“Hay que apostar por una remunicipalización de la información”
Francesca Bria (Roma, 1977) casi nunca habla de tecnología cuando se refiere a ella: no es algo técnico. No son gadgets. La nueva Comisionada de Tecnología e innovación digital del Ayuntamiento de Barcelona –nombramiento de apenas hace unas semanas– entiende la tecnología como un sinónimo de cultura libre y de protección de datos. “Bien común”, cita durante varios momentos de la entrevista, haciéndose suyo el eslogan de partido que la ha contratado, Barcelona en Comú.
Bria, que entiende el castellano pero lo habla con esfuerzo, ha trabajado los últimos tres años en Nesta, una organización para la innovación, además de dedicarse a D-CENT, un proyecto para la descentralización de la tecnología en Europa. También es asesora de la Comisión Europea en políticas tecnológicas. Ahora, en Barcelona, pasará a liderar el Instituto Municipal d'Informàtica (IMI) con el objetivo de indagar en herramientas de participación, cambiar la cultura tecnológica, los servicios del consistorio y ahondar en las herramientas de participación digitales.
La italiana pone a las ciudadanía en el centro del desarrollo tecnológico. Durante la entrevista no suena ni un móvil; aunque la grabadora se para de golpe. La tecnología siempre puede fallar. Lo importante, para Bria, es que no fallen las personas.
¿Cómo entró en contacto con el gobierno de la ciudad de Barcelona?
Hace unos años lideré un gran proyecto llamado D-CENT, para descentralización de la tecnología en Europa. Una de las mayores vertientes del proyecto se desarrolló en España, trabajamos con el 15M. Vivimos la transformación del movimiento, la irrupción de partidos y cómo estos experimentaron con la tecnología: deliberación online, fórums... Incluso trabajamos en Plaza Podemos. Luego nos vimos envueltos en Ahora Madrid y Barcelona en Comú, siguiendo el Código Ético de la formación.
¿Qué le atrajo de todos estos movimientos?
En España está habiendo una revolución democrática inspiradora y, en concreto, el experimento de Barcelona es muy estimulante. Cuando ganaron las elecciones nos dimos cuenta de cómo la tecnología era la siguiente institución de la ciudad. La pregunta que nos hicimos fue: ¿Qué pasa cuando la tecnología sale de la oficina? Nos preocupamos de los datos, la transparencia, la soberanía: lo importante es entender cómo movemos los retos sociales con la tecnología. Cómo usamos la tecnología para devolver el poder a los ciudadanos.
¿Hay movimientos análogos en Europa?
Estamos en contacto con Islandia o Helsinki, aprendiendo de sus experiencias.
¿Cuál es el encargo concreto que recibe del Ayuntamiento?
La transformación digital del Ayuntamiento: no sólo más eficiencia en el uso de la tecnología para mejorar los procesos y las políticas sino también respecto a los servicios a los ciudadanos. Mejorar el diseño de los servicios, y también reorientar los proveedores de tecnología municipal: hasta ahora sólo unos pocos tienen la capacidad para ganar los contratos, y tenemos que intentar abrirlo para que empresas medias aspiren a ello. En esa clase media están las cooperativas, y otras empresas que trabajen con código abierto. Hay que usar licencias abiertas.
¿Cómo se ha encontrado el Ayuntamiento?
Muchas administraciones están perdidas, porque en las grandes corporaciones los trabajadores tienen 30 años de media: la gente que trabaja el código es joven. Esos cambios en la empresa privada no se ven en el Ayuntamiento. En Barcelona hay esperanza porque no somos burócratas.
¿Se ha encontrado hostilidad ante el cambio dentro del Ayuntamiento? Esta es una gran comunidad, de casi 6.000 trabajadores que usan la tecnología a diario.
Paso a paso. Pero sí, hay que involucrar a los trabajadores, por ello trabajamos de forma multidisciplinar... Más allá de los workshops que ya estamos haciendo, también hay que cambiar algunas normativas. Estamos estudiándolo. El primer cambio se debe dar dentro. De dentro hacia afuera, siempre.
Qué mano tiene un ayuntamiento para cambiar este tipo de cosas: proveedores, uso de código libre...
El problema en una institución así siempre es las dependencia en tecnología específica. No podemos crear dependencias con los proveedores, porque la ciudad tiene talento y sistemas de innovación. El problema no es la tecnología, por tanto, es la cultura. Hay que cambiar la cultura, la organización, para cambiar el uso de la tecnología. La gente se acostumbra a unos servicios. Y más allá de eso hay que tener claro qué firmamos con las grandes compañías. Hay que trabajar en las licencias públicas de la información.
¿Van a barrer lo hecho hasta ahora?
Tampoco vamos a cambiar todo. Hay que analizar y hacer algo progresivo. Aunque iremos hacia las licencias abiertas. Hay que mejorar la vida de la ciudadanía a partir de estos cambios.
Explíqueme más.
El sector público debe ser abierto y todo el mundo debe poder acceder a los datos. Debemos tener una administración transparente y abierta. Los ciudadanos tienen que usar y controlar la información pública: debe haber un nuevo pacto social por la información. La información es lo más importante para las economías y esa información hay que usarla para el bien común.
¿Qué papel tiene la tecnología en la pérdida de fe en las instituciones?
La tecnología no está actuando en el interés de la ciudadanía. Estamos externalizando mucha información que los ciudadanos pierden. España tiene un ecosistema de desarrolladores con gente muy buena en el super computing y los datos. Y no estamos trabajando suficiente con ellos. Los burócratas, como decía, no están cambiando tan rápido como la ciudadanía. Que sí pide cambios.
¿Cómo le afecta la política a tu trabajo? El teniente de alcaldía, Jaume Asens, decía en una entrevista a Catalunya Plural que la transparencia, muchas veces entorpece la política.entrevistaCatalunya Plural
Yo no estoy afiliada a ningún partido. Estoy aquí para ayudar. Y estoy por la revolución democrática, que es lo que Europa necesita. Y realmente creo que hay que empezar por las ciudades. Y por lo que respecta a los intereses, bien siempre existen, pero los intereses de los ciudadanos son lo primero: la política, los lobbies o las grandes compañías van después. Pero negociación existe. Pero si los ciudadanos han perdido la pista de la política es porque hay un pequeño grupo que ha tenido demasiado poder para su propio interés, y no es el caso de este consistorio.
¿Cómo hace convivir una ciudad la democratización de la tecnología con macroeventos como el Mobile World Congress?
El Mobile World Congress es una gran oportunidad para estar en contacto con un gran mundo como el de la tecnología móvil. No hay que olvidar que estamos en una nueva revolución industrial. Y estas compañías se inmiscuyen en todo: des de la educación hasta la salud. Hay que conocerlas. Y apostar, cuando hablamos de por ejemplo de educación y sanidad, por una remunicipalización de la información.
¿Qué proyecto tiene para plataformas de participación como Decidim.Barcelona?
Tenemos grandes planes para ello: plataformas como esta son la auténtica smart city. Poner a la gente, a los barrios y centros cívicos en el centro. Y usar la tecnología sólo para resolver problemas.
¿No fue algo limitada la experiencia con Decidim.Barcelona?
20.000 personas participaron en el Pla d'Actuació Municipal. Ese fue un precedente sin iguales. Tenemos claro que la participación viene del territorio: no hay nada online realmente. Decidim.Barcelona será el futuro: plataformas cívicas descentralizadas y privacy by design.
¿Privacy by design?Privacy by design
Plataformas construidas directamente con la protección de datos en el punto de mira. Privacy by design y data protectión regulation es cambiar las reglas, la política desde dentro: todo está integrado en la tecnología cuando desarrollas el sistema. Otro ejemplo: la criptografía, está introduciéndose en plataformas como Whatsapp o Telegram. La privacidad ante todo: después de las filtraciones de personas como Assange, un héroe moderno, tenemos el deber de seguir su ejemplo.
¿Y qué hacemos con las plataformas que ya están creadas y nos chupan la información?
Barcelona no lo puede cambiar todo. Pero no queremos contribuir a un capitalismo de vigilancia.