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TOMA DE TIERRA
Ya en casa

Captura conversación Whatsapp.

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Hay una canción de Silvio Rodríguez que habla de las tentaciones de comodidad que se le presentan a las personas que quieren cambiar el mundo y cómo ese tipo de personas, con ideas de cambio o revolucionarias, se pueden quedar solas defendiendo causas justas o llevando a cabo ideas de igualdad. Historia de las sillas tiene una letra durísima, que reconforta, solo en parte, a las personas insobornables que no se dejan acariciar por ningún tentáculo del poder.

Quizá cabe recordar que las revoluciones son incómodas -no confundir con violentas-, aunque los poderes conservadoras insistan en que mantener una opinión con determinación, sea violencia. En el propio seno del movimiento feminista existen debates que abordamos entre nosotras con más o menos pasión sobre diferentes aspectos clave que se nos plantean, sobre todo tras el auge del necesario Metoo y la búsqueda de espacios seguros donde dar testimonio de las violencias que hemos sufrido. Los espacios que nosotras consideramos seguros, porque si dejamos que el agresor nos diga que los espacios válidos son los del propio agresor (Elisa Mouliaá ante el juez en enero de 2025), nos podrían volver a tender la trampa del doble dolor y el desánimo.

“Si lo sabes, denuncia”, “lo sabías y no denunciaste”, nos dicen llenando nuestras redes de bilis, buscando en nosotras otra vez culpables y a la vez salvadoras, otra vez desde que Pandora abrió la caja, Eva se comió la manzana, o las españolas votaron a la Derecha. Da igual. No se hacen el planteamiento real e introspectivo de qué ha pasado para que tengamos que escribirnos por whatsapp entre amigas cada fin de semana que llegamos vivas a casa, no les interpela, no va con ellos. Siguen ejerciendo violencia desde altavoces mediáticos diciendo que si conocemos un caso de violencia (sin ser ese mismo), tenemos que denunciarlo en tiempo y forma ante un juzgado. Claro, debe ser dura la incertidumbre de perder el control el circuito de los lugares donde alzamos la voz, debe ser incómodo no domesticar los tiempos y estoy de acuerdo; el miedo es jodido. Siempre que tengo ocasión en los foros públicos en los que puedo expresarme, cuento que los días más horribles para las redactoras de un periódico serio es cuando tras reunir todas las pruebas y hacer las llamadas pertinentes de comprobación, titulamos con que tal o cual hombre es un agresor. Lejos de lo que se piensa, las feministas no tenemos detrás de la puerta de la redacción una diana con caras de hombres a las que vamos tirando dardos. Nosotras no queremos el lenguaje del opresor, aunque lo necesitemos para hacernos entender en una cultura que hunde sus raíces en el patriarcado del que no estamos exentas y que a veces usamos con compañeras racializadas o que sostienen los cuidados.

El movimiento feminista recuerda radicalmente que la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres pasa necesariamente por un escenario mundial de paz, donde la dialéctica hegemónica no sea las de las dinámicas políticas tradicionalmente masculinas para beneficiar la acaparación de poder económico en tan solo unas manos: es escenario para el desarrollo de la igualdad solo puede ser la paz y a quienes nos llamen idealistas (como insulto) o como flores por plantearlo, les diría que tampoco la alternativa esté funcionando cientos de miles de muertos después.

Este 8M tenemos que cuidarnos de las sillas de los eslóganes violeta que hace la precarizada community manager aguantando a un jefe impostor sin síndrome, de las sillas del miedo a hablar, a gritar a decir que seguimos vivas (“ya en casa”). A elegir nuestro camino sin tutorización, incluso trazar nuevos.

Lo hablé hoy por whatsapp con una colega de oficio de la competencia, (sí, los whatsapp, ese soporte de literatura callejera de nuestro tiempo). Nos dijimos que “si en algún universo existiera el mal camino y tú lo transitaras, yo te acompaño”.

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