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Fernando Trueba se cuela en los bastidores del Hollywood franquista

Imagen cedida por Zenit Comunicación

Mónica Zas Marcos

Son las dos de la tarde y la lluvia baña los exteriores de un complejo gris y aislado de la vorágine de la capital. Detrás de unas puertas de latón, un grupo variopinto cuchichea en la cantina de un rodaje de los años 50. De las paredes del bar cuelgan carteles de Morena Clara, Los ojos dejan huella o Bienvenido Mr Marshall, y varios actores americanos beben vino entre los artistas parroquianos. A las afueras de este improbable rodaje, los prisioneros de la Guerra Civil construyen “una cosa gigantesca con una cruz” en la sierra de Guadarrama.

De repente, el verano de 1956 se vuelve a convertir en la primavera ciclotímica del Madrid actual. Fernando Trueba es experto en desdibujar los límites de la ficción e imbuir de cine todo lo que toca, incluso un triste almacén industrial. Después de una temporada rodando en Budapest, el equipo de La niña de tus ojos regresa al completo para retomar la historia en La reina de España.

Trueba presumía de ensalzar los valores artísticos en su cine y dejar de lado el mensaje político. Cuando le consideraban estandarte de la Comedia Madrileña -término que aborrece-, la prensa insistía en ver una crítica velada hacia los problemas chic de la juventud de la movida. Sin embargo, con los años, la cámara de un director comprometido se termina convirtiendo en el catalizador de la realidad social que contempla. “Es imposible evitarlo, está ahí y más cuando hablas de conflictos de época. Siempre es bueno que la comedia tenga ese trasfondo político que le aleje de la frivolidad”, nos reconoce delante de un café de máquina.

La niña de sus ojos cruzaba la trama de un grupo de artistas nómadas en Berlín con los efectos del Holocausto en la Alemania nazi. Dos décadas después, La reina de España pasa de los rodajes españoles en el Tercer Reich a las superproducciones estadounidenses en suelo franquista.

El director se resiste a pronunciar la palabra secuela porque nunca ha simpatizado con las segundas partes. “Me lo ofrecieron con Ópera Prima y Belle Epoque, y me negué”. Pero los personajes de Macarena García y Fontíveros le hablaban en sueños, no le dejaban en paz. “Comencé a concebir gags. Pensé en 1953, cuando Franco firmó un tratado con EE.UU como agradecimiento por el apoyo para entrar en la ONU. En cómo abrimos las puertas a Hollywood”, y se pierde imaginando los bastidores de Lawrence de Arabia y Alejandro Magno. “Aún así me resistía a escribir la película. Al final me dije que era demasiado graciosa como para echarla a perder”.

El necesario bálsamo cómico

Mientras que la censura reducía a cenizas gran parte de la producción española, el régimen concedía con mano abierta las licencias de rodaje a los americanos. Trueba defiende que la comedia es el género idóneo para representar estos efectos de la guerra sin caer en el sensacionalismo. “El humor está en nuestra cultura y lo mejor de nuestro cine conecta con eso. No podemos olvidar que la picaresca española fue la fuente de inspiración para otros grandes nombres del género”.

Esta vindicación del humor responsable fue la que reconquistó al plantel de La niña de tus ojos, que accedieron sin necesidad de leer el guión. “Es muy bonito. Reencontrarte con unos personajes que has inventado y volver a trabajar con los actores que les daban vida”, concede Trueba, agradecido por este experimento Linklater a la española. En pocos meses veremos a la troupe al completo: Antonio Resines, Neus Asensi, Santiago Segura, Jorge Sanz, Rosa María Sardá, Loles León y Penélope Cruz.

Fernando Trueba ha alterado en cierta forma el proceso creativo. Donde otros guionistas modelan primero el personaje en su cerebelo, Trueba se basa antes en los atributos reales de personas de carne y hueso. Por eso supo desde el principio que necesitaba incorporar el carisma de Javier Cámara a la nueva hornada de actores. “Cámara es una gozada. Cuando grabo un plano con él pienso que ha estado aquí siempre”. Su personaje hace las veces de slapstick (elemento cómico), pero también es el más idealista, el que aprecia la brecha entre Hollywood y el yugo franquista.

Uno de los pocos. Pues el director reconoce que su pandilla de ocho fantásticos no ha evolucionado hacia un mayor compromiso político en La reina de España. “En la otra película, los personajes eran gente bastante conformista. Pero no eran heroicos, al contrario, iban cagaos todo el rato. Y en esta igual”.

Sin embargo, detrás de las cámaras, su director habla de la memoria de los españoles con respeto a través de la historia de su cine. “Todo el país era una inmensa cárcel, pero también fue el año en el que comenzaron las revueltas estudiantiles, despegó la televisión y un poeta exiliado [Juan Ramón Jiménez] ganó el Nobel”. Trueba quería incidir en aquel punto de inflexión que supuso el fin del bloqueo internacional y asomó una débil luz al final del túnel.

La comedia, además de hacernos pasar un buen rato, retrata las debilidades humanas de otra manera. “Eso lo aprendí del cine clásico americano, como Lubitsch o Wilder, y de la comedia all'italiana, como Monicelli y el primer Fellini”, nos desvela el cineasta. Pero tampoco hace falta irnos tan lejos: la crudeza histórica también ha sido representada por Cervantes, Berlanga o Dalí. “¿Y qué eran si no grandes humoristas?”. Trueba regresa a este género tan maltratado en una época de grandes crisis sociales y caprichosos recortes en libertad. “Porque la risa es prioritaria, es importantísimo reirse”.

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