Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
PURA ESPUMA

Unidad nacional

"Argentina ´78" descubre la utilidad múltiple que tuvo el Mundial, y que alcanzó a distintos sectores de la sociedad argentina.
8 de diciembre de 2024 00:01 h

0

Del 1° y el 25 de junio de 1978 sucedió el Mundial de Fútbol de Argentina, con banda de sonido de Ennio Morricone, multitudes en las calles y una reunión cósmica entre la tragedia política y la felicidad social generalizada. 

En ese lapso, la Selección al mando del demiurgo del fútbol arte, César Luis Menotti, gloria deportiva y formador de lenguaje que nunca pudo o nunca quiso explicar las contradicciones que podrían sospecharse de un hombre de izquierda encabezando la fiesta de una dictadura, ganó cuatro partidos, empató uno y perdió otro. 

Cada uno de ellos fue un drama romano: comandantes en jefe en las tribunas y en los vestuarios, futbolistas guerreros, plebe electrizada por el exitismo (versión eufórica del derrotismo). Porque si hay que fechar en la historia argentina un momento en el que el fútbol dejó de ser un juego para convertirse en causa nacional, tal vez haya que concedérselo a aquellos días.

La serie documentada Argentina '78 de Tomás Sposato y Lucas Bucci ofrecida por Disney es la versión vulgarizada de '78: historia oral del Mundial (Sudamericana, 2018), el libro monumento de Matías Bauso, que exploró hasta el agotamiento los enigmas, las turbulencias e, incluso, la sordidez que se movieron en los sótanos de la gloria.

Pero los hechos -este y cualquier otro, sean de la historia o de la vida- se presentan a la curiosidad póstuma como un problema compositivo. Imposible inventariar todos los elementos que le dan vida a un suceso. No hay reconstrucción. Es la ley de la experiencia, invariablemente dominada (arruinada) por el tiempo.

No pasa nada. Si hay un candor refrendado una y otra vez por el género documental, y que es el mismo que pone en juego la arrogancia del “poder” judicial o policial, es la voluntad de verdad. Pero aun cuando esa voluntad haga contacto directo con el fracaso, algo queda de los hechos.

Ese “algo” que queda en la serie de Sposato y Bucci sobre el Mundial ’78 se corresponde menos con el orden de las revelaciones que con el de la complejidad. Su dinámica es la del contraste y el careo de intereses y, también (esto es una delicadeza basada en lo invisible), en las sospechas de omisión, algunas de ellas espectaculares, como cuando Menotti se empecina en hablar exclusivamente de fútbol, como si el Mundial '78 hubiera sido un acontecimiento marciano.

Y, sin embargo, aquello que no dice uno lo dice el otro. Es gracias a la estructura de coro donde se desatan las entonaciones “agregadas”. Daniel Passarella y Mario Kempes, en la línea de recorte impuesta por Menotti en la que el fútbol es una totalidad, pasan por alto los aspectos históricos de sus proezas. Son futbolistas sin mundo que actúan por afuera del tiempo histórico, pero ¿qué responsabilidad podrían tener los gladiadores de la crueldad de Julio César?

Pero la mayor compensación a su clasicismo y a sus formatos de retaguardia es la administración de los archivos históricos, de una calidad visual alucinógena, por la que podemos restaurar el año 1978 bajo un shock de hiperrealismo

Lo que se descubre en esta serie es la utilidad múltiple que tuvo el Mundial, y que alcanzó a distintos sectores de la sociedad. Además de una conmutación momentánea de querellas, de la que el testimonio de Mario Firmenich hablando de fútbol como lo habría hecho José María Muñoz introduce un elemento cuyos alcances no pueden evitar la autoparodia, ni la vergüenza ajena. En cambio, la “suelta” por vía de la euforia estatal de algunos detenidos desaparecidos (más las ejecuciones sumarias, dicho sea de paso), es apenas una gota de ironía cayendo al mar de la masacre.

Como a cualquier serie en la era de la terminación fabril y el control de calidad en la que casi todas las ofertas de entretenimiento parecen buenas, sobre todo las malas, Argentina ’78 compensa sus testimonios de retratos-busto con la calidad de los testigos. Hablan hasta los que no hablaban nunca, y ya no nos importa que sea para escurrirse porque podemos leerles los rostros y, por momentos, sus almas, que es a lo que aspiró toda la vida el retrato.

Pero la mayor compensación a su clasicismo y a sus formatos de retaguardia es la administración de los archivos históricos, de una calidad visual alucinógena, por la que podemos restaurar el año 1978 bajo un shock de hiperrealismo. Son documentos únicos desclasificados de la gloria que les tocó, a los que cuesta no llamarlos lisa y llanamente “realidad”. Con cierta reserva, claro, porque en los hechos concretos de la historia y todas sus profundidades, esas imágenes extraordinarias no eran el documento de lo que pasaba sino de lo poco que se veía de aquello que estaba pasando en otro lado.

Salvo Firmenich, un soldado de sí mismo que ignora la emoción de la duda, la mayoría de los entrevistados se reserva, si no un comentario, algunos segundos de ensombrecimiento. Es la fatalidad inherente al acto de recordar: podemos decir que recordamos, pero no sabemos qué es lo que recordamos. Una sombra de irrealidad que también ataca el análisis y lo pone en su lugar de consideración blanda. Como cuando Ezequiel Fernández Moores, a punto de responder sobre la goleada de Argentina a Perú en Rosario, suspende durante unos segundos lo que va a decir -ahí lo vemos recordar- y le abre camino a ese instrumento de la sabiduría llamado silencio.  

JJB/MF

Etiquetas
stats