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LECTURAS

Insiliados, las otras maneras de narrar las dictaduras

Augusto Pinochet y Jorge Rafael Videla, comandaron dos de las dictaduras más sangrientas de América Latina, las de Chile y Argentina.
13 de diciembre de 2024 07:03 h

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Dame una i, te doy la i

Cuando cursaba el secundario, afirmábamos nuestra identidad escolar con un juego. Nos dividíamos en dos grupos, el primer grupo decía a los gritos y al unísono: ¡Dame una ele! El segundo gritaba: ¡Te doy la ele! El primero pedía:

¡Dame una i! El segundo daba: ¡Te doy la i! Y así, hasta formar el nombre del colegio: Liceo 9. En ese momento, el primer grupo gritaba: ¡No escucho! El segundo: ¡Liceo 9!, ¡Más fuerte!, ¡¡Liceo 9!!, ¡Tres veces!, ¡¡¡Liceo 9, Liceo 9, Liceo 9!!! Y entonces todas cantábamos la canción: Liceo, Liceo 9, colegio sensacional, Liceo, Liceo 9, el orgullo nacional.

El nombre completo era Liceo Nacional de Señoritas N° 9 Santiago Derqui. Éramos todas nenas en ese colegio que dependía del gobierno nacional, como toda la educación pública argentina, hasta que el área se descentralizó en la década del noventa, durante eso que llamamos menemismo. De mujeres, como los colegios de monjas, pero laico, del barrio de Belgrano, ciudad de Buenos Aires. Por la cantidad de alumnas judías que asistíamos a ese colegio, había una denominación subterránea que era Schule 9. No lo leíamos como peyorativo: nosotras, las chicas judías, nos reíamos de eso.

Cursé el secundario entre 1974 y 1978, tuve compañeras militantes y docentes a las que había que resguardar, no hacer preguntas. Siempre tuve miedo, aunque participé de la “revolución de los pantalones largos”. Así la llamamos. Debajo de nuestros guardapolvos blancos, debíamos usar vestido o pollera. Desde ese día, cuando todas nos organizamos para ir con la prenda prohibida, nos dejaron usar pantalones. Fue antes de marzo del ‘76. Hoy me pregunto cuántas de esas compañeras militantes están. Sé de algunas. En cambio, Franca Jarach, militante de la Unión de Estudiantes Secundarios en 1973 y expulsada del Colegio Nacional de Buenos Aires, estaba completando su secundario en el Liceo 9 cuando fue secuestrada el 25 de junio de 1976. Fue una de las cinco mil personas detenidas desaparecidas que pasaron por la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), de las cuales sobrevivieron doscientas, y fue asesinada en un vuelo de la muerte.

El 24 de noviembre de 2011, la Cooperadora del colegio colocó una baldosa en el marco del “Proyecto baldosas por la memoria” con los nombres de las desaparecidas del Liceo 9, donde, además de Franca, figuran Graciela Barroca (16/7/1977), Malena Gallardo (8/7/76), Alejandra Renou (7/5/77), Adriana Spaccavento (4/11/77), Elena Ungar (21/10/77), a quienes hay que agregar a Adriana Gatti (8/4/1977), de nacionalidad uruguaya. Sobre ella, Mario Benedetti escribió en el diario El País una columna, “La exiliada”. Sus restos fueron localizados en San Isidro en 1983.2 Figuraban como NN. También exiliada uruguaya, otra alumna del Liceo, Isabel Mester Allen, fue detenida y liberada, vivió en el exilio en Venezuela y luego en Estados Unidos. Cabría preguntarse si son casos enmarcados en la Operación o Plan Cóndor. 

En los casos de Franca y de Malena, el cambio de colegio desde un secundario hiperpolitizado como el Nacional de Buenos Aires, con fuerte presencia de la UES que respondía a Montoneros, a un Liceo de Señoritas en un barrio cheto como Belgrano, aparentemente más “tranquilo”, ya inaugura una forma posible de pensar el insilio. El caso de Isabel Mester Allen, también abre la ventana de lo que Cristian Rama (2020) ve como compartimentos no estancos, donde desaparecido, familiar, exiliado, insiliado, pueden ser categorías móviles y coexistir en la historia personal y en el entramado social, en el tiempo y en el espacio. A mi primo, Adrián Saidón, lo mataron el 24 de marzo del ‘76. Hoy, su cuerpo está desaparecido. Era trabajador gráfico y militaba en el ERP. Nos veíamos poco y nada, pero cuando lo mataron, mi tío vivió un tiempo recluido en mi casa, antes de partir al exilio. ¿Insiliado? ¿O es necesario que las raíces desnudas encuentren una nueva tierra donde reinsertarse? ¿Y por cuánto tiempo? Como en la palabra huésped, que tiene los dos alcances semánticos, la de quien hospeda y la de quien recibe el hospedaje, me pregunto si las personas que albergaron a familiares perseguidos serían también insiliadas, si cualquier familiar que se quedó lo es. Otro primo, Osvaldo Saidón, psicoanalista, que estuvo exiliado en Brasil con su familia, en un homenaje que le hicieron en pandemia en una plataforma virtual, habló de “los que nos fuimos al exilio y  los que se quedaron en el insilio” refiriéndose a los colegas que, en los setenta, trabajaban y militaban a favor de la desmanicomialización. Osvaldo murió a los setenta y cinco años en 2023.

Entonces, deshojo la margarita. Hoy, en este libro, estoy formando la palabra insilio. Por eso, te doy la i, la n, la s, la i, la l, la i, la o. Y grito, más fuerte, y tres veces: ¡¡¡Insilio, insilio, insilio!!! ¿Será el grito, la repetición, la manera de instalar una palabra que falta en nuestro lexicón? ¿Toda escritura sobre aquella época es política? ¿La temporalidad determina el texto?

La punta del ovillo puede proporcionarla el concepto de “pliegue” de Deleuze cuando sostiene que mirar lo que consideramos una etapa en el desarrollo de la cultura humana o un estilo en un mero recorte temporal, buscando una esencia, es errado. El filósofo propone, en cambio, buscar en los pliegues sobre los que el mismo estilo trabaja, los repliegues, los despliegues. ¿Así o ahí es donde deberíamos mirar eso que llamamos los setenta? Dentro del campo semántico de las personas afectadas por el terrorismo de estado, insilio es la única palabra creada a posteriori en países hispanohablantes. Si bien otras categorías sufrieron modificaciones y ajustes en el uso, ninguna era un neologismo. Pero: ¿qué es un neologismo? No demos nada por sabido.

Así lo define el Diccionario de lingüística de Theodor Lewandowski:

Formación nueva, creación de una palabra nueva; una palabra nueva o una expresión nueva que todavía no se ha integrado en el lenguaje coloquial. Las causas del neologismo pueden ser nuevos fenómenos de la técnica, la cultura, la política, etc.

Las palabras detenidos, desaparecidos, madres, abuelas, hijos, nietos, familiares, sobrevivientes y exiliados ya existían en el léxico castellano. Ingresaron al campo semántico de personas afectadas directamente por la represión estatal y, al menos en la Argentina, entraron en la academia y en los estudios sobre derechos humanos como categorías que se establecen en un orden jerárquico, aunque no del todo fijo. Las agrupaciones que se han constituido como organizaciones sociales son las que, en la jerarquía, han recibido un reconocimiento social y estatal. Como señala Ana Guglielmucci, doctora en Antropología Social:

Comúnmente se denomina “movimiento de derechos humanos” al conjunto de organizaciones caracterizadas por inscribir sus demandas en el marco de la Convención de los Derechos del Hombre y canalizarlas a través de vías jurídicas. Ellas son: Abuelas de Plaza de Mayo, Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, Asociación Madres de Plaza de Mayo, Centro de Estudios Legales y Sociales, Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas, Liga Argentina por los Derechos del Hombre, Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora, Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos, Servicio Paz y Justicia. La mayoría de ellas, excepto la LADH, se formaron preponderantemente entre los años 1975 y 1979 para exigir el reconocimiento de la violencia ejercida por el estado (grupos parapoliciales, fuerzas armadas y de seguridad) y la reparación de los daños ocasionados. Este movimiento incluye dirigentes de distintas congregaciones religiosas, organizaciones de familiares de víctimas o afectados directos y de profesionales del Derecho. A estas organizaciones se las conoce como los “organismos históricos”. Entre mediados de la década del ochenta e inicios del año 2000, se sumaron nuevas organizaciones de derechos humanos, tales como la Fundación Memoria Histórica y Social Argentina, Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos, Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (H.I.J.O.S.), Herman@s, Asociación Civil Buena Memoria.

Al constituirse como organizaciones no gubernamentales o de la sociedad civil, estos colectivos adquieren carta de ciudadanía, y eso tiene su correlato gramatical en la mayúscula inicial. Es relevante para mostrar, por un lado, cuáles son las agrupaciones que el estado elige integrar a la sociedad civil y, por otro, cuáles son sus implicancias políticas, jurídicas y también económicas. Así como a quiénes excluye este criterio para convertir a personas en posibles querellantes, de valor testimonial o víctimas. Estas organizaciones de la sociedad civil no incluyen a personas exiliadas, ya que no se han constituido siquiera como colectivos (con excepción, acaso, de Hijos del exilio), pero tampoco a otras con vínculos de parentesco, laborales, de amistad, etc., que pudieron haber sido afectadas a partir de un secuestro, cuando una agenda telefónica podía hacer peligrar a una cantidad indeterminada de personas, con o sin militancia política o gremial.

En el texto de Guglielmucci, las referencias a las organizaciones de la sociedad civil están ubicadas en una nota a pie de página, como dato secundario, aunque a mi criterio muchas veces lo importante se dice al pie o entre paréntesis, en un espacio periférico o marginal del texto. En esa línea, puedo arriesgar que insilio es una nota a pie de página, un paréntesis o un posible final, algo que vendrá, como se lee precisamente en la última nota al pie, es decir, como final de texto, en Jensen, en la referencia que hacía al exilio interno y sus posibilidades futuras (¿presentes?) de conceptualización y de reparación.

Si bien aún está pendiente de aprobación, entre 2004 y el presente se han elaborado nuevos proyectos que han vuelto a traer a debate no sólo si los exiliados fueron “víctimas” y actores de la lucha antidictatorial o si el destierro fue una práctica contemplada en la Doctrina de la Seguridad Nacional, sino que han planteado que la reparación al exilio exterior no debe hacer olvidar a los exiliados internos, que sin haber sufrido la fractura de perder su cultura, tuvieron que vivir en silencio, bajo censura e incluso perdiendo trabajo y profesión.

Una posible articulación entre exilio e insilio es trabajada por Marina Franco, cuando habla de la irrupción de las Madres de Plaza de Mayo en el escenario político argentino y la mirada algo atónita al comienzo desde el exilio francés, que luego derivaría en acciones integradoras. No solo Madres: Franco también refiere cómo las distintas organizaciones de derechos humanos (las de “no afectados” y las de “afectados”) establecieron vasos comunicantes o tomaron de la experiencia francesa los criterios de denuncia en busca de lo que se englobaría en la tríada Memoria, Verdad y Justicia.

En el país existían dos tipos de organismos: los de “afectados” directamente por la represión (Madres de Plaza de Mayo, Abuelas, Familiares) y los de “no afectados”. Dentro de estos últimos, estaban los de carácter confesional y de asistencia a las víctimas (Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos y Movimiento Judío por los Derechos Humanos) y los abocados a la asistencia legal y búsqueda de información (Centro de Estudios legales y Sociales; Asamblea Permanente por los Derechos Humanos; Servicio de Paz y Justicia; Liga de los Derechos del Hombre). Mientras que buena parte de estos últimos fueron creados antes del golpe de 1976, con el comienzo de la represión paraestatal de los años setenta, los “afectados” surgieron después del golpe, con la instauración del sistema de desaparición forzada de personas a escala nacional. En ese cuadro general, la asociación Madres de Plaza de Mayo, creada el 30 de abril de 1977 en Buenos Aires, tuvo un rol y una proyección nacional e internacional clave.

En la Introducción al libro, el rodeo que da Franco al objeto exilio permite pensar hoy en el insilio, empezando por el testimonio que opera como epígrafe: Lo que me di cuenta es que lo tenía guardado, que era una experiencia superdolorosa, y como que… no sé, hasta ahora no lo había podido poner en palabras.

Jensen, que en el libro citado califica el exilio como “objeto poliédrico”, hablará de insilio como “objeto incómodo”,10 algo en lo que coincidirá con Lastra, quien se ha especializado en exilios y sus efectos en salud mental, haciendo foco en los retornados.

Las jerarquías también implican algo en relación a la palabra: quiénes son las personas habilitadas para hablar y cuándo está determinado por la inclusión de la categoría en el universo de víctimas con mayor o menor grado de afectación. Aunque esta posible clasificación tampoco es estanca, la palabra es habilitada social y jurídicamente por etapas, y esta habilitación está también impregnada por la culpa/responsabilidad en los hechos. Como escribe Elizabeth Jelin:

La experiencia argentina puede ser tomada como un caso extremo del poder del “afectado directo” y de las narrativas personales del sufrimiento en las disputas acerca de cuáles son las voces que “pueden hablar” del pasado dictatorial. En el período posdictatorial, la “verdad” se identificó poco a poco con la posición de “afectado directo”, primero en la voz de los parientes directos de las víctimas de la represión estatal (la figura emblemática son las Madres, complementadas posteriormente por la voz de H.I.J.O.S. y Herman@s). La voz de sobrevivientes de centros clandestinos de detención y de militantes y activistas de la época no estuvo presente con la misma fuerza en el espacio público sino hasta mucho después, y llegó a ocupar el centro de la escena pública casi treinta años después del golpe militar de 1976.

Siguiendo el camino de la desjerarquización, Lastra propone pensar en un rizoma que desplaza la centralidad de la figura del desaparecido. Hay algo perverso en el terrorismo de estado que, además de la perversión de la desaparición, genera esa jerarquía del dolor… es una trampa del sistema de violencia que ejerció el estado, porque parecía que irse al exilio era salirse de la cadena del caminito represivo: te detengo, te torturo, te desaparezco. Te detengo, te suelto, te desaparezco. Como si fuera una cadena de montaje, un mecanismo con distintos eslabones, un eslabón llevaba a otro y el exilio era el punto de fuga. Pero si vos pensás al terrorismo de estado en clave de tejido, de un rizoma, como algo que se articula y no tiene centro, si sacás a la desaparición del centro y lo pensás como parte de algo más, no necesariamente esas violencias se ponen a competir. Son parte de un sistema perverso que hace que la persona que estuvo presa se sienta culpable por sobrevivir, que la persona que estuvo insiliada se sienta culpable por no haber podido hacer otra cosa, que la persona que estuvo exiliada se sienta culpable por haber tenido que irse del país. El problema es que pensamos como grados del daño; en términos sociológicos, si tratamos de entender un poco cómo funcionó el terrorismo de estado, podemos pensar que esos dolores no son más o menos sino parte de un mismo sistema terrorista, de un mismo plan represivo.

Desde ese lugar conecto los trabajos académicos destinados a desplazar la centralidad del mayor Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio (CCDTyE) de la Argentina, la ESMA en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, teniendo en cuenta que se calculan alrededor de ochocientos centros clandestinos diseminados a lo largo y ancho del país. Asimismo, estos trabajos abren la discusión hacia el afuera de los espacios de encierro y debaten las periodizaciones estancas.

Cómo hacer cosas con una palabra

Construir un neologismo implica un hacer, en este caso, “cosas con palabras” (Austin, 2016). Hablar de insilio como una de las formas de las migraciones forzadas, de acuerdo al trabajo que vienen realizando Coraza y Gatica, también es “algo que hacemos”.

En este sentido, respecto a la migración forzada no estamos hablando de definirla o describirla… Estamos hablando de algo mucho más fundamental: estamos hablando de producirlo o construirlo como un objeto de conocimiento. La migración forzada no es algo que descubrimos, sino algo que hacemos. 

Uno de los objetivos propuestos es reflexionar sobre los grupos y sujetos que quedan afuera de estas demandas, o de la oferta del estado. Hay vasos comunicantes, intersecciones y transiciones dentro de las categorías, así como grupos y personas de las familias de las víctimas directas del terrorismo de estado que no entran en la categorización, y la pregunta es por qué: padres y abuelos, tías, tíos, primas y primos, y, sobre todo, compañeros o compañeras (para usar la terminología de la época, hoy diríamos parejas), cuñadas o cuñados suelen englobarse en el significante familiares y/o sobrevivientes, algo que, por un lado, permite fortalecer al colectivo numéricamente pero, al mismo tiempo, invisibiliza especificidades, incluso a fin de constituirse como actores en la búsqueda de desaparecidos o de bebés apropiados. El concepto actores también sirve para preguntarse por la condición de víctimas en las distintas subcategorías de sobrevivientes y de familiares, como lo hacen Guglielmucci (2016) y Jensen (2011).

Es interesante notar también aquí que Abuelas nace de Madres y que el huevo original es Familiares, como lo destaca Judith Filc14 en algo que podría considerarse una inversión o problematización generacional. Importa aclarar que la palabra insilio es utilizada excepcionalmente por H.I.J.O.S., por lo cual asumo el riesgo de nombrar.  La categoría abarcativa Familiares, sin embargo, no contempla a parejas ni a parentescos en segundo o tercer grado afectados por las persecuciones y desapariciones llevados a distintas formas o vivencias de insilio. En ese sentido, reivindico la figura de primas y primos, a partir de algunos relatos escuchados de personas que no necesariamente quieren o sienten que sus historias deban ser publicitadas, pero fundamentalmente la de las parejas que fueron afectadas en forma directa y fueron las principales insiliadas en los casos de desapariciones de sus compañeros o compañeras de vida. Y que sí lo cuentan. A la luz de las luchas feministas, variantes inclusivas como Hijxs o Nietxs abrieron un proceso de neologización de términos existentes, e incluso pueden ser diacríticas, como en el caso de la organización Nietes que da una vuelta de tuerca, ya que permite nombrar una otra categoría generacional distintiva: ya no nietos apropiados, que son hijos de desaparecidos buscados por Abuelas (cogeneracionales de Madres), sino cuarta generación de sobrevivientes/víctimas. Para jugar con las nuevas nomenclaturas que el inclusivo habilita: Nietes son hijes de H.I.J.O.S.

Hay un caso particular de nuevas denominaciones y es el concepto de exhijos, como en el caso de Mariana Dopazo, quien construye identidad como exhija del represor Miguel Etchecolatz,15 y que realizó un proceso de desafiliación en la Justicia.  El prefijo ex- aquí es clave porque refiere a un vínculo de sangre que se rechaza no solo a partir de la reapertura de juicios de lesa humanidad, sino también debido a los avances tecnológicos y sociales que permiten redefinir los vínculos familiares y habilitan la posibilidad de renombrarse. La Plata será un espacio importante en el derrotero de insiliados, como lugar de desapariciones, de puesta en marcha precoz del aparato represivo, ya desde antes del golpe de marzo de 1976, del mismo modo que lo serán, tanto como territorios expulsores o receptores, la provincia y la Ciudad de Buenos Aires, Tucumán, La Rioja, Catamarca, Chaco, Bahía Blanca, Chubut (particularmente Trelew) y otras localidades de la Patagonia, en especial Tierra del Fuego, en el trazado de un mapa provisorio en el que Córdoba ocupa un lugar central. 

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