Cómo cambian los tiempos...
La transformación que hemos experimentado en nuestras vidas en las últimas décadas es notable. Lo que antes era considerado la norma, hoy puede parecer un lujo o incluso una rareza. La historia de mi abuela es un claro ejemplo de cómo el paso del tiempo cambia nuestras prioridades y formas de vida.
Mi abuela, que en paz descanse, me contaba el proceso de curado de la carne de cerdo para conservarla durante varios meses en la despensa. La sal, que también se iba a recoger a las rocas de los acantilados, era la clave para que su conservación fuera óptima durante largos periodos. También me contaba cómo cultivaban y criaban con gran esfuerzo todo lo que posteriormente llevaban a la mesa. Las cabras había que ordeñarlas de madrugada, el queso había que ahumarlo, las papas había que cavarlas y el agua había que irla a buscar a la fuente o a algún manantial cercano y, el trueque con los vecinos era poco menos que una religión.
Así vivían por aquel entonces y nadie se quejaba de nada mientras no les faltara “la comida de los pobres” como la llamaban. En la víspera de Reyes, los regalos eran naranjas y con un poco de suerte, caía algún que otro caramelo que llevarse a la boca.
Unos tiempos de autoconsumo que sirvieron para que viviera 92 años con una salud de hierro. Y es que, en el pasado, la vida giraba en torno a lo que la tierra podía ofrecer. Las familias se alimentaban de lo que cultivaban y criaban, dedicando largas horas al trabajo físico. Este esfuerzo no solo garantizaba una alimentación saludable, sino también un sentido de autosuficiencia y conexión con la naturaleza. Sin embargo, con el avance de la tecnología y la urbanización, ese estilo de vida ha sido reemplazado progresivamente por la comodidad de lo procesado.
Por eso ahora, lo fresco, lo natural, lo “eco” está revalorizado. Hemos tenido que echar la vista atrás y ver cómo nuestras generaciones mayores a pesar de todo ese esfuerzo físico tenían una mente más ágil, unos huesos más fuertes, la piel más firme y un corazón de acero. Y es que lo natural carece de conservantes, no tiene aditivos químicos, nos aporta más nutrientes y nos ayuda a conectar con nuestra tierra. Y si no cultivamos nuestro propio huerto, fomentamos y apoyamos la economía local que hoy en día es importante en la isla que vivimos.
En estos tiempos que corremos, la producción libre de pesticidas y fertilizantes es la nueva “dieta de los ricos”. Estamos viendo un resurgimiento del aprecio por lo tradicional. Cada vez valoramos más los productos ecológicos, las salidas los fines de semana para ir al mercadillo de los agricultores, tener unos celemines de tierra nos parece una bendición y hasta salimos al monte en busca de plantas y hongos comestibles. Estamos buscando ese bienestar que nos proporciona la madre tierra en este mundo dominado por la prisa y la tecnología.
Es la era del cambio, pero, “en cambio” - y valga la redundancia- volvemos a los orígenes. La tierra, nuestro origen, nos recuerda la importancia de vivir de manera consciente y respetuosa con nuestro entorno. Al valorar la procedencia de nuestros alimentos y adoptar prácticas sostenibles, no solo estamos cuidando nuestra salud y bienestar, sino también el futuro del planeta. La conexión con la tierra es un recordatorio constante de nuestras raíces y de la necesidad de preservar este vínculo fundamental para las generaciones venideras.
La agricultura representa uno de los nexos más directos entre el ser humano y la tierra. Y en una “tierra bendita”, hay guardianes que debemos respetar. Los agricultores, son un pilar fundamental para la economía de La Palma.
Cuando viajo y veo en los supermercados los plátanos con el sello canario siento orgullo de la gente que trabaja nuestras tierras para que esa producción llegue a tantos hogares. Tenemos un producto único que hay que seguir mimando y respaldando. Es a través del cultivo, que se empiezan a valorar cada vez más esas cosas. Quizás, le he dado más valor después de plantar algunas cosas en la huerta y admirar cada día cómo la tierra, el agua y un poco de amor hacen que den sus frutos.
0