Espacio de opinión de Canarias Ahora
Los happy few
Yo veo un círculo lleno de problemas que carece de centro. Me refiero a esta vida pública sin centro. Un viejo concepto, una cosa hueca, pero sin centro, el anillo de Clarisse. Suerte de situación repetida en épocas decadentes. Como la que retrata el célebre libro de Musil, que cuando solo se necesitaba un centro que aglutinase la celebración de un jubileo, incluso esto se volvía imposible por los enredos de la burocracia. En España hoy, señor moi, el centro del anillo es el auto de fe que proclama la independencia judicial que algunos jueces se empeñan en enfrentar a la razón de muchos. Nada nuevo, un asunto escolástico, la fe contra la razón. Nos han Hurtado la inocencia.
La culpa en primera instancia es de la clase política, pero es una culpa sombra porque la culpable real es la sociedad civil, víctima y verdugo. La clase política se nos aparece huyendo de una sombra que proyecta la sociedad civil en este momento de decadencia.
Ya decía Fenelón que se exige servicio y talento a la juventud. Pero solo se trata de mentiras, añadía al punto. Formad parte de una camarilla, aconsejaba, y yo añado de la agrupación local del partido para estar en la lista electoral. Ese es el camino que te conviene. Si observamos un debate en el Parlamento de Canarias, el talento y la creatividad se quedan fuera del recinto de Teowaldo Power. No entra nada virtuoso en los bolsillos de las señorías. Solo entra su señoría. La señoría dentro y el talento fuera.
Un jesuita portugués al que liquidaron en la hoguera acuñó esto de que hablan porque la palabra se les ha dado a nuestros representantes para ocultar durante un rato que no tienen nada en la cabeza. O para ocultar el pensamiento. Esta es una idea fundamental, lo mucho que se habla, y en ocasiones hasta bien, para ocultar el pensamiento. Ese que no se tiene o no se quiere enseñar. Pero la clase política es la solo la máscara de la sociedad civil que es donde anida el problema, y bajo la máscara aparece el espectáculo más desgarrador.
Está de actualidad Fernando Savater, que llamó gorda a una presentadora de las campanadas de fin de año. Y habló de gorda para ocultar su pensamiento al afirmar al mismo tiempo que hacía el bestia a cuento de la cómica, que se niega a contemporizar con Sánchez y no entiende eso como intransigencia sino como salud mental. Mientras algunos combatimos la polarización con pulso de artificiero y lupa de joyero, viene un viejo luchador antifranquista, abandona los linderos de la democracia y de los espacios calmados y lo argumenta diciendo que no era lo mismo el polo etarra que el polo de la guardia civil. Incontinencia mejor que intransigencia, cosas de la edad en palabras de alguien que transigió en la transición aceptando el prorrateo de pérdidas y aceptando un pacto que daba el mismo trato a represores y a reprimidos. Generoso en 1975, intransigente hoy. Entonces no había lugar para esa bucólica salud mental. Vemos el caso actual de un intelectual acreditado que abre una caja de pandora que en realidad es un bestiario que oculta cualquier pensamiento.
Hay un partido de tristes y otro de aburridos. Si estoy triste es porque me falta algo que no he podido obtener. Estoy capitidisminuido y en posición inferior. Soy un perdedor. Si lo que estoy es aburrido me elevo sobre la media porque sucede que han tratado inútilmente de agradarme. Soy ganador. En el partido de los tristes militan los malos y en el partido de los aburridos abundan los buenos. Los tristes se enfadan y se manifiestan en Ferraz, los aburridos se abstienen en las votaciones y dejan gobernar a los tristes
Recordemos la dedicatoria de Stendhal a los happy few que cuando Shakespeare eran compañeros en el ardor guerrero y cuando escribía el novelista eran intelectuales, coleguillas elegidos, pocos, pero felices. Agudos lectores que lo entendían todo con pocas palabras. Hoy estos últimos pueden ser admiradores de Elon Musk y antes lo fueron de Mario Conde. Hoy las happy few también pueden estar en la camarilla que en los partidos políticos secuestran la nómina. Son pocos, cada vez menos, les empieza a fallar el banquillo, pero son siempre los mismos y tan felices. Esas camarillas no son el problema, pero dan pocas soluciones. Solo que al cobrar de la nómina de la camarilla tienen que aceptar el peor y más inexacto de los desprecios, ese de que todos los políticos son iguales.
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