Turistas, un Lamborghini y ley del silencio en la calle de Lavapiés donde nadie se atreve a acabar con un narcopiso okupa

“Yo prefiero mantenerme al margen”, dice una vecina que accede al portal del número 11 de la calle Juanelo, en el corazón del barrio de Lavapiés (a su vez alma multicultural del centro de Madrid). “No tengo ni idea de lo que me estás contando. Yo aquí solo vengo a trabajar”, se escuda otra mujer que sale del edificio minutos antes. Ambas responden así, sin contestar, a las preguntas sobre el asentamiento de un narcopiso okupa en el bajo comercial del bloque.
Un negocio ilegal de menudeo de droga que lleva ya más de tres años desarrollándose en el inmueble. Los primeros indicios de esta actividad ilícita se dejaron notar a finales de 2021, pero la situación se intensificó y se complicó después del desalojo de La Quimera, en los primeros meses de 2023. Con la operación policial que expulsó a los inquilinos irregulares de este otro edificio de Lavapiés, la etiqueta de “agujero negro de la droga” se ha trasladado al bajo de Juanelo, a unos cientos de metros de la plaza de Tirso de Molina y de la que comparte nombre con el barrio.
Un tercer habitante (ocasional) del bloque rechaza hacer declaraciones para Somos Lavapiés. “No hablo español”, sentencia en inglés mientras se quita y vuelve a poner rápidamente unos auriculares inalámbricos. Antes de marcharse solo llega a confirmar con la cabeza que se queda unos días en un apartamento turístico del edificio.
La estampa de esta nublada mañana de marzo se completa cuando, de repente, se escucha el estruendo de un motor. Segundos después aparece un exuberante Lamborghini de color rojo pasión. Su ocupante se baja, se pierde en una calle cercana y deja el vehículo en mitad de la calzada. Regresa a por él unos minutos después, tiempo en el que los murmullos entre vecinos y los comentarios de un grupo de obreros que trabajan en los alrededores no han parado de sucederse: “No te lo vayas a llevar que te conozco”, bromeo uno de ellos con su compañero. Cuando el conductor vuelve, el coche se pierde por la misma vía en la que llegó, pero esta vez marcha atrás.
La queja desesperada de una vecina: “No se puede vivir”
Solo una vecina se atreve a contar su experiencia a este periódico, de manera telefónica y sin revelar su nombre: “Sigo viviendo en mi piso, pero voy yendo y viniendo. La mitad de los días duermo en casa de una amiga. Ahora esto de baja por una agresión de uno de los okupas, que me hizo perder mi trabajo. Agredió hasta a mi perra”. Señala que este hombre debe cumplir una orden de alejamiento contra ella, pero sigue presente en el narcopiso sin que las autoridades actúen.
Desde su punto de vista, lo peor es que “nadie hace nada por mucho que les haya denunciado ocho veces, o que llame constantemente a la Policía y vaya a comisaría”. Reclama también una intervención directa de la Junta Municipal de Centro o el Ayuntamiento de José Luis Martínez-Almeida: “No nos dejan meter el coche hasta nuestra casa y sí permiten que esta gente la líe ahí como si cualquier cosa”.
“La propiedad del bajo comercial tampoco para de denunciar, pero lo quieren hacer todo con arreglo a la ley y no está funcionando. Hasta ha contactado con empresas de desokupación que tampoco han conseguido echarles”, denuncia. Asegura que “no se puede vivir, hay peleas y trapicheo todos los días”. Cifra el número de personas que transitan e incluso conviven en el local en “40 o 50 al día, están hacinadas”. Y añade: “Ahí duermen, cocinan y preparan la droga. Es un hedor horrible y continuo”.
Según cuenta esta propietaria, se han producido “redadas en las que les han pillado con droga, pero entran en prisión y salen al día siguiente u otros que están fuera se vuelven a meter en el bajo”. Expone que “casi todos los propietarios han acabado alquilando, y haciéndolo por debajo del precio de mercado porque es un infierno”. Relata que “una familia joven con dos hijos está viviendo ahora de alquiler dos manzanas para arriba, mientras que varios ancianos se han ido de su casa de toda la vida”.
“La okupación no me importaría si se comportaran como gente normal”, aclara esta vecina. Habla de “suciedad, olor y mierda”. Pero lo peor son “las continuas borracheras y peleas”. Afirma con vehemencia que “hay que echarlos de ahí como sea” y recuerda como “una vez casi inciendan toda la finca con un horno eléctrico”. Opina que “no va a pasar nada hasta que ocurra una desgracia mayor de lo que ya lo es, pero mientras vivimos coaccionados y amenazados”.
Una calle resignada al conflicto
Los vecinos y comerciantes de los alrededores, menos temerosos de represalias directas, sí se pronuncian más abiertamente sobre lo que ocurre en el narcopiso (o “narcohotel”, como deja caer un residente de la zona por las pernoctaciones temporales que se producen en su interior). Una pareja de personas mayores se detiene unos segundos a comentar el asunto pese a que insisten en que tienen “muchísima prisa”. Sí recalcan que “organizan unos tremendos cacaos entre ellos cuando se pelean”, debido a lo cual “la policía viene cada dos por tres”.
No obstante, se muestran conciliadores y señalan que los conflictos “son más entre ellos, con el barrio en sí no dan tantos problemas”. Admiten eso sí que la visión de los vecinos puede ser diferente, ya que en el interior del bloque la afectación es mucho más directa y constante.
A solo unos metros del número 11 de la calle Juanelo, en el bajo comercial del siguiente portal, se ubica una escape room (como si de un recochineo final se tratase). En el local adyacente a este negocio de huidas programadas y peligros controlados, Churchill organiza la tienda de fotografías antiguas a la que da nombre y que regenta junto a su marido. Indica que “las molestias llegan a toda la calle, pero sobre todo a los vecinos del bloque”. Define a los okupas como “problemáticos”, aunque considera que “no afecta a la clientela que viene ni la reduce”.
Unos segundos más tarde recula y apunta que la presencia constante de este tipo de informaciones en medios de comunicación sí merma las ventas. Menciona que, cuando una mujer fue asesinada en su tienda de Tirso de Molina en el verano de 2023, se corrió la voz sobre la supuesta peligrosidad de la zona. Ese factor, unido al incremento de la presencia policial, “vino un poco mal al negocio”.
Churchill termina la conversación con este medio dejando una petición: “Estaría genial que volvierais un día para contar lo que ofrecemos en esta tienda, que es única en Madrid y de las pocas con este enfoque que quedan en España”. Un ruego para contrarrestar el estigma, esa otra lacra con la que luchan día tras día los vecinos de Lavapiés. Un intercambio de golpes constante entre dos bandos: por un lado la delincuencia, la especulación y el turismo desbordado. Del otro la labor cultural y social de cientos de vecinos, asociaciones o comerciantes de proximidad. El cartel que da entrada a la tienda de Churchill ilustra esta constante tensión. Pertenece a una película uruguaya de los años sesenta. Su título es suficientemente explicativo: El combate de la muerte.
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