Espacio de opinión de Canarias Ahora
Solo es presente
Desde la otra acera, cual sea, el interfecto gritaba: “¡Y esto cómo se borra!”. Estaba cerca de la Audiencia Nacional, que no es el conjunto de personas que escuchan la radio aunque pudiera parecerlo, y cerca también del Supremo, que tiene nombre de novela de tercera con afán de intriga. El desprestigio público no se borra nunca, haya o no culpabilidad: una vez que se entra por la puerta de la sospecha solo se puede salir por la sombra eterna de una duda como mal menor.
La otra cosa, quisicosa si se prefiere, es la razón por la cual toda mujer sometida a interrogatorio judicial como víctima de acoso o agresión, inicia un nuevo acoso más perverso y sofisticado ampliado además por esos misterios insondables conocidos como “filtraciones” a los medios. De qué vivirían algunos sin ese fenómeno paranormal y burlesco. Resultan como una manifestación secundaria de la zarzuela, no llegan al entremés y hace tiempo que han superado la categoría de sainete vistas las caras de las interfectas y pedantes que se califican como “periodistas de investigación”. El drama reside en la persona que se ve sometida a tal oprobio: véase el de la acosada, -presuntamente, dios nos libre- por el niño Errejón o el testimonio de la futbolista Hermoso. Todos con demasiada luz y taquigrafías varias. El colofón lo puso esta semana ese señor que selecciona a otros, más jóvenes que él, para que representen a este país que casi no existe, según la oposición opositora, por culpa de Sánchez y sus secuaces y mariachis (siempre me ha gustado la música del estado mexicano de Jalisco.) Quedó como lo que es: un mediocre ignorante encumbrado a glorias efímeras por masas pardas, o casi. Todo es un decir.
Como no callaba, el de la acera gritón, un guardia de la porra, verde o azul, qué mas dará, se acercó a calmarlo pero se equivocó de pastilla y le dio una anfetamina líquida que simulaba un antiácido que a su vez aparentaba ser un tranquilizante. Se lió. Tuvo que salir un auxiliar de juzgado, una secretaria después, y, finalmente, una jueza que mandó parar y pidió una ambulancia. Los fotógrafos de todos los sexos y condiciones que permanecen apostados siempre en las afueras, hicieron la del día. Con las mismas fuerzas, acabamos en la Glorieta de Bilbao –tanto lo anterior como esto, en Madrid, dónde si no- buscando un bocadillo de calamares y una caña. Aproveché para enseñarle ufano a mi candidata a pareja de siempre, Impertérrita García, un recuerdo: “fue el último regalo de amor de mi treintena ya pálida. ¿No te parece preciosa?”. “Me parece solo una pluma, muy pequeña para tus enormes dedos. Una pluma del ayer para recordarte lo que no eres”. La guardé con cariño y emprendí camino por la calle Génova hasta Colón. Al paso del número trece quise hacer una butifarra pero una amiga me lo impidió y me dijo que daba igual, que allí no había futuro, que solo era presente, molesto, eso sí, pero solo presente.
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