Acompañando al Camino Olvidado

La etapa del Camino Olvidado entre La Ercina y Boñar que recorrimos animosamente junto a los ocasionales y entusiastas peregrinos que nos visitaron la pasada semana, terminó por convertirse en una enriquecedora experiencia que recordaremos durante mucho tiempo. Porque no será fácil olvidar los dieciséis kilómetros que pudimos compartir a golpe de charla y zapato con alguna de esas personas que luchan cotidianamente para sobreponerse a esos duros avatares de la vida que les han condenado al desamparo de la comunidad.
Tras un par de horas de marcha, esa inexplicable pulsión que surge del Camino y que consigue sacar lo mejor de cada uno de nosotros comenzó a inspirar nuestro recorrido. Y pudimos vivir plenamente la experiencia de extender nuestros pasos sobre este precioso tramo del Camino Olvidado junto a estas personas que eran unas desconocidas hasta hacía apenas unas horas. Al poco tiempo ya nos llamábamos por nuestro nombre y les escuchábamos con atención.

Compartiendo esfuerzo y paisaje comprobamos como el Camino fue capaz de desvelar crudamente la indiferencia de nuestras conciencias ante una aciaga realidad, la de estos hombres y mujeres que en muchos casos solo pueden ir superando las innumerables complicaciones de su día a día gracias a la incansable ayuda de los trabajadores sociales y voluntarios de organizaciones como Cáritas. Ellos son los olvidados, emigrantes para los suyos y desarraigados inmigrantes entre nosotros, víctimas de adicciones y familias destrozadas, de abusos y abandonos, de malas decisiones y malas personas, habitantes de la calle a los que vemos pero no miramos. ‘Por caminar no te preocupes que aguantan de sobra, están muy acostumbrados a deambular sin destino fijo por las calles todo el día. Lo que cambia es que hoy aquí no serán invisibles. Esa es una colosal diferencia para ellos, el sentirse recibidos, escuchados y acogidos’; nos explicaba uno de los trabajadores sociales de Cáritas que nos acompañaron, héroes sin capa ni espada que trabajan ayudando a todos estas personas excluidas con una voluntad a prueba de tragedias, con ese amor incondicional por el prójimo que no entiende de fotos ni halagos.

El día transcurrió entre senderos y camaradería, saliendo desde La Ercina y pasando por la hermosa ermita de Acisa de las Arrimadas, Barrillos de las Arrimadas, La Devesa de Boñar o La Losilla hasta llegar a Boñar. Allí degustamos unas deliciosas ollas ferroviarias de fabes con oreja, panceta, lacón y morro mientras comentamos con alegría las anécdotas de la ruta. Y al final de la jornada muchos ya habíamos tomado parte, aunque solo sea para cambiar esa mirada huidiza e incomoda que se dibuja en nuestro rostro cuando nos topamos con alguno de estos hombres y mujeres en las calles de nuestra ciudad, aunque solo sea para recordar lo que ya sabemos, que no son invisibles.
