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Trabas venían

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En la última y peor acepción de la palabra, “cosa que impide o estorba la fácil ejecución de otra”. Esas trabas son unas y otras, según se mire. En aquella cumbre hispano-alemana en Lanzarote que transcurrió en febrero de 2003, el tal López levantó la cena y nos dejó sin postre a los comensales, y, fumándose un puro, mandó a la cama al canciller alemán Schröder, y, en medio y todos con intérpretes, el presidente del gobierno de Canarias, a la sazón, Román Rodríguez, que también se fumó un puro pero conmigo y me contó la tensión de la cena sin postre.

Podría decirse que allí empezó casi todo, entendiendo por todo el matonismo que nos invade. Nosotros veníamos del desastre del Prestige –sobre el cual M. Rajoy presume ahora de la ¿gestión? que hizo: no hizo nada, como siempre. Antes, también en 2002, nos fuimos a Alemania inundada en verano, casi todo el este, lo cual le valió a Schröder para ponerse al frente y ganar las legislativas, que tenía perdidas en las encuestas, por los pelos. Les regalamos días de vacaciones a los escolares de las zonas afectadas, en Canarias. Los empresarios locales del sector se portaron, menos mal. El canciller nos recibió en la sede de la cancillería, delante de la escultura de Chillida y el viejo Reichstag recién restaurado por Foster, o casi. Nosotros, el Gobierno de Canarias, estábamos en aquella cumbre de Lanzarote como anfitriones y por una reunión con Acebes, ministro del Interior, para seguir repartiendo con discreción a inmigrantes irregulares por la Península para que no se colapsara el Archipiélago. ¿Otro PP? No, el mismo pero con un cierto pragmatismo ecléctico para esos asuntos que Núñez no se permite porque no le dejan.

Podría decirse que allí empezó casi todo, aunque hubo ciertos paréntesis de avances democráticos y progresistas como los años del gobierno Zapatero. Fue a las elecciones con la promesa de retirar a las tropas de Irak y, antes de tener gobierno, cumplió. Aunque eso no fue lo más importante: todavía gozamos de sus leyes sociales, igualdad, contra la violencia de género, dependencia y otras, hasta que alguien las quiera derogar: hasta ahora, la derecha no se atrevía. Veremos. Como se preguntaba Javier Cercas en un sencillo artículo el pasado domingo, ¿es que no sabíamos quién era Trump? o algo similar. Sabemos quién fue el tal López, nos imaginamos cómo puede ser el tándem Núñez/Abascal, supimos hacia qué abismo se precipitó Schröder años después, y hasta esas desgracias llegamos.

Podría decirse que allí empezó casi todo y eso que estábamos en el hotel Meliá Salinas, que a mí nunca me ha gustado mucho: demasiada mitología para un envoltorio excesivo (César Manrique era un genio no por cosas así). Por la mañana, muy temprano, la ministra de exteriores Palacio vagaba en albornoz por los jardines, perdida de escoltas y perdida entre el picón decorativo. Supuse que venía de alguna piscina por eso le indiqué el camino de vuelta. Me saludó agradecida mientras yo disfrutaba de fruta fresca y café con leche en la terracita de mi habitación.

Podría decirse que allí empezaron muchas cosas pero casi todo ya había sido antes, sesenta y cinco años antes, noventa ahora. La pregunta no es cómo saldremos: la pregunta debería ser por qué el capitalismo necesita del totalitarismo fascista y nazi de nuevo, ¿solo para ganar más?

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