La distopía del olvido

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Existe una famosa metáfora que dice que si metes un sapo en agua hirviendo, intentará escapar de inmediato. Pero si lo colocas en agua fría y la calientas poco a poco, el sapo no notará el peligro hasta que sea demasiado tarde. Aunque en términos biológicos este experimento es discutible, la moraleja es poderosa: cuando los cambios ocurren gradualmente, es fácil no percibir el peligro hasta que ya no hay escapatoria.

Lo mismo ocurre con la pérdida de derechos. Pocas veces se eliminan de golpe; en su lugar, se erosionan lentamente, en un proceso casi imperceptible. Un recorte aquí, una restricción allá, una justificación disfrazada de “sentido común” u “orden”. Y cuando nos damos cuenta, nos encontramos en un escenario donde lo que dábamos por hecho ya no existe.

Históricamente, los derechos no han sido regalos, sino conquistas logradas a base de lucha, sacrificio y resistencia. El derecho al voto, la igualdad de género, las libertades individuales, las condiciones laborales dignas… Nada de esto ha sido gratuito. Pero lo que se conquista también puede perderse si no se defiende. Como decía Pedro Zerolo, “los derechos se disfrutan y se defienden”, porque si no, se pierden.

En el contexto actual de evidente radicalización y auge de discursos autoritarios, es fundamental preguntarnos: ¿estamos dejando que el agua se caliente sin reaccionar?

¿Estamos demasiado a gusto en nuestro cómodo modo de vida, idiotizados ante la manipulación mediática y sin conocer suficiente la historia como para tomar precauciones?

Así vemos cómo se normalizan discursos de odio, ya superados, o se niega lo evidente: que vivimos en una cultura patriarcal y muy desigual donde queda mucho por conseguir. A la vez, aceptamos tranquilamente restricciones a la libertad en nombre de la “seguridad” o minimizamos ataques contra grupos vulnerables, permitimos que la temperatura suba un poco más.

Los ejemplos están aquí:

Observamos impasibles guerras inauditas en Ucrania, el exterminio en Palestina, tan grave como los campos de exterminio nazi y vemos como Trump insulta, miente y prostituye su cargo de presidente haciendo tambalear toda lógica y equilibrio. 

El desafío ahora mismo es claro: reaccionar a tiempo. No esperar a que la pérdida de derechos sea irreversible. No permitir que el miedo o la indiferencia nos paralicen. Porque si no saltamos del agua antes de que hierva, corremos el riesgo de perder todo por lo que lucharon las generaciones pasadas.

La historia nos ha dado suficientes advertencias, como ocurrió en los años treinta. Ahora, la decisión es nuestra. El mundo está a punto de convertirse en totalitarista a nivel global, una mezcla entre el ‘Cuento de la criada’, ‘1984’ de Orwell y un ‘Mundo Feliz’ de Huxley. En este Mundo del Olvido, el control absoluto se disfraza de bienestar y consumismo, donde la historia se borra y los derechos se negocian. Por tanto, la única rebelión posible es recordar.

Es cierto, el agua se está caldeando. Algunos patearemos y “recordaremos” para salir del agua a tiempo.

Pero si no lo logramos, hay que recordar que este mundo distópico que viene se basa en que los recursos son infinitos y no lo son... Tarde o temprano se apagará el fuego.

La cosa será si los sapos y los que mantienen el fuego estarán todavía vivos cuando se agoten los recursos o se extingue la humanidad por pura codicia de unos pocos. La Tierra seguirá dando vueltas alrededor del sol con o sin nosotros. Que alguien se lo recuerde a los dictadores o a los aspirantes totalitarios. Al fin y al cabo ni son inmortales ni dominarán la gravedad del planeta. Es bueno recordar que, con todo su poder y sus retretes de oro, al final tienen que usar retrete como cualquier mortal. Con suerte el Mundo del Olvido llegará incluso a olvidarse de sus propios creadores.

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