Influencers hispanos

Ilustración de un influencer en redes sociales.

Quizá sea deformación profesional pero cada vez que escucho el anglicismo influencer, sobre todo si se refieren al colectivo hispano que se dedica a esta actividad, mi pensamiento lo asocia indefectiblemente a la 'Spanish Influenza' de 1918, enfermedad que causó más muertes que toda la munición empleada durante la Primera Guerra Mundial, sin estruendos, sin sangre, una muerte incruenta que afectó sobre todo a la gente más joven. Estos influencers son en su mayoría tan dañinos como la enfermedad citada, si bien no son tan letales. 

Con honrosas salvedades, y por las razones que iremos exponiendo, esta moda que causa estragos a través de las redes sociales podría ser catalogada como otra plaga, en este caso del siglo XXI, pero igualmente nociva y desaconsejable. Nada hay que objetar a la persona que trata de ganarse la vida sentada en un sillón ergonómico, frente a una cámara web y con un micrófono a su lado para hacer alocuciones a todo aquel que quiera seguir su peripecia vital, sus opiniones o sus enseñanzas. El problema de esta actividad estriba en querer idiotizar a sus semejantes, principalmente cuando se vierten calumnias, insidias, creando envidias, complejos e incluso lavando cerebros ajenos para sembrar de rondón ideología política, xenofobia y todo un rosario de despropósitos que sería prolijo de enumerar en un trabajo como éste. Ver muchachos peregrinando para ir a conocer estos sujetos y escuchar sus reprimendas, sus aberraciones, además de resultar alienante y vejatorio para el interesado, resulta descorazonador, máxime en estos tiempos en lo que cualquiera puede utilizar esas mismas redes sociales para recibir abundante información y desechar publicidad engañosa.

A mí este tipo de personas públicas se me antojan un híbrido de telepredicadores y vendedores ambulantes del elixir crecepelo y otros remedios milagrosos que pueden verse en algunas películas del lejano Oeste. A día de hoy ocupan el puesto de los profetas de antaño y de los charlatanes de épocas más recientes, poca diferencia hay entre todos ellos. Estos nuevos falsos evangelistas están poniendo en práctica algo tan viejo como el mundo: Propalar mentiras y tratar de vivir de ellas, si bien han introducido algunas innovaciones, como son la juventud de emisores y receptores, lo insultantemente lucrativo de su trabajo y el empleo de las nuevas tecnologías para hacerse eco.

Otorgar a estos cristianos credibilidad cuando pontifican sobre lo humano y lo divino, sin grandes conocimientos sobre lo que disertan con gran autoridad, sin haber trabajado en profesión alguna y cimentando sus asertos en suposiciones y creencias sin base merecedora de crédito, no deja de ser un arriesgado ejercicio de credulidad y piadoso funambulismo. Ya Larra, a principios del siglo XIX, anticipándose a su tiempo, despachó a estos advenedizos del saber con una frase lapidaria: “De ciencias y artes ignoran lo suficiente para poder hablar de todo con maestría”. 

Las deplorables consecuencias de semejantes desvaríos han quedado patentes con motivo de las inundaciones valencianas donde el desparrame de incongruencias ha sido proverbial. El descarado proselitismo en favor de tal o cual opción política tampoco le ha ido a la zaga. Causa sonrojo ver a muchos miembros de la juventud, teóricamente la mejor preparada de todos los tiempos, fanatizada y haciendo necio seguidismo de farsantes indocumentados cuyas cuentas corrientes contribuyen a acrecentar, haciendo gala de un papanatismo impropio de personas instruidas y con acceso al saber cómo nunca lo ha habido.

En fechas recientes he visto por televisión la prepotencia de uno de ellos censurando el gasto en pensiones de las personas mayores como un gasto inútil. ¡Asombroso! Personas que se van a vivir a Andorra para eludir la presión fiscal apelando a la insumisión tributaria porque, según su sesuda concepción del funcionamiento de la sociedad, los impuestos que se pagan en España son abusivos. ¡Hay que ver la cantidad de asesores ministeriales y titulares de la cartera de Hacienda que dejamos malograrse en este país permitiendo la fuga de estas lumbreras! 

¿Sabrán esos expertos en todo que si un día, en una de sus venidas a su país de origen, sufren una apendicitis aguda pongamos por caso, siempre tendrían derecho a ser operados en un hospital de titularidad pública que casualmente se sufraga con fondos públicos? La ostentación de una vida muelle, con coches de alta gama, viajes, comidas, etcétera, ridiculizando a sus seguidores por no alcanzar un status semejante al suyo, mofándose de su humilde condición, invitando con ello a la holganza y a vivir sin dar palo al agua, como si todo el mundo tuviera asegurado el éxito por colocarse cómodamente delante de una cámara, debería estar penalizado por impago de impuestos, incitación al fraude fiscal, evasión de capitales, estafa, y en ocasiones incluso por atentado contra la salud física, mental y el sosiego público.

Pero como la estulticia humana no conoce límites, como bien dejó apuntado Einstein, no se conforman estas luminarias con sus opiniones y sus consejas en ámbitos insustanciales como la moda, el culto al cuerpo y otras incursiones donde sus conocimientos están muy por debajo del cero absoluto, y que sólo pueden tener seguidores cuya perspicacia deja mucho que desear. Algunos de estos patrocinadores de ideas extremas y próximas al tierraplanismo, negacionismo y otros 'ismos' de similar calado, se permiten el lujo de hacer incursiones en el campo de la salud y así promueven conductas y remedios que pueden poner en peligro la integridad física de sus incondicionales seguidores –práctica, sin responsable alguno, impulsada de forma habitual incluso por medios de comunicación aparentemente serios– y eso es tan grave que debería ser perseguido por el órgano competente en la materia.

La libertad de opinión y la discrepancia ha de ser sagradas, incluso utilizándolas para divulgar atrocidades, pero cuando existe riesgo evidente para la salud física o anímica de algún segmento de la ciudadanía, fomentar disidencias infundadas o incitar a la comisión de actos que alteren el sosiego público, son conductas que han de ser reprimidas por la ley, con especial agravante si este proceder va dirigido a la infancia, donde el criterio suele ser menor. Este sector de bulos, calumnias y todo este mundillo relacionado con la mentira y el engaño debería acabar por desaparecer al ser rechazado categóricamente por la opinión pública.

Decía un abuelo mío que un tonto hace un ciento si le dan lugar y tiempo, pero quizá la cifra se quede corta y en su lugar vez deberían contabilizarse miles o millones.

Tomás Juan Mata pertenece a Urbicum Flumen, la Asociación Iniciativa Vía de la Plata

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