su abuelo materno, Heliodoro Antón, que trabajó como pagador de Hulleras de Sabero. “Él pagaba a tocateja. Bajaba a Cistierna con escolta a recoger el dinero”, cuenta Teresita antes de describir la carta en la que relata cómo fueron a buscarlo al Ayuntamiento el 20 de julio de 1936, al comienzo de la Guerra Civil, para apremiarlo a liberar fondos. El segundo corresponde a un cuaderno escolar de su padre. Y ella, que todavía tiene en la retina cómo era el recinto polideportivo rodeado de tiendas del economato de la empresa convertido ahora en un referente museístico, no dudó en confiar esos tesoros de su familia: “Pensé que mejor que en el museo no iban a estar en ningún sitio”.
Para mí, poder trabajar en mi zona, con documentación de mi zona, haciendo la labor cultural y social que hacemos aquí, es fantástico
Y el círculo acaba de redondearse cuando el que recoge esos documentos es Héctor González Moro, un joven nacido en la vecina Cistierna, graduado en Historia en la Universidad de León y ahora técnico del Archivo del Museo de Sabero. Sus antepasados trabajaron en la minería. “Y yo soy trabajador de la reconversión”, dice para empezar a describir una labor que, en su caso, también tiene un alto valor sentimental. Desarrolla su tarea en un espacio aledaño que fue en su día colegio de Hulleras de Sabero y Anexas (luego gestionado por profesores en régimen de cooperativa), empresa de la que se conserva desde su acta de fundación en 1892 hasta un recorrido histórico que ya está a punto de completarse para seguir nutriendo un centro que se acerca a las 10.000 cajas de documentos (contaba a finales de enero con 9.882), 20.000 registros y 18.000 legajos, que se conjugan con una Memoria Oral compuesta por centenares de testimonios.

“Cada vez más empresas confían en nosotros. Y nosotros estamos encantados”, cuenta González Moro para citar también aportaciones particulares (como la de Teresita) hasta conformar una memoria documental que sirve de herramienta de consulta tanto para investigadores interesados en hacer estudios económicos o laborales como para vecinos que acuden con un interés de tipo personal. Precisamente lo personal aflora en las últimas reflexiones de este joven: “Yo he nacido y he vivido aquí. He visto cómo muchas familias se quedaban sin empleo y han tenido que migrar. Y ahora se está viendo cómo están surgiendo nuevas oportunidades muy ligadas al turismo con el museo. Y para mí, poder trabajar en mi zona, con documentación de mi zona, haciendo la labor cultural y social que hacemos aquí, es fantástico”. Lo que dice es tan importante como la manera en que lo dice.
Y es que las reflexiones de Héctor González Moro no son en balde en una cuenca que hace más de tres décadas se quedó sin un sector cuya importancia iba incluso más allá de representar su sustento económico. “Hay un problema de identidad muy serio en cuencas que han sido mineras durante más de cien años. Y, de un día para otro, cambian su forma de entender la vida y la forma de entender la muerte. Es un golpe emocional y psicológico que también habría que tenerlo muy en cuenta”, concluye Roberto Fernández, dispuesto ahora a afrontar retos como consolidar la oferta, ampliar las instalaciones hacia los hornos altos, poder hacer una recreación de una galería en la Mina Sucesiva (ahora deriva a los visitantes interesados en ese tipo de experiencias al Pozo Julia de Fabero, la mina escuela de La Robla o Barruelo de Santullán, esta última en Palencia) y profundizar en una línea que hace que haya cada vez más visitantes de fuera de León (hasta ahora cuatro de cada diez proceden de la provincia). Su espíritu, el que guía un éxito que rompe las barreras estadísticas, será el mismo: “Seguir promocionando la historia y el trabajo de la cultura minera”.
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