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Sobre este blog

Padre imperfecto, primo hermano de Orlando, feminista en construcción, jurista nómada, cinéfilo “aguafiestas”, además de egabrense y catedrático de la UCO. Llevo años estudiando desde el punto de vista jurídico, pero no solo, los problemas y los dilemas de la igualdad. He publicado libros como El hombre que no deberíamos ser, Autorretrato de un macho disidente o John Wayne que estás en los cielos. Empeñado en mirar con lentes feministas, a lo Siri Hustvedt, la realidad y su reflejo en las pantallas, me quedé tocado cuando vi Thelma y Louise en el Cine Isabel la Católica.

Todavía hoy, mientras releo a Virginia Woolf, sueño con escribir un final distinto para la historia. Mientras llega ese happy end, no dejo de ver películas en las que busco las respuestas que no me ofrecen ni el Derecho ni Boyero. Imaginando un mundo con menos palomitas y más conversación.

'Salve María': El mal que sí tiene nombre

'Salve María' de Mar Coll

Octavio Salazar

6 de febrero de 2025 20:01 h

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Durante siglos, las maternidades han sido silenciadas, olvidadas, reducidas a mera necesidad social o amplificadas en mitologías deshumanizadoras. Las mujeres, sin voz ni palabra, han librado mil batallas, la mayoría de ellas a solas y en condiciones de extrema vulnerabilidad, contra un destino que las reducía al papel de madres que, además, debían cumplir con rigor y excelencia. Asumidos como valores el sacrificio, la entrega y la renuncia. “Dios te salve María, llena eres de gracia”. Frente al Dios padre, y a los hombres convertidos en dioses, ellas en la servidumbre extrema de ser para otros, asaetadas por males sin nombre, las locas internadas en psiquiátricos y las suicidas desesperanzadas. El dolor que nace del útero, el cual no solo genera vida sino que también alimenta monstruos.

Tuvimos que esperar, como en tantas otras cosas, a que las mujeres fueran teniendo la potencia política de la palabra para descubrir las historias no contadas, las cicatrices no cerradas y tantos malestares que parecían formar parte de un orden natural jerárquico. Los hombres, en nuestro trono, permanecimos ajenos a estas batallas, felices ganadores de un sistema hecho a nuestra imagen y semejanza. Todavía es, me temo, una de las luchas abiertas del feminismo, la que pone el foco en las capacidades reproductivas de las mujeres, en sus cuerpos y en sus tiempos, en los difíciles – a veces imposibles- equilibrios con unos mandatos de género que, pese a las conquistas, hoy parecen renacer al amparo de discursos reaccionarios y melancolías diversas. Más que nunca habría que releer a Adrienne Rich o a Sylvia Plath para ubicarnos en un ecosistema que continúa sin ser central en nuestras reflexiones y acciones en torno a la igualdad, los derechos o la justicia. Una lectura que muy especialmente los hombres deberíamos asumir como tarea en nuestros procesos de revisión, si es que realmente estamos convencidos de que se trata no solo de cambiar subjetividades sino también, y sobre todo, marcos relacionales.

No estaría mal en ese proceso que viéramos, sin caer en la tentación de sentirnos atacados u ofendidos, la impresionante Salve María. Una película que Mar Coll, basándose libremente en la novela Las madres no de Katixa Agirre, convierte en un relato casi de terror. Algo que subraya la estupenda música de Zeltia Montes y la desgarradora interpretación de una Lisa Weissmahr que nos transmite con brutal verdad la fiebre, el desamparo, la angustia y la culpa. Y también, menos mal, al fin, el inicio de una liberación.

Salve María pone el dedo en una de esas llagas que escuecen y que hacen que las mujeres continúen hoy atrapadas entre los sentimientos de culpa, el síndrome de impostoras y una inacabada rebelión contra los mandatos de género. Todo ello mientras que los hombres, incluidos los que como el que interpreta Oriol Plà en la película pareciera que hemos roto cadenas con nuestros padres, continuamos en gran medida ajenos, siempre a lo nuestro, jugando siempre a favor de nuestro vuelo incluso cuando la ley nos ofrece herramientas para asumir la corresponsabilidad en los cuidados de los hijos. Una medida en todo caso paliativa y que no es nada transformadora si no va acompañada de otras que incidan en la salud y en el bienestar de las mujeres, en su necesaria autonomía y en todas esas necesidades que van más allá de lo físico y lo material. Algo complicado de alcanzar en sociedades donde se valora siempre remar a favor del sistema. Y en las que la cultura, lo que nos socializa e imprime carácter, continúa en gran medida siendo androcéntrica.

La historia de esta “mala madre”, que duda y que se angustia, que se arrepiente de serlo y que no sabe, o no quiere, o no puede, ser cariñosa ni dulce, que ve como su mundo se reduce a un minúsculo espacio y frente al que no encuentra escapatoria, es una inteligentísima mirada sobre ese lado oscuro que no se nombra. Sobre esas habitaciones de la casa que dejamos en penumbra porque ocultan fantasmas. Esas presencias que desequilibran el orden establecido y que nos incomodan, nos arañan, nos aterrorizan incluso. La película de Mar Coll, que no llegó a los cines cordobeses y que ahora podemos ver en Movistar+, es una valiente y arriesgada mirada sobre esos cuartos cerrados, malolientes y asfixiantes, en los que se entremezclan vómitos de bebé, sudor de madre y lágrimas que duelen. Mientras que afuera, el mundo continúa en esa espiral que apela constantemente a las bondades femeninas y que nos deja a nosotros, en el mejor de los casos solo algo desconcertados, en la parte más cómoda del tablero.

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Padre imperfecto, primo hermano de Orlando, feminista en construcción, jurista nómada, cinéfilo “aguafiestas”, además de egabrense y catedrático de la UCO. Llevo años estudiando desde el punto de vista jurídico, pero no solo, los problemas y los dilemas de la igualdad. He publicado libros como El hombre que no deberíamos ser, Autorretrato de un macho disidente o John Wayne que estás en los cielos. Empeñado en mirar con lentes feministas, a lo Siri Hustvedt, la realidad y su reflejo en las pantallas, me quedé tocado cuando vi Thelma y Louise en el Cine Isabel la Católica.

Todavía hoy, mientras releo a Virginia Woolf, sueño con escribir un final distinto para la historia. Mientras llega ese happy end, no dejo de ver películas en las que busco las respuestas que no me ofrecen ni el Derecho ni Boyero. Imaginando un mundo con menos palomitas y más conversación.

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