Cuando la masonería abrió sus logias en León (I)
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Existió una masonería medieval –la operativa– que congregó diferentes oficios artesanos, principalmente canteros, albañiles y carpinteros, hombres que dejaron su firma en las marcas de sillares y peanas. Estaban iniciados en el arte de la construcción, se reunían en logias de trabajo y obedecían a un maestro de taller. Fue así como levantaron la catedral de León y otras muchas. Artesanos que buscaban la perfección de las formas, el modelado del espíritu y la ayuda mutua entre sus miembros para avanzar en sabiduría y destrezas. Esa masonería se remonta a tiempos de leyenda, hasta la construcción del templo de Salomón, donde su gran arquitecto, Hiram de Tiro, desafió la gravedad para crear belleza física y deleite espiritual. La leyenda dice que fue asesinado a manos de tres ayudantes, Jubelós, Jubelás y Jubelom, que simbolizan los pecados de la envidia, la ambición y la pereza. La lista de vicios atribuidos a estos asesinos puede ser infinita, la misma que entraña la condición humana.
Existió otra masonería más próxima en el tiempo –la especulativa– que nació en el siglo XVIII, se extendió por Europa y América en el siglo XIX, tuvo repuntes en el siglo XX y ha quedado como referente de reformistas ocultos y modernos del siglo XXI. Hoy hay unos cuatro mil masones en España, frente a varios millones en el mundo anglosajón, porque este interés por saber e iniciarse en algunas verdades, el gusto de profundizar en el conocimiento humano, es más propio del espíritu reformista y luterano que del mundo católico mediterráneo. De hecho la masonería protagonizó un fuerte choque con la Iglesia de Roma, manteniendo un conflicto que ha durado siglos. Los masones se pusieron mandil y guantes para interactuar entre ellos, bajo un florido ritual de iniciación, para llegar al cenit de su utopía: conocer el ideario masónico, transformar el mundo profano, luchar contra el oscurantismo, vencer la intolerancia, anular el fanatismo.
¿Qué es la masonería?
La parte más atractiva y misteriosa de Los Hijos de La Viuda –así se denominaban por sentirse desamparados– cae del lado de unos rituales muy ornamentados, bajo el conocido rito de origen escocés, que cuenta con grados de iniciación y un misterio oculto, por eso se han vertido tantos ríos de tinta mentirosa en torno a sus poderes, su culto al diablo, sus manipulaciones en la sombra, sus pactos de sangre… incluso la matanza de niños al estilo de Herodes. A lo desconocido y misterioso siempre se le atribuyen poderes ensordecedores. La masonería no ha sido un club, ni un ateneo, ni un partido político, ni una secta, ni un sindicato, pero con todos ellos tiene alguna arista de semejanza. Fue una escuela iniciática de perfección espiritual, comprometida con un ideal de progreso, aunque vapuleada por todas las deficiencias de la condición humana. Se la consideró poderosa porque practicaba la sutileza, el estudio, la constancia, la discreción, el anticlericalismo y el socorro mutuo entre sus miembros. La Iglesia Católica le declaró la guerra y en ello siguen.
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Creció y se extendió donde había un grupo dinámico con ganas de progresar en el conocimiento, hacer planes, trazar objetivos, reunirse, disertar y escuchar a quien más sabe; términos hoy demasiado sobados, pero concebidos como un lujo en otros siglos. Entraron en sus talleres hombres –fue una organización machista hasta hace muy poco- con ideas de fraternidad y libertad; también se colaron arribistas, aprovechados, curiosos y oportunistas.
La difícil implantación de un taller masónico en León
En España hubo logias masónicas nutridas de ilustrados y de liberales, extendidas sobre todo por la periferia peninsular, los archipiélagos y el Madrid de los políticos, militares, intelectuales y artistas. Muchas logias fueron implantadas por las tropas napoleónicas, luego por los liberales, después por los revolucionarios del Sexenio Democrático. Experimentaron un auge inusitado en la Restauración del siglo XIX, cuando Sagasta decretó el derecho de reunión y asociación. La masonería –como casi todo lo que ha venido de fuera– llegó tarde a León. Hay constancia de tres logias efímeras, sin asiento ni lucidez alguna, en la etapa del Sexenio Democrático, ubicadas en pueblos cuyo eje imaginario atraviesa la provincia de este a oeste, sin pasar por la capital. Fueron la logia Luz del Bernesga (1871-1872), asentada en Pola de Gordón y casi sin noticias, la logia Moralidad (1871) en Sahagún de Campos, de la que desconocemos todo excepto el nombre, y la logia Gloria Montañesa (1871-1872) ubicada en el núcleo berciano de Otero, también sin documentación sobre sus trabajos. Llama la atención el idealismo de sus nombres, pero apenas sabemos nada de ellas. Seguramente sus asentamientos no fueron autóctonos sino vinculados al trazado del ferrocarril y de explotaciones mineras, lo que explicaría su carácter efímero, con miembros que cambiaron pronto de lugar de trabajo, malogrando con ello su continuidad. Existencia incierta y duración fugaz.
Reapareció y se asentó en los últimos años del siglo XIX, a partir de 1886, en la que fue edad de oro de la masonería española. La logia Unión Fraternal (1886-1890) tuvo asiento en la capital leonesa, la primera de un grupo de talleres masónicos de esta etapa, fundada por ocho masones, aunque sufrió dimisiones e interrupciones en sus trabajos, entrando en tiranteces con otra logia de León, porque dos masones fundadores se pasaron al otro taller de reciente vida. Se trataba de Legionenses de Apio Herdonio, logia que adoptó un nombre de tradición romana. Sonoro título para una experiencia pionera en esta tierra. Apio Herdonio fue un personaje del siglo V antes de Cristo, un noble sabino que lideró a un grupo de exiliados de Roma, la mayoría esclavos y parias, tomando por sorpresa el Capitolio romano. En el asalto declaró su intención de liberar a los esclavos y apoyar la causa de los plebeyos contra los patricios. Parece evidente que quien bautizó el taller masónico de León era un tipo culto, pues la hazaña del sabino se ajustaba muy bien a las pretensiones de la masonería: un movimiento social revolucionario, una llamada a la rebelión de los oprimidos que buscan sacudirse el yugo de la injusticia social. Esa era la tarea de la masonería universal, que para sí adoptaron los masones leoneses.
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La nueva logia apenas mantuvo unos años su sonoro nombre, azotada por escisiones y luchas internas que estaba sufriendo la masonería española. Los Legionenses de Apio Herdonio trabajaban bajo las órdenes de una obediencia o rama, la Gran Logia Simbólica Española (GLSE), pero ese mismo año (1889) sus miembros votaron un cambio de obediencia y también de nombre del taller, pasando a ser la logia Luz de León, bajo el Gran Oriente Nacional de España (GONE). Las distintas ramas masónicas no se ponían de acuerdo en el papel del simbolismo en sus talleres, el programa a seguir, cómo influir en la política o qué tipo de fusión les fortalecía más. Los mandamases del mandil en Madrid eran Miguel Morayta, Manuel Becerra, Alfredo Vega (vizconde de Ros), José María Pantoja, Eduardo Caballero de Puga, entre otros. Unos querían reformar el texto constitucional masónico de 1866, otros pretendían su continuidad, pues estaba en juego el grado de independencia de los talleres y su autogestión. La masonería consumió su mayor energía en aquellas escisiones.
Los masones leoneses apoyaron a Ros -más democrático y menos centralista- y se constituyeron mediante votación de sus miembros en la logia Luz de León el 23 de febrero de 1889, celebrando así una sesión -tenida- constituyente. Los dirigentes de aquel taller masónico eran: Alberto Laurín (Orador, grado 31), Antonio Malagón Montero (venerable maestro, grado 18), Juan Gómez Salas (Primer Vigilante, grado 18º), Genaro Langarica Mendizábal (Segundo Vigilante, grado 3), Luis Emaldi Urrutia (Secretario, grado 3), Mauricio Rodríguez Monge (grado 18) y Graciano Díez Pérez (grado 2). Por sus apellidos y grados alcanzados (el grado 33 es el máximo según el rito escocés), la mayoría no era natural de León y traían experiencias previas de otras zonas de España. Además, eran solo siete miembros, número mínimo para constituir una logia, por tanto se trata de una masonería de escasa repercusión y poco arraigo. Apenas existen noticias del taller hasta 1892, cuando se celebró en Madrid un gran festival masónico para conmemorar el cuarto centenario de la gesta de Colón. Representó al taller un miembro nuevo, Ramón Puyol, a la sazón secretario de la logia leonesa.
Labor de la Logia 'Luz de León'
¿Qué hicieron estos masones en León? La documentación habla claramente de prácticas de beneficencia, intercambio de conocimientos, ayuda mutua e injerencias en la vida social leonesa para tratar de expandir el mensaje de la masonería. En 1893 Malagón, de oficio sastre, no fue reelegido jefe del taller, pues había mostrado apatía y le iban mal los negocios; eso sí, al abandonar la jefatura aumentó su despecho hacia el nuevo equipo directivo. Malagón, verdadero líder del grupo, había dimitido ante la obligación impuesta por Madrid de fusionarse con la Razón Libre, logia que trabajaba bajo el GOE. Malagón no estuvo de acuerdo con aquella decisión y quedó relegado.
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Pese a los tropiezos, se celebraron varias tenidas blancas –con ciudadanos profanos, no masones– para captar más miembros y así asentar una logia numerosa que tuviera peso en la sociedad leonesa. La puesta en práctica de estos afanes fue más deslucida que su teoría, incluso interrumpida. Además, las luchas entre los gerifaltes de Madrid estaban en pleno auge y desvirtuaba el trabajo en provincias. Tal fue así que en esos meses la logia leonesa cambió de obediencia (segundo viraje) por voluntad de la mayoría, y se pasó al Gran Oriente Español (GOE) de Miguel Morayta, “más acorde con los tiempos”, de tendencia centralista y unificadora, y a la postre, la más fuerte y organizada.
La nueva etapa vino acompañada de cierto orden: las tenidas se celebraban con periodicidad mensual, normalmente el primer domingo de cada mes, asentando un programa masónico en León que pasaba por el intento de crear una escuela laica y gratuita, con pupilos de ambos sexos, un aula donde impartir conocimientos prácticos, emplear la razón y superar por ello a la Iglesia Católica, su enemiga natural en el campo de la educación. La jerarquía católica leonesa odiaba a la masonería: “Utiliza el arma homicida, la tea incendiaria y el veneno para dominar las naciones”. Esas palabras dichas desde el púlpito debieron de resultar atronadoras. En aquella lucha por las ideas, los masones de Luz de León buscaron propagar la enseñanza laica, evitar las subvenciones a la Iglesia, educar a la juventud bajo las leyes naturales, prescindir de los conocimientos de cualquier religión y tratar de hacer pedagogía en la ciudad para imponer la razón en el sistema educativo, “esa luz que enciende el maestro de escuela y que apaga el cura en la iglesia”.