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La reputación de Monsanto pone en dificultades su compra por Bayer

Foto: Donna Cleveland

Moha Gerehou

55.000 millones de euros es la cantidad en la que ha valorado Bayer a Monsanto en un primer intento de hacerse con el negocio de la multinacional estadounidense dominadora del mercado de la agricultura mundial. La operación bate récords, aunque Monsanto la considera insuficiente. De concretarse las negociaciones, formaría el mayor grupo de semillas y herbicidas del mundo.

Sin embargo, a pesar de parecer una operación redonda ha generado una gran controversia que podría penalizar al gigante resultante. Casi todas las críticas van dirigidas a Monsanto. En las redes sociales, la etiqueta #Monsatan ha servido para canalizar los reproches a la empresa que fue elegida como una de las compañías más odiadas de Estados Unidos. En Alemania está levantando un gran revuelo su posible unión con una de sus compañías emblemáticas. Este es un repaso por los episodios más controvertidos de su historial.

El agente naranja

Entre enero de 1965 y abril de 1970, la Fuerza Aérea estadounidense roció los bosques de Vietnam con el agente naranja, un herbicida llamado así por el color de los barriles en los que se almacenaba. El objetivo de EEUU era arrasar con los bosques que usaban los vietnamitas de refugio durante la guerra, pero las consecuencias fueron mayores y todavía repercuten en la vida de quienes vivían en estas zonas con cáncer o malformaciones genéticas graves.

Monsanto, junto a otras empresas químicas (Dow Chemical, Uniroyal, Hercules, Diamond Shamrock, Thompson Chemical y TH Agriculture), fabricó este material que luego los militares decidieron utilizar como arma química. Precisamente en este hecho es donde se escuda Monsanto que asegura que “las consecuencias adversas que presuntamente han surgido de la guerra de Vietnam, incluyendo el uso del agente naranja, deben ser resueltos por los gobiernos que estuvieron involucrados”.

La compañía culpa al Gobierno de EEUU de hacer un mal uso del producto que fabricó. Desde su uso en Vietnam, Monsanto se ha enfrentado a multitud de litigios que exigen una compensación por los daños causados.

Los transgénicos

Este es uno de los principales campos de batalla entre los grupos ecologistas y Monsanto. La multinacional estadounidense es la precursora de las semillas genéticamente modificadas y que en Norteamérica suponen ya el 90% de la producción de maíz, soja y algodón.

Los grupos ecologistas se oponen a los transgénicos porque aseguran que pueden provocar mutaciones cancerígenas, dañar la biodiversidad, obligar a los agricultores a comprar semillas cada año y crear un oligopolio de empresas (entre las que destaca por encima del resto Monsanto) que con sus patentes dominan el mercado.

La multinacional defiende que los productos genéticamente modificados han ayudado a crear cultivos resistentes a ciertos insectos o a condiciones climáticas adversas. Además, asegura que todos los productos transgénicos son estudiados concienzudamente y por el momento “no hay evidencia de daño a animales o seres humanos”.

Las patentes de semillas

La comercialización de las semillas ha sido otro de los frentes que ha tenido librar Monsanto. Vernon Hugh Bowman era un agricultor que compraba semillas a Monsanto y que fue denunciado por la multinacional al considerar que hacía un uso inadecuado de los productos patentados por el gigante agrícola. Denuncias como la que recibió Bowman se produjeron por las férreas condiciones que impone Monsanto al comercializar sus semillas, alegando que invierte mucho dinero en la investigación para que estas sean más resistentes a los productos químicos (muchas veces creados por la propia compañía) y a las inclemencias del tiempo. Cada vez que implementa un avance, la empresa lo patenta y restringe su uso a unas condiciones determinadas para otros agricultores.

Monsanto se defiende diciendo que “las patentes son necesarias para asegurarnos de que recibiremos el pago por nuestros productos y por toda la inversión que realizamos”. Greenpeace argumenta que esta práctica restringe el derecho de los agricultores a guardar sus semillas, les obliga a comprar nuevas cada año y cuando no cumplen deben enfrentarse a demandas de miles de dólares, como en el caso de Bowman. Por último, Greenpeace denuncia que la proliferación de las patentes reduce el mercado de semillas y permite la aparición de un monopolio en los precios.

Un herbicida “probablemente cancerígeno”

Una de las líneas de negocio más importantes de Monsanto es la de los herbicidas, segmento en el que es líder mundial, con unas ventas anuales de 4.100 millones de euros y cuyo producto más popular es Roundup, calificado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como “probablemente cancerígeno” para los seres humanos. 

Una de las sustancias que componen el Roundup es el glifosato, de uso masivo en la agricultura. Varias ONG persiguen la prohibición de su uso en Europa. La Unión Europea iba a ampliar este año la licencia para el uso de la sustancia por siete años más, pero finalmente ha pospuesto la decisión ante la abstención de Alemania en las votaciones.

Si la UE no alcanza un acuerdo antes del 30 de junio, se retirarán las autorizaciones del glifosato. Monsanto, que participó activamente en el lobby contra la prohibición, se defiende de las acusaciones de la OMS asegurando que “los estudios toxicológicos exhaustivos a largo plazo repetidos durante los últimos 40 años demostraron una y otra vez que el glifosato es poco probable que plantee un riesgo de cáncer en seres humanos”.

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