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Excepcional suceso: el volcán nevado

14 de octubre de 2021 21:14 h

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La Naturaleza actúa siempre obrando extraños y singulares efectos en el paisaje y el contexto físico que nos rodea. Bien sea a través de los efectos del aire, del fuego, de la propia tierra o del agua, los designios y prodigios naturales llaman siempre la atención del pueblo y de los habitantes y todo ello contribuye a engrandecer el imaginario popular al vincular todos estos singulares acontecimientos con la esfera y el mundo religioso. En este ámbito cobra sentido el episodio acaecido en octubre de 1646 con la erupción del volcán de Martín o de Tigalate, en el municipio de Villa de Mazo, en la isla de La Palma, cráter situado en la dorsal de Cumbre Vieja, a unos 1.300 metros de altitud y relativamente cerca del mar. 

De la actividad de este volcán, uno de los dos que hicieron erupción en La Palma durante el siglo XVII, existen varias crónicas de la época que cuentan detalladamente lo sucedido, haciendo especial hincapié en un singular y extraño acontecimiento: una espectacular y, según el parecer de muchos testigos, sobrenatural nevada que logró apagar el volcán el 21 de diciembre de 1646, atribuida a la intercesión de la Virgen de las Nieves, patrona de la Isla, que había sido sacada en procesión con el fin de que el volcán finalizara su pavorosa actividad. Quizás la primera referencia conocida es la del historiador Juan Núñez de la Peña [1641-1721], quien cita que este volcán reventó con grandes terremotos, temblores de tierra y truenos que se oyeron en todas las islas, mencionando la insólita nevada que apagó el volcán gracias a la mediación de Nuestra Señora de las Nieves. 

También conocemos una relación sobre esta singular erupción encontrada en el archivo del marqués de Guisla Guiselin, donde un testigo coetáneo del suceso relataba este acontecimiento de la siguiente manera: 

En 30 de septiembre de este año de 1646, que fue domingo, se sintió en esta isla, a media noche, un temblor de tierras, aunque no fue sentido por todos; y luego el lunes primero de octubre se sintió de noche un ruido como de piezas disparadas en parte muy remota, que con dificultad se apercibe el ruido; y este día se vio en la parte de Fuencaliente, en la montaña que dicen de la Manteca, salir humo sin cesar, con que luego se echó de ver era volcán, y así por tres o cuatro días estuvo echando el humo muy espeso y tanto, que parecía llegaba a los cielos así condensado: y luego, pasado los dichos días, empezó a hacer tanto ruido y a disparar como si disparasen un gran número de artillería, con tan gran ruido, que en todas las islas se oían, y echaba piedras en tanta cantidad que parecían bandos de aves, y tan grandes que de cualquier parte de esta isla se veían, y de noche con la obscuridad se veían con más evidencia porque parecía cada piedra una ascua viva de fuego, y de esta muchedumbre de piedras que vomitaba se hicieron los caudalosos ríos que corrieron de él y entraron

en el mar. Estos ríos de piedras eran todo un vivo fuego, y así de noche se veían correr de cualquier parte de la isla de Tenerife. Echó de sí, por muchos días, gran cantidad de arena que cayó y llegó a la isla de Tenerife, y en ésta fue en tan cantidad, que los ganados no tenían que comer por estar los pastos llenos de esta arena. Hubo muchos temblores de tierra en todos estos días y los edificios parecían venían al suelo, con que todos estábamos temerosos y nos recogimos algunas noches en los bajos de las casas y algunos estando en los patios; y una noche fueron tantos y tan grandes, que todos los habitantes de esta isla se fueron a las iglesias, y a media noche se hizo solemne procesión con nuestra Señora de Las Nieves, que estaba en la parroquial de esta ciudad, y se trajo a ella en esta ocasión para que nos favoreciera, y todos iban con ella con la mayor devoción y algunos llorando y todos temiendo el castigo de Dios. 

Y el no haberse caído los edificios y sucedido con estos lamentables sucesos, lo atribuimos a la intercesión de tan buena medianera como la Virgen de Las Nieves.

Los ríos que corrían llevaban piedras tan grandes, como barcos de 18 o 20 pipas, y estas piedras iban envasadas en una materia líquida como brea, y con la claridad del día estos ríos y las piedras, de que se hacían, parecían negras, y con las tinieblas de la noche, parecían lo que eran, que eran un vivo fuego a la manera de una barra de hierro caldeada en la fragua, si es que puede haberla tal que la hiciese y opusiese en tan vivo fuego como parecía los dichos ríos y piedras que echaban por la boca que abrió dicho volcán.

Hizo muchos daños en las tierras por donde corrió. Todo lo dicho digo como testigo de vista, porque el señor licenciado don Juan de la Hoya, teniente de esta isla, y otros amigos, fuimos y dormimos una noche en una casa próxima a él, y aquel día llegamos y nos acercamos hasta un arroyo que ya no corría; y duró este volcán con sus arroyos, temblores y ruidos hasta el 21 de diciembre; y fue cosa pública y notoria que la gloriosísima Señora de Las Nieves, Nuestra Señora, con su rocío favorable, nevó en el volcán; y en esta isla hubo rocío pequeño que tanto como esto puede la Reina de los Ángeles Nuestra Señora con su benditísimo hijo Nuestro Redentor Jesucristo. En ésta ocasión estaban todos los vecinos de esta isla tan devotos y frecuentadores de los templos, que no salían de ellos.

*Artículo de Manuel Lorenzo Arrocha publicado en el libro 'Canarias insólita. Bestias, fenómenos y calamidades', de la Editorial Herqués (Tenerife, 2017).

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