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Gordo TV

Globología

Diego Recalde y Mariano Llinás, entrevistados por Romina Manguel.
13 de diciembre de 2024 07:03 h

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La pregunta por la verdad, que dio inicio a la filosofìa occidental, encuentra su respuesta definitiva en un inspirado Alejandro Fantino:

—Vivimos una época de dislocaciones —reflexiona el carismático animador, en tono crepuscular:

—Dislocaciones —repite Luis Majul, espástico.

El entrevistado asiente.

—Supera a la palabra “cambio”. Cuando algo cambia, lo hace dentro de un mismo sistema. Cuando algo se disloca —Fantino gesticula, sostiene un bulto imaginario—, la dislocación cambia todo lo que está arriba.

Aparece un gráfico que demuestra que ya casi nadie consume televisión por fuera de YouTube. 

—La verdad, la palabra única, no pertenece más a los medios —declara Fantino, solemne.

Majul levanta el índice.

—A los medios clásicos —señala, asertivo.

 —Yo creo que es más que eso, los medios clásicos tienen la palabra del poder. Eso se quiebra, como se quebró con la aparición de los tipos móviles de Gutemberg —Majul se rasca la pera—. Vos fijate que YouTube tiene 18 años. Cuando Gutemberg inventa los tipos móviles, la reforma de Lutero se produce 80 años después. Para mí el mundo hoy está dislocado por la aparición de las redes sociales, y sobre todo por YouTube.

Majul mueve un lápiz en el aire.

—Antes, cuando vos y yo levantábamos la mano y decíamos “está pasando algo”, una buena parte de la sociedad se conmovía. Y ahora, Carlitos2024 nos gana la discusión porque la comunicación es horizontal, y está bien que así sea. ¿Eso decís?

La epifanía es interrumpida, desde el zócalo, por la publicidad de una empresa de medicina prepaga.

Fantino se exalta.

—La gente ya no piensa como le decían que tenía que pensar. Nos daban la comida masticada, Luis.

—¿Y Milei? —pregunta Majul.

Fantino esboza su teoría de la política cuántica, de la cual considera que el presidente argentino es exponente, y cita a la escritora Marguerite Yourcenar. Más tarde, la abogada y periodista Silvina Martínez comenta los proyectos del Senador Edgardo Kueider.

—Claramente es la agenda de Cristina Kirchner —dice—. No la de Javier Milei.

A continuación, lee en voz alta desde el sitio web oficial del Senado de la Nación.

—En “partido”, dice “Frente de Todos” —resalta—. Quiere trasladar la capital a la ciudad de Paraná.

—Eso no es kirchnerista, es delirante —opina Majul, con inusual sensatez.

—Pero no es de Milei —completa la periodista—. También solicita informes sobre la continuidad del Ministerio de las Mujeres y de la Diversidad. Esto es de 2024. Claramente, la agenda de Cristina.

—Una agenda que atrasa mil años —coincide el conductor, ya en la melodía habitual.

Finalmente, Martínez informa que Kueider también es ñoqui del Pami. Se hace el silencio en el estudio.

—Vos fijate lo que pasó acá —interviene Fantino—. La interpretación, muy válida, de Silvina, es que Kueider pertenece al kirchnerismo. Ahí es donde yo digo que nosotros, los medios tradicionales, pecamos de soberbios. 

Socrático, sostiene que la gente no es boluda y recuerda un dato de la realidad: el senador acompañó al oficialismo en las últimas votaciones. 

—Tal vez la gente quiere tragarse este sapo, y seguir votando a la Libertad avanza igual. 

Con esfuerzo, Martínez refina su razonamiento:

—Hay que reconocer los orígenes de Kueider —explica—. Que haya votado un proyecto de Milei no lo hace mileísta. 

Fantino habla con parsimonia.

—Aristotélicamente, podríamos decir entonces que en esencia es kirchnerista —concede—, y en accidente es mileísta.

Los tres se despiden satisfechos, con la certeza de que la verdad apareció en algún momento de la conversación, pero es probable que no estén de acuerdo en cuándo sucedió.

Un rato más tarde, en canal 9

El histriónico Diego Recalde se presenta como un hombre libre gracias a las redes sociales. Quizás por eso, está vestido con bermudas y remera a rayas. Mariano Llinás, de aspecto más tradicional, lo observa reclinado contra el apoyabrazos de un sillón. Pronto advierte que cayó en una trampa.

—Dos cineastas, directores, hombres de la cultura —los presenta Romina Manguel, con picardía.

Recalde se presenta como un perseguido por la AFIP kirchnerista. También afirma que en el país había listas negras y que lo echaron de un diario que tenía negocios con el kirchnerismo. Desafiante, asegura que va a seguir diciendo sus verdades en todo momento y en cualquier lugar.

—Porque esta lengua es mía, no del Estado —dice.

Luego agradece haber nacido en este siglo.

—¿Naciste en este siglo? —pregunta Llinás.

Se produce una conversación acerca de la situación del cine argentino. Llinás sostiene que la discusión debe ser profunda, y que reducir el problema al peronismo o al comunismo no conduce a nada.

—Vamos a hablar de manera madura, razonable —propone Recalde.

Añade que el kirchnerismo y Massa dejaron a 7 de cada 10 chicos pobres, y el cine argentino se financia con impuestos y emisión monetaria.

—Esos 7 chicos pobres de cada 10 están sosteniendo algo que la pregunta ética que uno debe hacerse como artista es: ¿esto es lo primordial? ¿Esto es lo trascendental? —el tono sube, Recalde es vehemente— Cuando yo tengo en Argentina un 37% de personas que no tienen cloacas, un 40% de personas que cocinan con garrafa. En Almirante Brown no hay agua potable. Cuando vas al supermercado y pagás el doble, esos impuestos también financian la Cultura. Los impuestos empobrecen a la gente para que otros puedan realizar un sueño. 

La epifanía ocurre en forma de revelación: la verdad es simple, no depende de ningún dato y puede ser enunciada por cualquier orate con buena retórica. Una incomodidad atraviesa el estudio, como si hubiera sido cometido en cámara, con total impunidad y a la vista de todos, un delito hasta ahora no tipificado. 

—¿Estás diciendo que los pobres pagan para cumplirle la fantasía a los progres que quieren hacer cine a la FUC? —interroga Manguel.

—Es un poco maximalista —opina Llinás.

—Volvimos al Medioevo, Mariano —se exalta Recalde—. Tenemos a un tipo que se levanta a las seis de la mañana, en el conurbano, y financia tu cine.

—Es muy eficaz lo que hacés. Te tengo que felicitar. Lo fabuloso es que uno no puede contestarte. Yo nunca te había visto y me parece que sos muy bueno —lo señala con admiración sincera, le habla a Manguel—. Es como esos que hacen cosas con los globos. Es globología. Participaste de un curso de globología y ahora estamos todos acá con el globo. Es fabuloso. Yo me declaro derrotado. Así es imposible pensar en profundidad.

Más adelante pierde la paciencia:

—Todo lo que dijiste son boludeces —dice—. Si todo se financia con el hambre de los pibes del Chaco, vendamos la Casa Rosada. Cortemos los paraísos de la calle y vendámolos como madera.

Hace el gesto de un serrucho en el aire. 

—El cine no tiene nada que ver con los pobres —concluye, terminante—. No hay ninguna relación.

Después de acomodarse las bermudas en el sector de la entrepierna, Recalde asegura que Perón fue pionero en el robo de bebés y que Massera, Isabel y Videla fueron socios. 

—Es importante saber que nada de lo que se dijo acá es verdad —enfatiza Llinás—. Nuestro simpatiquísimo amigo estableció una ficción sobre lo que pasó en los 70, digna de Julio Verne.

—Vayan a las hemerotecas, muchachos —se indigna Recalde.

Entonces se produce la última epifanía de la noche, ese instante en que la verdad aparece.

—Así empezó Milei —dice Llinás—. Esto es Milei. Él podría ser Presidente.

—¿Estás con ganas de hacer una carrera política? —pregunta Manguel.

Recalde, inefable, sonríe con humildad.

—Estoy con ganas de seguir diciendo la verdad —responde.

SR/DTC

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