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La vivienda. Mi texto refundido

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Le llamo refundido porque es otra mirada, variaciones sobre el mismo tema al que ya me he referido en este medio en cinco y recientes ocasiones.

La competencia para ofrecer el derecho a la vivienda es de diecisiete Comunidades Autónomas. Si ninguna acierta con la tecla el problema es de la partitura. El problema es que tocan una pieza donde la economía de mercado, sin duda imperativo de eficacia y libertad, no es eficaz y se muestra insuficiente para construir viviendas para tantos necesitados. Hay que aceptar un mercado que lo regule todo menos algunas notas de la economía de mercado que deberán ser recalculadas en lo que hace a la vivienda de forma alternativa y creativa por la administración pública.

No nos queda duda de que la mala posición del producto vivienda en el mercado es consecuencia de los dos derechos constitucionales en presencia y persistente pendencia, el derecho a la vivienda y el derecho a la propiedad.

Para empezar, hemos de apartar algún expediente con alguna tomadura de pelo como el que ya desclasificó Sánchez para afirmar que nuestra gente no tiene vivienda porque los inmuebles están en el mercado de la vivienda vacacional. El perro de Alcibíades, al que le cortaron el rabo para que se hablase de su rabo y no de otra cosa, una maniobra de distracción. Muchos políticos sacan a pasear a este perro. Que los números sean solo los indispensables. En Canarias hay casi medio millón de plazas turísticas y un 35% son vacacionales. Son muchas, el sector es muy ancho. Hay 55.000 inmuebles vacacionales, más de un 5% del total del catastro, y el borrador de la norma canaria que conocemos no quiere que se supere el diez. El 50% de las viviendas que conforman el sector del turismo vacacional, son de la titularidad de un 79% de propietarios que tienen un solo inmueble. Hay por tanto 27.000 ciudadanos o empresas con un solo inmueble en el negocio del alquiler vacacional. Y otras 27.000 unidades están en las manos de solo 7.000 propietarios. Y 200.000 viviendas vacías. Mucha masa crítica. 

Podemos mitigar desde el principio el lenguaje facilón, huir del bestiario, léase quitar techo, léase la emergencia habitacional o repetir lo de las viviendas vacías de grandes tenedores. He oído que el derecho a la vivienda está por encima de su explotación comercial y turística. Suena bien, los poderes públicos pueden regular el alquiler, pero no pueden obligar al propietario a alquilar, salvo con medidas fiscales o incluso expropiatorias.

Una propuesta que es la mía es convertir la indispensable redistribución social en predistribución y hacer uso de nuestras peculiaridades, la fiscal entre ellas, para convertir a nuestra sociedad en una sociedad de pequeños propietarios.

En un lugar del Atlántico sur de cuyo nombre sí quiero acordarme tenemos un problema para dar techo a todos. La fracción privada de la economía no cree en la capacidad del sector público y este sector publico cree que al privado no le importan los techos sino los euros. En el corazón de las tinieblas, se decía que aquellas gentes del Congo, corrían más por el miedo a un silbato que por un tiro de rifle. Hay que actuar, pero antes hemos de sembrar la confianza. Sin rifle ni silbato.

Lo primero es confianza. Si se sigue utilizando el escudo antidesahucio contra la propiedad y no por cuenta del Estado, ya podemos concluir que el asunto no tiene solución. Sin confianza no hay inversión y el derecho a la propiedad, clave de bóveda de nuestra constitución, se tambalea y cada vez serán menos las viviendas disponibles. Estarán cerradas y si se hace menester, tapiadas.

Lo segundo es confianza en nosotros mismos. Y no miremos a otras Comunidades Autónomas y menos a Madrid. Hemos de diseñar nuestro propio futuro y para eso hemos de señalar nuestras ventajas competitivas, el poco endeudamiento de nuestra autonomía y, por delante, nuestra especificidad fiscal.

Lo tercero es confianza. Liberalización y fuera de este drama de las manos de la burocracia que debe quedar reducida al mínimo. Si el protagonista es la burocracia, volvemos al callejón de la no solución. El sector público en solitario no resolverá ni la mínima cuota parte del problema.

Lo cuarto es confianza en nuestros agentes sociales, que han hecho de Canarias un líder en el turismo y ahora debe profundizar en un sector industrial que construya viviendas. Hemos de especializar Canarias en la construcción de viviendas como Taiwan con los microchips. Todos nuestros recursos a contribución para crear oferta de alojamiento social, que demanda ya tiene ese mercado.

Lo quinto es una clara determinación que entienda que seguir en el mundo de desarrollo simple sin saltos cualitativos es como la peonza de Carlyle, que gira y gira pero no se mueve de sitio. Pensemos en una sociedad mercantil, un instituto en el cual las acciones podrán materializar RIC, un recurso voraz, de efecto multiplicador, y démosle cacho a la colaboración público-privada actuando de forma y en clave privada sin más pliegos de condiciones que los que impone una sociedad sana y llena de confianza. Como si esto fuera Dinamarca. Y aunque esto suceda en Escocia, olvidar el cuento narrado por un idiota lleno de ruido y furia. Que a nadie ni se le ocurra tratar de engañarnos.

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