Amigo

Hay palabras que una abandona a lo largo de la vida y que acaban resultando tan ajenas como las caras desconocidas de un viejo álbum de fotos. Hace tres años que no pronuncio la palabra “mamá”. No tengo a quien decírsela. Hay otros vocablos que, sin embargo, sobreviven al implacable proceso de pérdida inherente a la existencia. Como la palabra “amigo”. Bien porque, con muchísima suerte, tienes varios. Bien porque de repente te cruzas con alguien que merece serlo.

Hoy se me ha muerto un amigo. De esos que entran en tu vida y te ensanchan el mundo. Se llamaba Luis y era fiscal. Pero cuando entraba en su casa o él y su mujer, Katy, en la mía, ni él era fiscal, ni yo periodista... (cuesta seguir escribiendo). Éramos amigos. Esa palabra que algunos regalan alegremente a simples conocidos o colegas.

Hablar de Luis y de Katy es hablar de sobremesas de domingo, de cumpleaños sorpresa en Madrid, de integridad y honradez; de mañanas en el Prado, de tapeo en la esquina de su casa, de esfuerzo y generosidad; de celebraciones en el muelle deportivo, de risas y confidencias. Y, sobre todo, de algunas noches de sábado. Esas noches de terrible soledad, con una madre ausente que no me recordaba, en las que tocaban a la puerta y eran ellos. Con la botella de vino y el queso.

Hoy todos hablan del “fiscal” y desgranan con acierto y justicia la brillante trayectoria profesional de Luis del Río. Yo solo puedo hablar del amigo, del padrazo, del cocinillas, del rockero, del confidente, del maravilloso hermano y marido que era, del trabajador incansable, de la buena persona con la que tuve la suerte de cruzarme. 

Nos vemos en la siguiente, amigo. Te quiero.