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'No es la cultura (ni el aborto), estúpides', o cómo el trumpismo gana guerras de las que huye

Donald Trump agradece a la Convención Nacional Republicana reunida en Milwaukee (estado de Wisconsin) que el jueves 18 de julio de 2024 lo proclamó candidato oficial partidario a la presidencia de EEUU que ganó el martes 5 de noviembre.
16 de noviembre de 2024 10:33 h

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A la más diligente de las ojeadas retrospectivas, detenida por un momento en la década de 1970, le sería arduo cumplir el cometido de señalar precedentes en la opinión pública o en el comentario político que gozaran de consensos amplios en algún sector o movimiento ampliamente representativo de una sociedad que coincidieran en describir una declaración de la prioridad de la economía sobre la cultura como un giro a la derecha. Al menos así, en abstracto, sin entrar en más detalle, sin la prudencia de reclamar definiciones: qué debemos entender por economía, qué por cultura. En especial, habría sido trabajoso encontrar apoyo entre voces de izquierda. Al revés -siempre en este andarivel por exceso generalista-: todo enunciado de subsidiariedad de la cultura, de su degradación en rango a expensas de cualquier promoción reconocida a la crasa primacía de la economía en nuestra existencia social y en nuestras vidas privadas y cotidianas se vería probablemente denunciado por su materialismo crudo, por su sumisión o creencia (siempre arcaica, para el liberalismo) en algún atávico dogma socialista. Elogiada o estigmatizada, toda admisión de una primacía permanente o coyuntural de la economía sobre la cultura nunca habría sido vista como un paso más en un proceso de derechización.

En la década de 2020, la opción del electorado en las presidenciales de 2024 a favor del candidato presidencial que prometió a un proletariado multirracial más dinero en la cuenta bancaria a fin de mes y el repudio de ese electorado por la candidata que prometió más libertad (y restauración federal de la libertad de abortar a las mujeres), más derechos a toda la ciudadanía (y atención a los derechos especiales de las minorías postergadas o en riesgo), y que con la democracia se cura, se enseña y se come confirma una tendencia, ahora más irrecusable que nunca si alguna vez lo fue, de derechización de sistemas democráticos en peligro. Spoiler (¿conformista?): nada es tan simple.

La derecha y la izquierda en 2024 y Simone de Beauvoir en 1954

En la década de 1950, en el ensayo “El pensamiento de derecha, hoy” de Simone de Beauvoir (traducido al castellano y publicado en Buenos Aires en la década de 1970 por Juan José Sebreli), la autora de El segundo sexo dijo famosamente que quien no es de izquierda ni derecha es de derecha y que nunca serán de izquierda aspirantes al poder que no digan luchar en primer lugar por el proletariado. La taxonomía se ve extendida a todos los ámbitos. En las artes, el realismo es más lúcido y más de izquierda (en nota al pie, se aclara, ante la duda, que en virtud de este razonamiento la literatura fantástica es en efecto de derecha). El resultado de las elecciones presidenciales de EEUU del primer martes de noviembre de 2024 insinúa que el ensayo de la escritora francesa está lejos de ser un arbitrario, obsesivo ejercicio de minucia clasificatoria.

El martes 5 de noviembre, en la misma cita electoral de las presidenciales, 10 estados en EEUU votaron un referéndum sobre el aborto. En 8 de los 10 estados, un promedio de seis sobre cada 10 votos, o una proporción mayor, fue a favor de proteger constitucionalmente el derecho al aborto y aun de explicitar sus términos y extender la legalidad al fin del embarazo. En estos estados Kamala Harris, que había hecho campaña con el argumento de federalizar el derecho al aborto, no ganó el voto. El derecho de las mujeres a la interrupción voluntaria del embarazo demostró ser más popular que la candidata oficialista demócrata.

Publicado en dos entregas de la revista Les Temps Modernes (1954) y reunido al año siguiente en el volumen Privilegios (1955), “El pensamiento de derecha, hoy” es una reflexión sobre la ubicuidad de la política en decisiones que no dejan de ser libres por ser políticas ni por haberse visto guiadas, antes que por otras fuerzas, por una orientación de clase, y del carácter sustantivo del clivaje entre derechas e izquierdas inteligible en los comportamientos de sociedades o individuos.

A primera vista, hoy habríamos llegado a un antagonismo flagrante pero perfecto en nuestra correlación entre hechos y valores, en la caracterización de conductas y procesos de izquierda y de derecha, si la comparamos con aquella generalmente en curso medio siglo atrás. La mayoría de votantes vacilantes o debutantes que en EEUU en 2024 giró o votó por primera vez contra la candidatura demócrata respondió en encuestas o focus-groups post-electorales que habían obrado así porque, en resumen, ‘A Kamala Harris le importan más las guerras culturales que la cuenta del almacén’.

Sobrentendidos, malentendidos, desatinos y otras desgracias

El slogan más definitivo, y significativo, de la campaña de Harris logró mucho más que un sumario del ideario demócrata ante las elecciones presidenciales. Logró una síntesis de su versión 2024: Kamala. Obviously. Sintético en el dar por descontado la superioridad moral de la vicepresidenta candidata y en dar por descontado el conocimiento de todo lo que ella representa y del orden mental y operativo de sus prioriades. La confianza depositada en el patrimonio partidario inajenable de consenso suficiente y voto eficiente de enteras demografías fidelizadas a la ‘máquina’ o mecanismo demócrata cuyo alto grado de irrealidad confirmó el hecho consumado de la elección. Un principio de  uno de los principios de acción política cuya idoneidad para la auto-lesión se veía probada por el fracaso oficialista, más acá de una derrota de la que ponía al descubierto uno de sus resortes inmediatos.

En los análisis y reacciones a la derrota demócrata, vemos, oímos y leemos inscrita en una secuencia derechista la decisiva opción electoral de los siete estados en péndulo que este 5 de noviembre, sumando su voto al de las mayorías que tenían muy decidido y desde hace tiempo el suyo en los estados ‘rojos’,  ganó a la biografía política del republicano Donald Trump su segundo y último mandato. Con alarma o regocijo, según la fuente, inscriben este triunfo presidencial trumpista, renovado aunque no consecutivo, en una historia armónica de derechización de naciones y repúblicas. Historia regional, para quienes se detienen en Brasil y la Argentina, en Jair Messias Bolsonaro y en Javier Milei. Occidental, para quienes citan Italia y Alemania y los Países Bajos y Hungría que este semestre preside desde Budapest a las 27 naciones de la Unión Europea. Mundial, para quienes ven más lejos y alegan a los países más poblados de la tierra, Filipinas, Indonesia y aun, o desde luego, la India de Narendra Modi.  

Como en muchas otras ocasiones, entre quienes desaprueban el cúmulo creciente de simplificaciones, hay voces que reiteran su fatiga ante el uso anacrónico de un eje obsoleto de izquierdas y derechas. Como en todas las ocasiones, no tiene por qué ser derechistas electorados ni votantes cuyo voto benefició a candidatos derechistas. Ni tampoco conviene concluir que obraran así por engaño, si por fidelidad a una causa desesperada que oían declarada como suya y primordial por un partido, votaron por ese candidato que la sostenía. Aunque fuera dudoso de antemano que de triunfar los favoreciera una vez en el gobierno, tanto por deserción de una voluntad ahora mutada (o salida a la luz en su verdad mentida) como por imprevista (sin haber sido imprevisible) insolvencia logística de los medios que prometió como solución y resolución de los males de la encrucijada para la cual se había ofrecido como único redentor viable. 

Sería apresurado dar por respondida la pregunta sobre los móviles de un comportamiento colectivo al discernir quiénes han sido sus definitivos, exclusivos y leoninos beneficiarios. Trump puede ser un ‘fascista’ como resumió Harris en el discurso de cierre de campaña. Pero eso no hace de su electorado ‘el verdadero tacho de basura’, según la reacción del presidente Joe Biden acusando de racista a un stand-up comedian que en el cierre de campaña de Trump sugirió que Puerto Rico era ‘una isla del mar Caribe rebosante de basura’.

El aborto es más popular que Kamala Harris

En 10 estados de EEUU el 5 de noviembre cada electorado estadual, además de elegir nuevas autoridades para los Poderes Ejecutivo y Legislativos, participó en referéndums sobre el aborto que buscaban dotar de protección constitucional en cada estado para el derecho al aborto. En 2022 la interrupción voluntaria del embarazo había sido privada en Washington DC por un fallo de 6 de los 9 integrantes de la Corte Suprema de la protección constitucional federal de la que las mujeres gozaban desde una sentencia de 1974 del mismo Tribunal supremo. En 8 de los 10 estados, un promedio de seis sobre cada 10 votos, o una proporción mayor, fue a favor de proteger constitucionalmente el derecho al aborto y aun de explicitar sus términos y extender la legalidad al fin del embarazo. En estos estados Kamala Harris, que había hecho campaña con el argumento de federalizar el derecho al aborto, perdió. El derecho al aborto demostró ser más popular que la candidata oficialista demócrata.   

En los beneficiarios de un comportamiento colectivo sería riesgoso hallar móvil secreto y explicación suficiente y satisfactoria para una acción colectiva. “Las injurias inferidas a un tigre no tienen por qué ser rayadas”, razonó Borges. “El mundo, desgraciadamente, es real, yo, desgraciadamente, soy Borges”, concluye otro ensayo argentino. “Trump, desgraciadamente, es la respuesta incorrecta a preguntas correctas”, proponen en Impromptu, un podcast animado por la periodista Amanda Ripley en el Washington Post. El diario de la capital de EEUU quebró en 2024 su añosa tradición de endosar candidaturas presidenciales por voluntad de Jeff Bezos: el dueño de Amazon y multimillonario rival de Elon Musk es también dueño del diario de la investigación del caso Watergate que hizo renunciar a Richard Nixon cuando dos de sus periodistas, uno de ellos votante republicano registrado, revelaron que el presidente republicano había ordenado espiar las oficinas del partido Demócrata. El significado último del abstencionismo de Bezos es elusivo: sin alardes de periodismo independiente, el Post militó todos los días,  por la victoria, que no se dio, de Joe Biden y de Kamala Harris.

AGB

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