Pedagogía del antisemitismo

¿Sionista? Racista, imperialista, aliado de las fuerzas del mal, antipalestino son respuestas rápidas y peligrosas, que se dicen con ignorancia frente al movimiento de masas surgido en el siglo 19 que, en un abanico de ideologías diversas, albergó el común objetivo de luchar por una tierra propia para los judíos, perseguidos desde el fondo de la historia.
Y eso, ¿significa estar en contra de la existencia de un Estado palestino?
No, aunque ciertos sectores de la colectividad lo están, pero no todos.
Acaso, por dar sólo algunos ejemplos cercanos a nuestros lectores, ¿todos los peronistas piensan igual? ¿los feminismos se parecen entre sí? ¿todos los argentinos apoyaron la dictadura cívico-militar del 76 al 83?
Es el riesgo de las generalizaciones tanto como de los reduccionismos.
Los movimientos de masas son esa unidad en la diferencia que ocurre en momentos en los que se impone lo común en la lucha, algo que a millones de argentinos nos gustaría que ocurriera hoy en la Argentina, donde los jubilados son un ejemplo de organización social.
Hace unos días me topé con el libro Antisemitismo: definir para combatir. Un manual apto para todo público, donde Ariel Gelblung, su autor, traza un recorrido diacrónico de este fenómeno mundial de ensañamiento contra el pueblo del que provengo. Un pueblo que perdió 6 millones de vidas durante el Holocausto por las manos asesinas de los nazis. Humanos que, religiosos o no, descienden de las 12 tribus de Israel, cuyas Sagradas Escrituras equivalen al Antiguo Testamento.
Me resultó tan didáctico que elegí traerlo acá. Y claro que quisiera leer las voces plurales y contrarias a la violencia de origen palestino, tal como en su momento me interesé por el movimiento Mujeres por la Paz o por la West-Eastern Divan Orchestra, de palestinos e israelíes.
¿Qué es un judío? Se pregunta Gelblung, director de la oficina del Centro Simon Wiesenthal y va muy hacia atrás: “hebreo” deriva de hibrí, el que pasó. Otro vocablo se refiere al que pelea con Dios, es decir, Isra-el. Son los israelitas que antes fueron los hebreos y generaciones posteriores serán los judíos, porque una de las tribus habitaba Judea.
El judío es un pueblo de casi 3500 años, “que tiene una religión común, una historia común y lenguas (no una sino distintas lenguas) que a lo largo de los siglos les fueron comunes”. Son el hebreo, el ídish y el ladino. No tenían una tierra única pero sí la idea de que debían volver a ese territorio. Su historia se comprende con la trilogía pueblo, libro, tierra. “Abraham inició el camino” del monoteismo como idea innovadora y sus descendientes continuaron las distintas variantes de las religiones monoteistas occidentales.
Luego de una hambruna recalaron en Egipto donde son esclavizados hasta que Moisés libera al pueblo en un periplo de cuarenta años para que una nueva generación, nacida en libertad, funde la nueva nación en la tierra de sus antecesores. Moisés recibe los diez mandamientos y años después caen en manos de los babilonios. Se produce otro destierro hasta que los romanos sofocan una rebelión y destruyen definitivamente el Templo de Jerusalén. Con la diáspora se reparten por distintos lugares del mundo romano y otros más allá del imperio.
La religión deja de tener centralidad y se piensa en las Escrituras y el rezo en pequeñas comunidades. Siempre permanecieron judíos en la región. Las festividades terminan con la frase: El año que viene, en Jerusalén.
Cuando el imperio romano adopta al cristianismo como religión oficial, para diferenciarse de lo anterior, se plantea que quienes no aceptan lo nuevo no deben ser respetados.
Se es judío por nacimiento (hijo de madre judía) o por elección (proceso de conversión), aunque los nazis identificaban al judío como nietos de judío.
Que alguien parezca, tenga cara de o pueda identificarse como judío “no tiene sentido y no se puede utilizar como parámetro para llegar a una definición”, dice Gelblung. “Podemos encontrar judíos que provienen del norte de Africa, y también del resto del continente, Rusia, inclusive de Asia”.
Hay miles de variantes: religiosos, no religiosos, ortodoxos, conservadores, reformistas, etcétera. En América Latina, los judíos, al igual que en España y Portugal desde 1492, no se podían expresar abiertamente. A fines del siglo XIX llegó una ola inmigratoria que trabajó en colonias agrícolas. Luego, los sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial. La población judía en todo el mundo alcanza hoy los 15 millones de personas.
El nazismo no fue ni el primero ni el último antisemitismo. El término antisemitismo fue acuñado por el alemán Wilhelm Marr en 1879 para diferenciarlo del odio hacia el judaísmo como religión. Veía a los judios como gente “que no era nacional” y no merecía los mismos derechos.
Cuando muere Alejandro Magno, el imperio se divide y los seléucidas exigen la sumisión completa de los judíos, tal como mucho después ocurre con los conquistadores respecto de los pueblos originarios de América.
El antisemitismo como odio al judío se da cuando, en las primeras centurias de esta era, el cristianismo adoptado por el Imperio Romano persigue a los otros dogmas. Consideran al judío el pueblo deicida, lo acusan falsamente de provocar la muerte de Cristo. Uno de los mitos en relación con los judíos nace en esta época: se prohibe el préstamo de dinero con intereses, aunque la política necesita financiación. Así, los judíos quedan relegados a la necesidad de ejercer la actividad que no pueden realizar los cristianos. Durante la Inquisición, si los judíos aceptan renunciar a sus creencias pueden llegar a zafar de la condena, aunque se los sigue investigando por la sospecha de que podían judaizar en la clandestinidad. Por eso se los expulsa de España y Portugal.
En la era napoleónica, post Ilustración, se abren los ghettos, donde los judíos viven separados del resto de la sociedad. El rechazo no es religioso sino nacional. El caso Dreyfus es un ejemplo. El militar es acusado falsamente por considerarlo más leal a su ser judío que a Francia, aunque para el judaísmo la ley local es suprema. Esto se extiende hasta la Gran Guerra cuando soldados judíos incluso pelean entre sí.
A fines del siglo diecinueve surge la idea en la colectividad judía de que sólo estaremos seguros si tenemos un Estado nacional propio. El movimiento de autodeterminación del pueblo judío en su tierra ancestral se llama Sionismo. El anhelo tiene más de dos mil años. Nunca dejó de existir presencia judía en Tierra Santa. “El movimiento místico judío conocido como Cábala se desarrolló en la última época de la Edad Media y comienzos de la Edad Moderna en una ciudad conocida como Safed”, en el norte israelí, señala el escritor de Antisemitismo: definir para combatir. Un manual apto para todo público. “Hay gente que encuentra un nuevo disfraz en el sintagma: yo no soy antisemita, pero soy antisionista, como si fuese una mala palabra”.
Usar argumentos antisemitas es poner en práctica un “discurso de odio”. No se trata de atentar contra la libertad de expresión sino de poner un límite, como se debe hacer (por dar un ejemplo) con el material relacionado con la pedofilia La legislación argentina criminaliza el negacionismo, la banalización o la distorsión de genocidios. “Nada ha hecho más por la convivencia en la diversidad que una democracia fuerte”, sostiene Gelblung. A lo que agrego: la nuestra todavía tiene un largo camino por recorrer, aunque las leyes nos protegen hace años.
Antisemitismo es, entre otras cosas, formular acusaciones falsas, deshumanizadas, perversas o estereotipadas sobre los judíos, como tales, o sobre el poder de los judíos como colectivo; antisemitismo es sostener el mito sobre la conspiración judía mundial o el control judío de los medios de comunicación, la economía, el Gobierno u otras instituciones de la sociedad; acusar a los judíos como el pueblo responsable de un perjuicio, real o imaginario, cometido por una persona o grupo judío, o incluso de los actos cometidos por personas que no sean judías es antisemitismo. Considerar a los judíos responsables de las actuaciones del Estado de Israel y/o de su Gobierno también lo es.
Finalmente, defender la existencia de Israel no implica estar en contra de la autodeterminación del pueblo palestino, aunque hoy la dificultad del diálogo y su reemplazo por la guerra pone la desaparición del antisemitismo y la creación de un estado palestino en el plano de las más difíciles de las utopías.
LH/MF
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