
Donald Trump Superstar, o por qué soy mejor que Frank Sinatra en Las Vegas

La escena no fue graciosa pero por lo menos fue grotesca. Alta comedia de Donald J. Trump en la Casa Blanca el último viernes de febrero con Volodimir Zelenski, alta traición a Ucrania confirmada en el Congreso el primer martes de marzo. Flanqueaba a Trump su vicepresidente J. D. Vance, que intervenía en el diálogo como un banderillero en una corrida de toros. El encuentro fue dado por concluido antes de lo pautado en el cronograma. Antes de hora, intacta y sin abrir la agenda de temas prefijada para esa conferencia de prensa bilateral en vivo, Trump cortó la palabra a Zelenski y el presidente n° 6 de Ucrania fue expulsado sin más de la Oficina Oval y de la Casa Blanca.
Hasta que no acuerde un alto-el-fuego con el presidente ruso Vladimir Putin se puede olvidar de las armas, el dinero, la logística, la inteligencia militar y los satélites de Estados Unidos. Según Washington, ahora es cuando para una paz urgente: tres años de guerra, con un millón de muertos y más de 350 mil millones de dólares gastados, son más que suficientes.
El presidente n° 47 de EEUU deploró una reunión que declaró malograda en todos sus aspectos diplomáticos. Aunque no fuera pobre el rédito político.
La tele, versión comedia matrimonial, chiste de salón, adulterio serial y elenco de conocidos y habitués
La escena que habían podido ver y oír tanto el atónito cuerpo de prensa presente autorizado para la ocasión como el público global gracias a la transmisión “en tiempo real” había sido “gran televisión”: es así, créanme, sé lo que les digo, dijo el presidente de EEUU. Y con este énfasis didáctico y estas palabras concluyó la transmisión, mientras miraba la cámara sin pestañear. El plano se cerraba sobre la cara de Trump. La cara del exanfitrión y co-productor de 14 temporadas de The Apprentice, que le había dicho a Zelenski el mejor sinónimo que encontró para You are fired!, ¡Estás despedido!.

Es la cita más famosa, convertida en cliché, frase hecha, slogan y consigna, de aquel reality cómico-sádico que en 2004 empezó a emitir los jueves la cadena NBC. Los participantes competían por un puesto ejecutivo al frente de una empresa del imperio Trump. En 2017, la temporada 15 y última de El Aprendiz tuvo al actor de Hollywood y exgobernador republicano de California Arnold Schwarzenegger como anfitrión: el anterior ya había ganado 214 millones de dólares con el teleshow y desde noviembre de 2016 era el presidente electo n° 45 de EEUU. Este último viernes de febrero no faltó, siquiera, en la Oficina Oval, un eco de la tercera cita más famosa del reality (según el sitio IMDb), la rutina donde al It’s your decision de George Ross contesta el Jefe perdonavidas que sí: It’s my decision.
El espectáculo de la política, la one-man-showmanshhip en vivo, micrófono delante o en mano, a veces pone de realce y otras veces escamotea la política por detrás (o por delante) de la actuación de Trump. Como gestor de una fortuna familiar y un capital heredado, como hombre de negocios en las turbulencias de la década de 1980, como especulador inmobiliario neoyorquino, como doctrinario maquiavélico del arte racional de la negociación egoísta, Trump se señalaba y revelaba como una hipérbole andante, una exageración viviente, un extremista del ultimátum, del pacto final de tómalo-o-déjalo. Así lo expresa, más que de lo que lo explica, en tratados y panfletos sobre el arte de negociar.
Publicaciones y exposiciones que cuentan Cómo me hice rico, un género cuyo público lector, de atender a las listas de best-sellers del New York Times, luce insaciable. En el caso de Trump, es limitado el provecho de The Art of the Deal (1987), The Way to the Top o Think Like a Billionaire (ambos de 2004) como libros de auto-ayuda y guías pródigas en consejos prácticos. El autor está lejos de deplorar esa limitación que sin embargo admite sinceramente: la eficacia del método depende menos de sus reglas que del vigor y temperamento intransferibles de quien las puso en práctica con buen éxito.
La tele de canchas y masas, pasión de multitudes en busca de líderes en busca de multitud
El primer martes de marzo el discurso de Trump en el Capitolio fue la apoteosis del Presidente como conductor de televisión y como amigo del pueblo. ¿Quién sino Trump podría haber contratado en vivo a un niño con cáncer cerebral como agente del Servicio Secreto? ¿Qué otro presidente le habría dado en vivo a un joven postulante la buena noticia de que se había ganado una vacante en la academia militar West Point? Cuando Elizabeth Warren aplaudió y aplaudió y no terminaba de aplaudir por Ucrania, el Presidente llamó “Pocahontas” a la septuagenaria senadora demócrata por Massachusetts y pocos contuvieron la risa.
Muchachos, esto no es política, es Sinatra en Las Vegas, comentó el historiador Tim Stanley, columnista del diario conservador británico Daily Telegraph. Según una encuesta de CBS conocida el miércoles, la gran mayoría de la teleaudiencia del discurso aprobó todo lo que escuchó: un 74% encontró a Trump “muy presidencial” y otro 74%, que en parte se solapa con el porcentaje anterior, encontró al Presidente “muy entretenido”. Pero según el sondeo de CNN, también publicado el miércoles, sólo un 44% declaró que su reacción al discurso era muy favorable. En el género de primera alocución presidencial al Congreso, la de Trump del martes habría sido, según los números de CNN, la más fríamente recibida en los últimos , y en términos generales, esta primera alocución de Trump al Congreso fue la recibida con menor entusiasmo en las dos últimas décadas.
Según una encuesta de CBS conocida el miércoles, la gran mayoría de la teleaudiencia del discurso aprobó todo lo que escuchó: un 74% encontró a Trump ‘muy presidencial’ y otro 74%, que en parte se solapa con el porcentaje anterior, encontró al Presidente 'muy entretenido'.
De lo dicho y de lo no dicho en el discurso y de lo visto y entrevisto en el escenario del Congreso puede extraerse sin esfuerzo dos conclusiones negativas paralelas. Que en el cosmos republicano MAGA, los demócratas no importan y Europa tampoco importa.
Legisladores y legisladoras de la oposición demócrata se habían vestido de rosa o llevaban prendas color rosa -rumboso estereotipo de género- para exhibir su solidaridad con las mujeres. Levantaban carteles que rezaban Falso o Es una mentira para glosar y desmentir “en tiempo real” lo que Trump iba diciendo en su discurso. Si de algo carecían por completo, era del frenesí que los republicanos gustan endosar a los talibanes de la izquierda woke: si un insumo político escaseaba a ojos vista en las bancas demócratas era idoneidad para infundir temor o respeto. (Trump, que monopolizaba el espectáculo, sabe que es propio y suyo el monopolio del miedo). La oposición parecía cansada, falta de convicción, confundida. Abuchearon a Trump cuando se declaró ganador de la elección del 5 de noviembre –y fue una de las pocas aseveraciones cien por cien incuestionables del Presidente. Al Green, un representante demócrata de Texas de 77 años (2 más que la senadora Warren, 1 menos que el presidente Trump), se puso de pie, empezó a gritar, a hacer gestos amenazadores en el aire con su bastón. Lo retiraron del recinto, después de que J.D. Vance, de 40 años, vicepresidente de Trump y presidente del Senado, hizo con la mano a Seguridad un gesto de “sáquenlo de acá”. Tampoco Green lucía militante, y mucho menos fanático; parecía confuso nomás.
Meter el perro (es un dogo)
La cruzada de purga y motosierra en el Estado liderada por Elon Musk al frente del Departamento de Eficiencia del Gobierno (DOGE) es la faz menos popular de la nueva Administración. Aun entre algunos legisladores republicanos en el Capitolio. La nueva agencia fue diseñada a la medida del empresario más rico del mundo y según los requerimientos de éste; las palabras que dan nombre a este Departamento fueron ordenadas para que su acrónimo DOGE coincidiera en inglés con el sustantivo dogo. Los cargos jerárquicos de DOGE ganan salarios de seis dígitos.
En su performance del martes, Trump se ocupó en buscar y mostrar, o inventar, el lado humano o chistoso de la motosierra del perro dogo. Hizo reír con gastos que descubrió entre las ayudas financieras al extranjero abolidas por Musk. No habrá más dinero para investigaciones y proyectos que buscan que los ratones se vuelvan transexuales. Ni más fondos para producir una franquicia de Sesame Street en Arabia Saudita. Ya están cancelados “ocho millones de dólares destinados a promover la cultura LGBTQ+ en Lesotho, un país de África del que nadie oyó hablar”. (El que sí había oído de Lesotho es el sudafricano Musk: lo bastante para que su empresa Starlink espere ganar la licitación pública en la que está inscrita). Una persona a la que se le pagaba una jubilación sin aportes tendría 360 años, con lo cual, calcula en vivo el Presidente, tiene 100 años más vieja que este país (y casi el doble de los años de Nancy Pelosi).

El tema más importante del discurso no fue Rusia, no fue la aparente reconciliación de Trump con el presidente de Ucrania, no fue China, no fueron siquiera los aranceles a la importación, los migrantes o la frontera sur con México. Fue el precio de los huevos, que aumenta todos los días desde el estallido y difusión de una zoonosis. Según la legislación epidemiológica animal preventiva, si una sola ponedora se contagia del virus, todas sus compañeras en las granjas avícolas -cuyas jaulas pueden encerrar hasta un millón de gallinas- deben ser sacrificadas para recién entonces comenzar a sustituirlas por ejemplares sanos. La concentración económica de las aves productoras en mega granjas determina derrumbes de la producción no menos masivos.
Los demócratas culpan a Trump por la gripe aviar y Trump culpa a Joe Biden, mencionado como “el peor presidente de la historia”. En cambio, las primeras semanas del segundo mandato de Trump, según el propio Trump, fueron “las más exitosas de la historia”. Trump es el n° 1. “¿Quieren saber quién es el n°2?”, pregunta. Y contesta: “Les digo. Es George Washington”. Trump es gran televisión. Es Sinatra en Las Vegas. Es fútbol para todes. Es Chávez o Rodríguez Saa repartiendo en vivo lavarropas o heladeras entre sus votantes.
La Corte Suprema votó dividida pero votó NO
En un fallo dividido, la Corte Suprema desestimó el miércoles los argumentos de los abogados de la administración Trump y validó al juez John McConnell Jr. En una decisión redactada en cinco páginas, objeto de la apelación frustrada, este magistrado de Rhode Island ordenaba al Gobierno federal efectuar un pago de 2 mil millones de dólares que había suspendido. Es la primera sentencia que pronuncia el más alto tribunal de la Justicia. Responde a la primera de cien mil causas abiertas contra la Administración por sus programas de austeridad y recorte que fue escuchada por esta Corte. El voto fue 5-4: dos conservadores, John Roberts -presidente del Tribunal- y la jueza Amy Coney Barrett -designada por Trump- votaron con sus colegas progresistas y en contra de los restantes conservadores.
En el voto de la minoría gana relieve un signo que puede resultar anticipatorio de cómo se resolverán, con mayor celeridad de la anticipada hasta ahora, futuros conflictos entre la Administración Trump y quienes la demanden. El escándalo ante lo decidido por sus pares es manifiesto en la opinión minoritaria disidente, e impotente.
Técnicamente, el punto clave que la Corte debía decidir, aquel que sostenía la apelación del Gobierno, era independiente del valor o disvalor jurídico de lo ordenado por el juez de Rhode Island. Lo que estaba bajo discusión era el rango de autoridad de este juez. ¿es suficiente por sí sola, y sin más, para darle órdenes al Gobierno federal y emplazarlo a pagar 2 mil millones de dólares? Sí, es suficiente, según el voto dividido pero mayoritario de la Corte.
En el futuro, la agencia DOGE y otras del Ejecutivo pueden verse frenadas por decisiones judiciales adoptadas y ordenadas por un magistrado único. La autoridad de un juez para decidir en solitario ya no podrá ser disputada y apelada, dado que esta cuestión ha sido zanjada.
El porvenir sin magia de una ilusión republicana
La fe en la República salió triunfante de esta ordalía republicana. Pero la cuestión angustiante es aquella todavía no zanjada, y que no zanjará la Corte: queda por entero fuera del imperio de las instituciones.
¿Cómo acatará el Gobierno los fallos judiciales? Y esta pregunta ya da por sentado que, al menos, mal o bien, mejor o peor, la Administración Trump los acatará. Faltan evidencias que justifiquen este moderado optimismo tibio –también falta de momento evidencia refutatoria. Ratificada la autoridad de los jueces para dar órdenes al Gobierno federal, todo invita a pensar que estas órdenes se multiplicarán por cientos o aun miles en las sentencias que den razón a las demandas contra la Administración que desmantela al Estado. Y nada invita a creer que el fortalecimiento de la autoridad de los jueces significará un fortalecimiento de la autoridad judicial. La laxitud puede devenir medida y regla de la obediencia a la Justicia en una Administración que ya empieza a advertir que puede desobedecer sin sufrir consecuencias o incurrir en reproches.
AGB/MC
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