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No es sí y viceversa
Es fácil saber quién ha ganado la batalla final del decreto ómnibus. Solo basta con escuchar al presidente del Gobierno por un lado y al jefe de la oposición por el otro. El primero está exultante, aunque no sé si la cosa dará para tanto, mientras que el segundo se muestra cabizbajo y taciturno. Las características contrarias a las de un líder carismático.
Los dos aseguran que han ganado la guerra, como proclaman siempre los líderes políticos durante la noche electoral o indefectiblemente los forofos del fútbol que confunden el balón de reglamento con el pito del árbitro o del sereno.
Fue lo mismo que ocurrió la noche electoral de las últimas elecciones generales: el PP fue el partido más votado y el que tuvo más parlamentarios pero a primera hora de la madrugada todos sabíamos que había ganado el PSOE, aunque fuese segundo en los comicios.
Cuando las cámaras de televisión acudieron a las sedes de los dos partidos mayoritarios y enfocaron a sus líderes, todos sabíamos ya quién iba a ser investido de nuevo presidente del Gobierno. Feijóo solo enarboló la bandera de la derecha frustrada porque ni siquiera con la ultraderecha de Vox tenía mayoría suficiente para gobernar.
Por el contrario, Pedro Sánchez compareció sonriente y satisfecho, a pesar de no haber ganado, porque nadie daba un duro por él después de que dos meses antes se produjera una debacle socialista en las elecciones autonómicas. Todos veían a Pedro Sánchez como un corderito degollado. Se olvidaron de su periplo por el desierto tras ser defenestrado como secretario general del PSOE por los barones y gerifaltes del partido. Para unos es un simple superviviente y para otros es Superman cantado por Miguel Bosé.
Sánchez es el ave fénix que siempre renace de sus cenizas. En aquella ocasión no solo resucitó de una muerte anunciada por los impopulares cronistas populares antes de tiempo sino que incluso consiguió un millón de votos más que en las anteriores elecciones a las que se presentó. Independientemente del resultado del PP, no parecía un líder débil.
Ese renacimiento de sus cenizas lo ha protagonizado Sánchez en varias ocasiones. Es como Gary Cooper en 'Solo ante el peligro', pero a Sánchez le gusta el riesgo y le pone mucho que sus adversarios lo insulten, descalifiquen y ofendan porque se crece más. No teme al miedo escénico del Bernabéu. A pesar de sus limitaciones, nunca se arredra.
La última jugada maestra del presidente de España ha sido el embaucamiento a Puigdemont con el acuerdo firmado con Junts para aprobar el controvertido decreto ómnibus, que contiene una pila de asuntos diversos, aunque el peso fundamental se concentra en el escudo social.
El PP de Feijóo le hizo el juego al partido de Puigdemont rechazando (boicoteado, más bien) el decreto planteado por el gobierno en el Parlamento. Los populares no sabían ni lo que votaban porque había cosas que les parecían muy mal e inadmisibles, como la devolución del edificio de París al PNV, su legítimo propietario, que sufrió el confiscamiento y apropiación indebida de la Gestapo en plena Guerra Mundial.
Ahora se ha descubierto (muchos ya lo intuíamos) que al PP solo le guiaba el objetivo de desgastar al gobierno. Le daba igual el palacete parisino pero también la subida de pensiones hasta que sus votantes le apretaron las tuercas.
Los populares insultaron a los nacionalistas vascos (Feijóo haciendo amigos entre sus potenciales socios futuros) y se opusieron de plano a esa devolución que ellos llamaron “regalo millonario de Sánchez tras ceder al chantaje”. Chantaje fue la estrategia de Puigdemont y las tres derechas (nacional, nacionalista y ultra), que querían congelar la subida de las pensiones y del salario mínimo interprofesional con la excusa de negarse al supuesto obsequio de Sánchez a los nacionalistas vascos.
Por eso el PP votó, junto a la ultraderecha y a Puigdemont, en contra del primer decreto ómnibus con el subterfugio barato de que había sido una dádiva suntuosa a la que la derechona llama arteramente palacete para engrandecer el inmueble de forma frívola, como si se tratara de una portada de la revista Hola.
Sin embargo, solo unos días después, tras el acuerdo entre el gobierno y Junts, el PP reculó y lo que hasta la semana pasada era intolerable e innegociable ahora se ha convertido en un acto de justicia patriótica y hasta poética.
La derechona carpetovetónica ni siquiera ha disimulado su voto, pasándose del frontal rechazo a la abstención, sino que ahora su votación es diametralmente opuesta a la de hace unos días. Ahora no importa nada lo que ellos llaman peyorativamente el palacete vasco en París, como el lobo hombre en París de La Unión y Rafa Sánchez. Lo que antes era no ahora es sí y viceversa.
Feijóo, desde que se operó de la vista, está más cegato que nunca. Es como el Míster Magoo de los dibujos animados de la infancia achinando los ojos, como dos cuchilladas en una lata de refresco, porque no ve dos montados en un burro. Como la derechona siga con esta estrategia miope, equivocada y surrealista, tendremos Pedro Sánchez para rato.
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