Espacio de opinión de Canarias Ahora
La impostora

La cronometrofobia es miedo a los relojes directamente. Conozco gente que no soporta el ruido de sus agujas, que les molesta como si se tratase de un ruido ensordecedor y van por las casas sacandole las pilas a esos inventos queriendo destrozarlos a martillazos como el Capitán Garfio.
El cursor de los procesadores de texto lleva el mismo compás de esos latidos del reloj y cuando todo eso está en blanco y solo se ve ese parpadeo la sensación es similar a que vaya a venir un cocodrilo a arrancarte un brazo, pero este en vez de de decir “tic, tac”, te recuerda cada día, poniendo el contador y el corazón a cero, como en el Día de la marmota, que eres una impostora, que no mereces ocupar con tu voz el espacio público , robárselo a otra persona que tenga algo más importante que decir.
Y pensando en esto, efectivamente todos los que de alguna manera ocupamos el espacio público somos impostores, esto es así. Todo el que toma algo de las profundidades de su oscuridad más pura, de esa perversa zona de confort, y lo sube a la superficie como el diablo negro para morir y tener que nacer al día siguiente, es un esquirol de un secreto, de algo destinado a la omertá. Todo el que toma algo de sí mismo y lo expone con luces de neón por si al otro le sirve, es un impostor. Todo el que transforma de prosa altruista el gesto de supervivencia de soltar la tinta que le envenena las venas, es un impostor.
Los periodistas tienen que filtrar mucha basura diariamente para dar forma a lo que quieren contar. Diariamente. Mi compañera de la sección de feminismos, lee teletipos que llegan de las agencias de abuelos que violan a sus nietas mientras el resto de sus familiares lo sabía y cerraba la puerta. Tiene que buscar en sus profundidades la sensibilidad de detectar esa miseria humana, darle un titular que a ti te llame la atención, leer la sentencia con todos sus asquerosos detalles, y esperar a que el tiempo de lectura sea suficiente para que ese tipo de noticias ocupen las portadas y se pueda seguir haciendo periodismo compitiendo con otro tipo de informaciones. Y después de esa noticia, sin tiempo para limpiarse el alma, tiene que cubrir un desahucio. Claro que somos impostoras. Alguien tiene que serlo. Yo cuando hablo con un grupo de vecinos que quieren denunciar algo para su barrio me siento una impostora absoluta, siento que no voy a estar a la altura de algo tan sensible, que voy a fallar en algo que es como el debut de Brodway, estar a la altura de la opinón de tus vecinos.
No me entiendan mal, la adrenalina de que cada día se renueve con nuestros lectores el contrato de interés es lo que nos mantiene vibrando por este precarizado oficio que aún espera su 15M, solo que aquí impostores somos todos y matar el latido del cursor a pesar del miedo, con esa impulso del interior de la guata como si te hubieran inyectado 12 cafés más los tres de la redacción es lo que nos hace, quizá, merecer algún espacio. Todos somos niños delante de un micrófono aunque hayamos estado cien veces, cada día es el primero. Joaquín Sabina vomita antes de cada gira aún hoy y ya va por la penúltima. Impostores somos todos los que seguimos diciendo algo que estaba destinado a morir con nosotros.
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