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El sueño de Jiro Horikoshi

El viento se levanta, de Hayao Miyazaki

Marta Peirano

24 de abril de 2014 22:15 h

Jiro Horikoshi fue el ingeniero aeronáutico más notable de Japón. De todos sus diseños, el más célebre fue el Mitsubishi A6M, más conocido como Zero, el avión de guerra más potente de su época y la estrella de la Armada japonesa durante la II Guerra Mundial. El almirante Isoroku Yamamoto, jefe de oficina de Aeronáutica de la Marina nipona, hizo construir 10.499. Era como un insecto, tan ligero, veloz y mortífero que Claire Chennault, el famoso líder de los Tigres voladores, le repetía a sus pilotos cada día: “Nunca te pelees con un Zero”. También fue el avión que bombardeó Pearl Harbour y el protagonista de la última -y, al parecer, definitiva- película de otro genio japonés, Hayao Miyazaki.

“Fue su genio extraordinario -explicaba en una entrevista el venerado director de El viaje de Chihiro, La Princesa Mononoke y Totoro- que hizo el mejor y más vanguardista avión de combate de su tiempo. Salió al mismo tiempo que el Nakajima Ki-43 Hayabusa, también operado por la Armada Imperial japonesa. Los dos tenían el mismo tamaño, estaban equipados con el mismo motor, y estaban diseñados para ser lo más ligeros posible. La única diferencia es que el Zero estaba más armado que el Hayabusa. Y sin embargo, cuando volaban juntos, el Zero era más rápido y podía volar más lejos que el Hayabusa. ¿Por qué? Porque Horikoshi entendió de manera intuitiva el misterio de la aerodinámica que nadie puede explicar con palabras”.

A juzgar por sus 11 películas, la gran pasión de Miyazaki también es volar. Todos sus protagonistas lo hacen de una manera o de otra, cuando no en aviones en aeroplanos, castillos volantes, escobas, dragones y hasta gatos que galopan por el bosque. Su última obra recrea la obsesión de Horikoshi por crear una máquina que fuera más ligera, más rápida, más segura, más ágil y más bella que todas las demás.

Relativamente basada en las memorias del ingeniero japonés (Las águilas de Mitsubishi: La historia del avión de combate Zero), El viento se levanta cuenta la historia de Jiro, un muchacho que sueña con volar hasta que se le aparece (en el mismo sueño) nada más y nada menos que el visionario ingeniero italiano Gianni Caproni. En honor a la verdad, la parte de Caproni es una licencia poética de Miyazaki, cuyo amor por el inventor italiano precede incluso a su otra película de aviación, Porco Rosso. El nombre de su famoso estudio viene de el Caproni Ca.309 Ghibli, que los italianos emplearon en la IIGM.

La historia que cuentan los perdedores

Otro trivia para los fans: el padre de Miyazaki tenía una fábrica de munición que hacía componentes para el Zero, y el gran terremoto del 23 lo hundió en la depresión. La escena que ha enamorado a críticos de todo el planeta es precisamente la de ese terremoto, otra licencia poética porque, aunque ocurrió de verdad, el verdadero Jiro no estuvo allí. La polémica que rodea The wind rises, sin embargo, obedece a otro tipo de memoria histórica: el pacifista y medioambientalista genio de la animación ha sido acusado de alabar la pasión visionaria del ingeniero sin cuestionar el propósito de su creación, que era matar el mayor número de gente posible.

“Incluyendome a mí, la generación de japoneses que creció durante cierto periodo tienen sentimientos muy complejos acerca de la IIGM -explicaba el director- y el Zero simboliza nuestra psique colectiva. Japón fue a la guerra por estúpida arrogancia, causó problemas por todo el este asiático y finalmente trajo la destrucción sobre sí misma. Desde el punto de vista estrictamente militar, sólo se puede concluir que la armada japonesa fue simplemente incapaz de encontrar la estrategia correcta para la Batalla de Midway y otras campañas cruciales. Pero, de toda esta humillante historia, el Zero representa una de las pocas cosas de las que un japonés puede estar orgulloso. Había 322 cazas Zero al principio de la guerra. Eran una presencia verdaderamente formidable, al igual que los hombres que los pilotaban”.

Es el mismo argumento que presenta Paul Kennedy en Ingenieros de la victoria: Los hombres que cambiaron el destino de la Segunda Guerra Mundial (Debate, 2014), un inteligente ensayo sobre los ingenieros británicos que consiguieron superar a Jiro y ganar la guerra para los aliados. Un libro fantástico que ha sido publicado sin polémica alguna porque, cuando dicen que la historia la escriben los vencedores, también se refieren a esto.

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