Los prejuicios en la sociedad
Desde que tengo uso de razón he tratado de ser libre. No creo que fuera simple casualidad, vivir algunas experiencias ayuda, y es que apenas con cuatro años mis padres decidieron buscarse la vida en otro lugar, así que por motivos laborales nos fuimos de La Palma. Al final es una situación que te obliga a madurar y a ver otras cosas que jamás verías si no sales de tu zona de confort.
El avión de cierta forma, me impulsó a volar más de lo que mi imaginación ya volaba. No recuerdo la media de traslados que hacía por año, pero sí recuerdo que eran muy frecuentes y que muchas veces viajaba sola. Bueno, sola no, encomendada a alguna azafata que me acompañaba en los trayectos.
Por aquel entonces ya había chocolatinas en la compañía canaria líder y como siempre me tocaba hacer transbordos, las tripulantes de cabina me llevaban con ellas a las zonas de briefing y me daban una bolsa de esas de papel que se usan para paliar el mareo llena de chocolatinas y caramelos.
Debo decir que viajar para mí siempre ha sido una motivación, pero por aquella época era un pase vip a un parque de atracciones. No sólo me daban chuches mientras disfruta de las alturas, también me permitía empaparme de cosas que no son muy habituales con esa edad. Si la azafata iba al baño privado, yo iba con ella, si tenía una reunión, ahí estaba yo al lado con aquel colgante identificativo en el cuello y si entraba a la cabina a comunicarle algo al piloto yo también asomaba el hocico. Pero ahora cuando recuerdo todas estas idas y venidas cargadas de anhelos, lo hago con una conciencia total y valoro aún más a esos profesionales que arriesgan su vida cada vez que se suben a un avión.
Hace meses que quiero sentarme a escribir sobre este asunto, pero la falta de tiempo ha impedido que sea antes. Y es que hará poco menos de un año que he visto que esta misma compañía de la que hablo y que conocemos todos los canarios, tenía entre su tripulación a dos hombres -por lo menos que yo haya visto- , que ojalá fuesen más.... Pero esta historia trata de una situación en concreto y desde aquí me gustaría ponerla sobre de la mesa para que no vuelva a ocurrir porque sinceramente, me entristeció muchísimo.
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Todo comienza cuando embarcamos y nos sentamos en el avión. Nos toca abrocharnos los cinturones y la tripulación cumple con las normas establecidas, entre ellas, asegurarse de que todos los pasajeros tengan el cinturón abrochado. En la fila de butacas de enfrente, en dos sillones más adelante están sentados dos hombres, uno mayor que el otro. Uno podía tener unos cuarenta y tantos o alrededor de cincuenta y el otro unos veintipocos. Doy este dato porque creo que es importante.
Desde que pasaron a revisar que todo estuviera en orden, ya se veía la palabra “burla” flotando en el ambiente. Las risitas y los secretos en el oído de aquellas personas que no tenían ochenta años precisamente comenzaron a acaparar toda la atención de los pasajeros. Pero ya lo gordo vino después cuando empezó el chaval con el protocolo de emergencia. Yo sinceramente espero que no se percatara porque aquellos gestos de mofa que hicieron cuando vieron al chico me sumieron en un pozo de vergüenza ajena considerable.
Fue un momento de trágame tierra. No sé si es que me paso de empática o que era la única que no entendía por qué estaban actuando de esa manera. El caso es que fue bochornoso a la par de lamentable. Y todo, porque era un joven y no la imagen tradicional de azafata que solían ver en esta compañía.
Lo único que alcancé a pensar fue: ¿acaso no ha hecho ningún vuelo fuera de Canarias? Porque no sé qué les sorprende y mucho menos por qué les hace tanta gracia. El caso es que aquellos dos sujetos dieron una imagen de cavernícolas que ensucia la imagen de nuestra sociedad. Pero se ve que aquí todavía existen algunas personas que no están acostumbradas a eso. Y a mí me encantó ver aquel chico tan preparado e ilusionado en esta profesión que en este archipiélago es una oportunidad para desafiar prejuicios y crecer tanto profesional como personalmente. Creo que aún se siguen teniendo otras expectativas sociales. La sociedad a veces espera que los hombres sigan carreras convencionales, sin ir más lejos, ya asimilan el género masculino al piloto o comandante. Pero..., ¿y sí a ese chico siempre le fascinó la idea de volar pero desde otro punto de vista? ¿Quién eres tú para mofarte, hacerlo sentir mal y meterte de cierta forma en sus decisiones? Porque no todo el mundo tiene una personalidad inquebrantable y puede sentirse tan fuera de lugar hasta el punto de poder replantearse su profesión.
No es poca broma esto de los prejuicios de género. A menudo tanto mujeres como hombres se enfrentan a miradas de desconcierto, comentarios sobre la rareza de una profesión que no encaja con el género y lo peor de todo, las faltas de respeto. Por eso me alegré al ver que esta compañía tan conocida y querida por todos los canarios esté contratando hombres que ayuden a romper barreras y demostrar que la competencia no tiene género. Y es que tanto un azafato como una azafata de vuelo independientemente del género, puede sobresalir en este ámbito por su atención al detalle, por su capacidad de manejar situaciones de emergencia con calma y eficacia, por tener unas habilidades sobresalientes para la comunicación y por lo tanto, deben ser valorados en igualdad de condiciones. Desde mi punto de vista creo que ha sido todo un acierto porque en Canarias es de los pocos lugares que tenían a sus azafatas estereotipadas y debemos recordar que no son modelos las que nos acompañan en los vuelos, son ante todo profesionales con unas capacidades increíbles y que arriesgan sus vidas por los pasajeros cada vez que suben a un avión.
Por suerte estas cosas van cambiando y cada vez son menos las personas que se muestran prejuiciosas con esta y con otras tantas cosas. Pero no podemos considerar una sociedad limpia y curada de prejuicios innecesarios. Seguimos creyendo que el hijo de aquel reputado profesional es más apto que cualquier otro, que si no tienes el apellido del otro no eres nadie, que si andas con fulanito el que se fuma un porro tú eres igual que él o que si tu familia está desestructurada tú no tendrás futuro. Son muchos los condicionantes que nos vuelven personas con prejuicios.
Los prejuicios a menudo tienen sus raíces en estereotipos culturales, experiencias personales limitadas y la influencia de los medios de comunicación. Desde una edad temprana, las personas pueden internalizar estereotipos que se perpetúan en la sociedad. Estos estereotipos a menudo simplifican y distorsionan la realidad, llevando a percepciones erróneas sobre ciertos grupos. Los prejuicios pueden llevar a la discriminación, afectando negativamente la vida de las personas que son objeto de ellos. Y aquí entra la inseguridad, ese sentimiento de falta de confianza en uno mismo y en las propias habilidades. Las personas inseguras tienden a dudar de su valía personal y a compararse constantemente con los demás. Esto puede llevarlas a desarrollar prejuicios como un mecanismo de defensa. Así que para dejar atrás tantos prejuicios debemos intentar salir más de nuestra burbuja del bienestar. Yo siempre digo que sólo cuando viajas te das cuenta de lo insignificante que eres. Da igual que en tu Isla todos te conozcan, que te pongas un traje todas las mañanas, que ganes mucho dinero o que tengas la familia perfecta. Eres un ser humano igual que otro y te vas a morir igualmente.
Viajar es lo que te permite abrir la mente y acabar con tus prejuicios. Es librarte de las ataduras para conocer realmente el significado de la palabra 'libertad'. En otra parte del mundo serás uno más y nadie te valorará por tu clase social, por tu género, por tu orientación sexual, por tu raza y por tu religión. Simplemente, te valorarán por tu forma de comportarte, de ser y de sentir...
A veces nos olvidamos de la humanidad. Nos creemos seres omnipotentes y confiamos en que nuestra vida no cambiará, pero más allá de esa ignorancia existe el cambio, y quizás de un momento a otro tu vida se altere de un porrazo. Por eso no está de más practicar la empatía, la educación, reflexionar y tener un poco de conciencia. Y tampoco está de más intentar por todos los medios buscar esa seguridad que te tiene insatisfecho y que te llena de prejuicios. Pero si tengo que recomendarte algo, te recomendaría que hicieras el esfuerzo de subirte en un avión y atravesaras las nubes tantas veces como puedas, es esa libertad la que te librará poco a poco de esta monomanía. Y algo muy importante, cuando estés con el cinturón abrochado, recuerda agradecer con un gesto a la azafata o al azafato que se está jugando la vida por ti en ese vuelo. “Ellas” y “ellos” forman parte de esa pieza clave que nos llevará a liberarnos de esta obcecación.
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